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4.000 niños serán utilizados para elegir el mejor anuncio en El Chupete

Por ALVARO SOBRINO / EDUARDO BRAVO
Actualizado 12-05-2008 15:31 CET

La publicidad infantil es un tema delicado. Podríamos pensar que es como el consumo de tabaco o alcohol. Bien está que no se prohiba, pero tampoco hay que fomentarla, y habrá que regularla bien.

El Chupete es el Festival Internacional de Comunicación Infantil, y cuyo principal promotor es la Generalitat de la Comunitat Valenciana. Este año celebra su cuarta edición.

Está organizado por las agencias de publicidad, a través de sus asociaciones, y los fabricantes de juguetes "con un marcado objetivo social ante la preocupación por la comunicación dirigida a los más pequeños, con el objetivo de concienciar al sector de la importancia de los mensajes, premiando la comunicación creativa y responsable". Es como poner a los lobos a cuidar de las ovejas. Al final, un Festival no es sino la promoción de un sector y una actividad; es lícito, pero no lo es tanto pretender esconderlo tras unos objetivos "tan" sociales.

La publicidad para niños es, sobre todo, excesiva. El bombardeo al que se les somete durante la campaña navideña y la de primavera es obsceno. Y no hay que pensar que este festival ni sus organizadores tengan entre sus objetivos prioritarios limitar -ni dejar que otros limiten- esa inmersión publicitaria a la que someten a los chavales.

Además del jurado profesional, otro jurado popular formado por cuatro mil niños (han leído bien, cuatro mil) premiará el mejor anuncio de televisión. Resulta inquietante... ¿Llenarán un polideportivo o lo presentarán como una actividad escolar?¿Pedirán autorización a los padres? A muchos no nos gustaría que utilizaran de ese modo a nuestros hijos en su negocio. La operación es perversa: implicar a los niños es acercarlos al consumo inducido en clave de normalidad e incluso como un hecho positivo. Es derribar las defensas que algunos padres y educadores puedan estar tratando de levantar frente a la avalancha de comerciales a los que se somete a los pequeños. Y en definitiva, es una utilización, zafia, torticera y mezquina de los niños en favor de sus intereses: hacer anuncios y vender juguetes.

Paradójicamente, el lema del festival este año no es otro que "porque todo lo ven como un juego, seamos responsables". Insulta a la inteligencia y repugna.

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