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Un millón y medio de coches menos en las calles de Pekín

Por MARTIN XIAOBAO (SOITU.ES)
Actualizado 21-07-2008 16:40 CET

Pekín se ha despertado hoy en un lunes distinto. En sus avenidas faltaban millón y medio de vehículos, todos los que llevan matrícula acabada en número par. A las nueve, hora puntísima, la marea de coches que cualquier día de labor inunda las calles se había diluido, dando paso a un tráfico ligero como la seda.

En la avenida Chang’an, por ejemplo, los coches desfilaban con orden pero sin pausa, ante la mirada de los agentes de tráfico y el objetivo de alguna de las 10.000 cámaras 'inteligentes' que se han instalado para detectar a los infractores.

Hoy lunes era la prueba de fuego de las nuevas normas de tráfico que, hasta el final de los Juegos Paralímpicos (el 20 de septiembre), limitan la circulación de coches en función de su matrícula, adjudicándoles días alternos en función de si su placa es par o impar.

La normativa pretende dejar en el garaje más de la mitad del parque móvil de Pekín, que en total tiene 3,3 millones de vehículos. Exentos quedan los taxis, los vehículos oficiales y los coches que se encargarán del transporte del personal olímpico, que cuentan con 265 kilómetros de carriles para su uso exclusivo .

El objetivo es doble: descongestionar las calles y limpiar el aire de la ciudad. A simple vista, el primero de ellos parece cumplirse al menos en la superficie, aunque el cuadro bajo tierra, en la red de metro, era hoy un tanto distinto: golpes, empujones y competencia al límite en la lucha por un centímetro cuadrado de vagón de metro.

El fin de semana se introdujeron 1.500 nuevos autobuses urbanos, además de inaugurarse tres líneas de metro adicionales que los pekineses esperaban como agua de mayo. A pesar de ello, las aglomeraciones han llegado al punto de que algunas líneas, en pleno centro, han tenido que cerrar las puertas a nuevos pasajeros, permitiendo sólo la salida de éstos.

¿Limpiar el cielo?

A estas alturas, no cabe duda de que la prioridad absoluta de las autoridades es garantizar la buena marcha de los Juegos Olímpicos. Cueste lo que cueste, y aunque el precio lo tenga que pagar la población en forma de incomodidades. ¿Se puede poner patas arriba a una ciudad de más de 17,4 millones de habitantes en función de un evento deportivo? ¿Se puede manipular el clima? En Pekín, si las autoridades se empeñan, está demostrado que todo sacrificio es posible.

Pero lo que les va a resultar más complicado es cumplir con el segundo objetivo, el que pretende convertir el aire de Pekín apto para los estándares que requieren los atletas. Porque la capital china sufre un mal crónico, de contaminación aguda, muy complicado de aplacar incluso con la ingente cantidad de dinero que se ha gastado en proyectos medioambientales durante los últimos siete años. La factura, se ha dicho, asciende a 17.000 millones de dólares.

Algunos atletas se han mostrado preocupados por la calidad del aire. Muchos equipos han optado por hacer los entrenamientos previos a las pruebas fuera de China, y sólo volar a la capital días antes de la competición. Los más de 600 atletas estadounidenses han recibido una máscara para filtrar el aire cuando respiren durante su visita a Pekín. Y aunque el Comité Olímpico Internacional ha quitado hierro al asunto, se plantea retrasar algunas pruebas si los análisis diarios de calidad del aire muestran resultados muy negativos.

Los organizadores de Pekín 2008 quieren disipar los malos humos tanto como las dudas anteriores. Además de las medidas para controlar el tráfico rodado, han limitado la construcción durante las semanas cercanas al evento, se ha cerrado la industria pesada alrededor de la capital y cientos de fábricas se han visto obligadas a reducir el ritmo de trabajo.

Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva…

Obviamente, no todo es contaminación en el gris habitual que acompaña a Pekín. También hay niebla. Como tampoco es puro el aire durante los días de cielo azul. La verdaderamente preocupante, dicen los expertos, es la contaminación que no se ve. La que sólo se aprecia en las gráficas.

Según algunos expertos, las medidas del tráfico sólo tienen un efecto limitado en la calidad del aire (menos del 10%). El clima, algo difícil de controlar, resulta más decisivo: el viento puede llevar la contaminación de otras provincias hasta Pekín, o su ausencia crear una acumulación de partículas nocivas estancadas sobre la ciudad.

De esta forma, aunque bienvenidos, de poco sirven los esfuerzos de última hora. Aunque parezca mentira, el mejor regalo sería un chaparrón el 7 de agosto, la víspera de la inauguración, para que refresque el ambiente y se lleve por delante buena parte de la contaminación. Y si no le da por llover de forma natural, siempre queda el recurso de disparar al cielo, a ver si cae algo. Se matarían dos pájaros de un tiro, porque se evitaría, de paso, que a las nubes les de por descargar un aguacero durante la inauguración estelar de los Juegos.

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