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Los vampiros salen de los "dos metros bajo tierra"

Por PATRICIA CALVO (SOITU.ES)
Actualizado 26-08-2008 21:00 CET

La sangre vuelve a la pequeña pantalla. El próximo 7 de septiembre la cadena HBO, aclamada por la calidad de su programación, estrena "True blood", la nueva serie del genial creador de "A dos metros bajo tierra". Alan Ball, que nos presenta un mundo en el que los vampiros conviven con los humanos y beben sangre embotellada para calmar su sed.

Después de las invasiones alienígenas que colmaban los relatos, tanto escritos como cinematográficos, de los años de la Guerra fría, otra figura desconocida y morbosa reapareció en nuestras vidas. En torno a los años 90 (del siglo pasado) los vampiros volvieron a ser protagonistas de la escena artística con el estreno de películas como "Entrevista con el vampiro" (Neil Jordan, 1994) o "Blade" (Stephen Norrington, 1998) y la emisión de series de éxito como "Buffy: la cazavampiros" o "Ultraviolet". Estas criaturas elegantes, misteriosas y diabólicas reaparecían con fuerza pero lo hacían de una manera muy diferente a como lo habían hecho en el pasado. El poder individual se convertía en poder de grupo y el vivir al margen de la sociedad ya no se veía como algo ventajoso sino que era un tormento para las personas de colmillos afilados.

"True blood", el nuevo proyecto televisivo de Allan Ball, se presenta como una continuación de este cambio de imagen del vampiro pero, a la vez, resulta una vuelta de tuerca con respecto al planteamiento de su forma de vida. A nivel global, el escenario de la serie es un mundo en el que vampiros y humanos conviven en paz y armonía gracias a un científico japonés que ha logrado sintetizar sangre artificial. El genial invento permite a los chupasangres consumir su bebida favorita embotellada y, así, integrarse en la sociedad y luchar por la aceptación y la igualdad.

A nivel local, la historia se desarrolla al sur de los Estados Unidos en un pequeño pueblo en el que vive Sookie Stackhouse, una camarera con telepatía interpretada por Anna Paquin (la niña de "El piano"). La tal Sookie se acaba enamorando de un vampiro guapetón y morboso al que no puede oírle los pensamientos porque, técnicamente, carece de ondas cerebrales. Y desde ahí, Ball toma carrerilla para contar una historia con su usual humor negro en la que, como en "A dos metros bajo tierra", explora la condición humana. El miedo a los vampiros no ha desaparecido de la sociedad y su catalogación como grupo diferente al de los humanos los sigue manteniendo en una condición de marginalidad. A pesar de la convivencia, los murciélagos salen por bares adaptados sólo para ellos y las leyendas negras en torno a su figura continúan sin desaparecer.

Por mucho que se esfuercen, los vampiros siguen siendo diferentes y su integración en la sociedad no es completa. Tal y como dice el creador, Allan Ball, estos seres despiertan temor pues "te absorben la sangre y te pierdes a ti mismo mientras esa criatura se alimenta de ti". El rechazo a ese otro desconocido, al enemigo potencial, a aquello que puede destruirte si se lo propone, a lo oscuro... son elementos que se personalizan en el vampiro, figura que se utiliza muchas veces como metáfora de una humanidad abatida y de una sociedad violenta y miserable.

A principios del siglo XX, el Nosferatu de Murnau enseñaba un monstruo solitario que sólo quería la compañía de una joven doncella. En los años 30 el Drácula interpretado por Bela Lugosi mostraba un ser terrorífico pero elegante y siempre fuera de la sociedad. Y en los años 60 el miedo pasaba a ser comedia en "El baile de los vampiros" de Roman Polanski que retrataba a unas chupasangres guapas y seductoras. Pero es en los 90 cuando la figura del vampiro experimenta un giro de 180 grados y pasa de ser una criatura con un poder individual enorme a un individuo necesitado de un grupo que le conceda identidad y fuerza.

El solitario rey de la noche se convierte en una numerosa turba de jóvenes pálidos y extremadamente delgados que se esconde del sol y busca a sus víctimas en la oscuridad de los callejones de Nueva York o Londres. Buen ejemplo de este debilitamiento de la presencia individual del vampiro es "Blade", cinta en la que un medio-vampiro Wesley Snypes lucha contra sus propios medio-hermanos los chupasangres, que están más allá de la típica imagen del hombre murciélago seductor y atractivo. Otra película que representa bien esta necesidad de agrupamiento de estos seres marginales es "Vampiros" de John Carpenter que, muy lejos de mostrarlos como criaturas morbosas, hace un retrato de los chupasangres como monstruos rudos y sucios.

Parece que "True Blood" andará más por estos derroteros que por el retrato omnipotente del Drácula que relató Bram Stoker. Los vampiros de Ball son buenos en el sexo, se comportan como humanos y se arreglan por las noches, pero tal y cómo dice un personaje de Carpenter: "olvídate de todo lo que has visto en las películas. Los vampiros no son nada románticos. No tienen modales ceremoniosos. No hablan con acento exótico. No se transforman en murciélagos. Las cruces y los ajos no les hacen ningún efecto. No necesitan dormir en ataúdes" y, sobre todo, no son humanos.

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