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Por qué las moscas son tan difíciles de cazar

Por PABLO FRANCESCUTTI (SOITU.ES)
Actualizado 29-08-2008 13:28 CET

Quien haya cultivado el venerable arte de cazar moscas sabe muy bien cuán difícil resulta pillarlas con la palmeta. Por más sigilo que se ponga en acecharlas, por más que uno contenga la respiración mientras, preparado para asestar el golpe fulminante, se acerca de puntillas al desprevenido díptero, … ¡¡zas!!, la presa escapará un milésimo de segundo antes de que el matamoscas la aplaste. Frustrados, los cazadores más supersticiosos achacan ese admirable don evasivo a un pacto con el mismísimo Lucifer (no por casualidad denominado Señor de las Moscas); pero una vez más la ciencia ha irrumpido en el escenario para acabar con el oscurantismo y desentrañar el enigma.

El deshacedor del entuerto es un neurobiólogo del CalTech llamado Michael Dikinson. El buen hombre lleva una friolera de años intentando dilucidar cómo las moscas casi siempre consiguen librarse de ser despachurradas por los mandobles de sus humanos enemigos. Finalmente, pudo diseñar el experimento definitivo: tras reclutar un enjambre de la socorrida mosca del vinagre (drosophila melanogaster), fue colocándolas una tras otra en una pequeña plataforma sobre la que se cernía un matamoscas automático. A continuación, activó el brazo mecánico que lo manejaba y grabó con una cámara de vídeo ultraveloz las reacciones de los insectos ante el aparato que se les venía encima.

Cuando pasó al ralentí las imágenes obtenidas, el investigador observó que los ejemplares de drosophila, en cuanto detectaban la proximidad de la temible palmeta, ponían sus minúsculos cerebros a trabajar, esto es, a identificar la procedencia exacta de la amenaza y a urdir el plan de huida más conveniente. Dikinson dedujo ese proceso cerebral de una serie de movimientos corporales de los artrópodos, tendientes a acomodar sus patitas, alas y centro de gravedad en la mejor disposición para dar el salto salvador.

En concreto, cuando "el matamoscas se hallaba frente a él, el insecto adelantaba sus patas del medio, se inclinaba hacia atrás y luego alzaba y extendía sus patas para retropropulsarse; cuando lo tenía en su retaguardia, la mosca, cuyo campo visual de casi 360 grados le deja ver lo que tiene detrás, retrocedía un poco sus patas delanteras; y cuando el peligro se situaba en un flanco, mantenía quietas sus patas del medio a la vez que inclinaba todo su cuerpo en la dirección opuesta antes de saltar", apuntó.

Entre la detección del matamoscas y el despegue del insecto no trascurrieron más de cien milisegundos (o sea, una décima de segundo): la clara demostración del funcionamiento de un dispositivo que integra con pasmosa celeridad la información visual aportada por los ojos con los datos mecánico-sensoriales procedentes de las patas.

Dikinson reconoce que sin la ayuda de los nuevos procesadores de imágenes capturadas en millonésimas de segundo no hubiera podido ver nada. "Estos instrumentos suponen en el dominio temporal lo que el microscopio electrónico representa en el espacial", compara. "En la medida en que su uso se extienda, veremos cómo los animales ejecutan diversas conductas a velocidades indetectables para nuestros ojos perezosos", manifiesta en el artículo recogido en el próximo número de 'Current Biology'.

El autor no se priva de hacer una recomendación a los cazadores hartos de fracasos: "Lo mejor no es golpear donde se encuentre posada la mosca, sino más bien intentar anticipar adónde saltará ésta cuando repare en la palmeta". Un consejo bienintencionado que, mucho me temo, le servirá de poco a quienes no tengan un prodigioso cerebro de mosca.

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