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Acertijo de domingo (18)

  • O de acertar el nombre del autor
Por GLOTONIOS
Actualizado 28-09-2008 14:53 CET

El autor del texto de hoy es tan fácil de adivinar que no ofrecemos ni una sola pista. En cambio, reconocemos que el de la semana pasada era harina de otro costal: Osamu Dazai.

Todas las moscas son distintas, pero se parecen tanto entre ellas que hay quien cree que en realidad sólo ha existido una mosca en toda la historia del universo. No he conocido a mejor experto en insectos que Augusto Monterroso, que escribió en cierta ocasión: "La mosca que hoy se posó en tu nariz ez descendiente directa de la que se paró en la de Cleopatra." El mundo de las moscas sin ley siempre le atrajo y planeó una antología universal sobre ese enmarañado universo. Finalmente abandonó el proyecto porque vio que el volumen iba forzosamente a tener que ser infinito. Pero en Movimiento perpetuo ofreció a sus lectores una pequeña muestra de la historia mundial de las moscas. Movimiento perpetuo se iniciaba así: "Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas." Un categórico comienzo para un libro inclasificable escrito mucho antes de que hubiera tantos libros híbridos e inclasificables como ahora. En él, Monterroso zigzaguea de un género a otro, ya pasa del ensayo al relato, y de éste a la digresión o al divertimento. El zigzagueo está a la altura del mejor vuelo de la mejor mosca mundial. Los diferentes fragmentos están unidos por citas literarias en las que las moscas tienen su protagonismo. No hay un solo escritor profundo que no haya dicho algo alguna vez sobre las moscas. Ahí tenemos, por ejemplo, a Ludwig Wittgestein, que escribió en Investigaciones filosóficas: "¿Qué se propone uno con la filosofía? Enseñar a las moscas a escapar del fracaso." Sobre los mosquitos se ha escrito menos. Quien mejor se acercó a ellos fue un escritor de su misma especie, un escritor-mosquito, Ramón Gómez de la Serna: "Menos mal que a los mosquitos no les ha dado por tocar el saxofón."

En verano las moscas —que no suelen hablarse con los mosquitos— se reúnen en balnearios, apartamentos y hoteles. En su pulcro concierto, bailan a medianoche. O atacan, sin uñas. Su zumbada música es inconfundible. Marcel Proust decía que ellas componían pequeñas sinfonías que eran como la música de cámara del estío. Escribo desde el Hotel Charleston de Cartagena de Indias, frente al Pacífico y sitiado por moscas tropicales, rodeado de un mundo alucinante de moscas sin ley. "¿Alguien oyó alguna vez toser a las moscas?", preguntaban los hermanos Grimm en un cuento que leí de niño y cuyo título he olvidado, pero no así la pregunta que me ha acompañado siempre y me persigue ahora aquí en esta terraza del Charleston mientras una mosca me zumba por la oreja y trata de posarse sobre mi nariz. Un serio incordio hasta que comienza a ahogarse imprevistamente en un zumo de tomate. La remato de forma criminal, la mato con toneladas de sal y pimienta. No soy Cleopatra, me digo satisfecho. La mosca ha muerto, a las doce y cinco de la mañana.

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