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De apóstoles y paraísos

  • De arte, poesía y religión
Por GLOTONIOS
Actualizado 03-11-2008 14:32 CET

Para las autoridades eclesiásticas nunca ha sido un plato de fácil digestión que en El friso de los apóstoles de la Basílica de Arantzazu, Jorge Oteiza plantara 14 figuras erguidas. Allá donde todo el mundo esperaba 12 —o 13 si se considera a Jesucristo incluido—, el cascarrabias puso 14. "Pa joder" puede pensar más de uno, pero no es así. El día pasado, en el centenario del nacimiento de Jorge Oteiza, su amigo y también escultor Nestor Basterretxea lo explicó bien claro: "Jorge consideraba que todos los apóstoles eran el mismo, lo que ocurre es que les quería dar movimiento a través de una secuenciación. Eso es todo. Y son 14 figuras, por la proporcionalidad que exige el friso. Con menos o con más, la cosa hubiera quedado desproporcionada. Jorge era un escultor fuera de serie, y lo sabía". Así pues, ni dobles intenciones, ni referencias a leyendas populares, ni gaitas: pura escultura.

Todo esto viene a cuento de que hace unos días, Bernardo Atxaga, en una conferencia que impartió en Bilbao sobre el origen de los poemas y el paraíso, dijo lo siguiente, rescatando un sucedido que tenía clavado en la memoria y que ocurrió allí mismo, en un restaurante vecino a la basílica y con un sacerdote, un tal Don Eulogio, como protagonista:

Se juntaron unos cuarenta para celebrar algo en la terraza de un restaurante de Arantzazu. Tras zamparse lo habitual en estas celebraciones, espárragos, croquetas, vino, chipirones y demás, Don Eulogio pidió que se le sirvieran unos higos salpicados de nata helada. El sol golpeaba directamente, el viento era fino y el cielo se mostraba totalmente azul.

Fue entonces, en el turno de los postres, cuando un matrimonio de ancianos se acercó a la mesa. Se juntaron dos ambientes: el caliente y el frío. Dos grupos: el físico y el metafísico.

El matrimonio de ancianos venía de una celebración litúrgica y no estaban interesados en celebraciones mundanas. Pero conocían a alguien que estaba sentado en la mesa, y también a Don Eulogio.

Sin dilación la mujer preguntó al cura:

—Don Eulogio, ¿dónde cree usted que está el Paraíso?

La pregunta cayó encima de la mesa, pues no se la había llevado volando el viento fino. Don Eulogio respondió con una firmeza semejante a la que había utlizado la mujer:

— !Aquí mismo, Margarita, aquí mismo!

Atxaga contó que, extrañados, los 13 apóstoles de Oteiza giraron hacia aquel lugar, súbitamente, sus cabezas.

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