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David P. y David A., la pareja a la que Obama debe su éxito

Por PILAR PORTERO (SOITU.ES)
Actualizado 06-11-2008 19:58 CET

¿Tiene precio lograr la Casa Blanca? Sea cual sea, deberían pagárselo a David Plouffe y a David Axelrod, los dos hombres que han abierto la puerta al nuevo presidente. De hecho, fueron los únicos, fuera de la familia y Biden, con los que Obama se deshizo en elogios en el discurso de victoria en Chicago. Cualquier político o empresa mataría por contratar sus servicios. Están en la cima del 'top ten' de estrategas políticos.

Alérgicos a las cámaras y a los periodistas, a los que ambos saben manejar con habilidad, se han convertido en los vencedores en la sombra. El jefe de la campaña demócrata, David Plouffe, soñaba con ser jugador profesional de tenis, un deporte competitivo en el que analizar al contrario y desvelar sus puntos flacos resulta clave para ganar.

Audaz, persuasivo, y dotado de una extraordinaria visión de futuro, en diciembre de 2006, durante una reunión desplegó con claridad las líneas maestras de la estrategia con la que intentarían conquistar el poder. Tenía estudiado un plan a la carta para cada Estado y nadie dudó, empezando por el jefe, de que era la persona ideal para poner en marcha la apabullante maquinaria electoral. Su firme objetivo, sacar a los votantes de debajo de las piedras. Ir literalmente a buscarles, sobre todo a los jóvenes e incluso a los que pasan de depositar la papeleta en la urna.

En cada Estado, se rodeó de asesores específicos que iban entrando y saliendo de su equipo de referencia. Así, en el complicado Estado de Iowa, bastión de Hillary Clinton durante las primarias, convenció al veterano senador Tom Harkin, con el que se había estrenado en su carrera política, para que le ayudara a desentrañar los resortes que podrían conducirles al triunfo. El minucioso y concienzudo trabajo dio resultado, y Obama se acabó imponiendo a su rival.

Plouffe, de 41 años, que estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Delaware, es responsable también de la espectacular recaudación de fondos de la campaña. Más de tres millones de personas han contribuido a alcanzar la histórica cifra de los 150 millones de dólares que se han destinado a sufragar los elevados gastos de la pugna política. La fama de riguroso financiero que arrastra David era merecida. Cuentan que su capacidad de ahorro es tan exagerada, que alojaba en habitaciones dobles a los miembros del equipo y que, como mucho, estaba dispuesto a reembolsar el precio de los billetes de metro a sus colaboradores, pero que a ninguno se le ocurriera deslizar una nota de taxi si no quería despertar su ira. El 'arquitecto' —tal y como se denomina en jerga política en EEUU a los que aquí llamamos 'fontaneros'— ha realizado su magna obra junto a su amigo David Axelrod. El propio Axelrod bromea sobre la obsesión económica de su colega: "Si alguien osa coger una segunda toallita de papel del dispensador del cuarto, encuentra escrito el amenazador mensaje 've a ver a Plouffe'".

Cuando Obama reconoció la labor de ambos en el discurso de Chicago tras saberse presidente electo, a nadie se le escapó que estaba en deuda con esos dos hombres. "A mi director de campaña, David Plouffe, el héroe no reconocido de esta campaña, quien construyó la mejor, mejor campaña política de la historia de los Estados Unidos de América. A mi estratega jefe, David Axelrod, quien ha sido socio mío a cada paso", una dedicatoria exclusiva, sólo compartida con su familia y el vicepresidente Joe Biden, que destapó para el gran público a quienes ya eran viejos conocidos para la prensa estadounidense.

David Axelrod, de hecho, fue periodista político en el Chicago Tribune. Primero logró que calara el mensaje de que Obama era capaz de liderar el cambio que necesitaba el país, y luego luchó para que los votantes estuvieran convencidos de que ese hombre jamás iba a cambiar, de que sus promesas eran firmes. A sus 53 años, este consultor político tenía claro el lugar en el que Obama se debía posicionar. Había que ser conciliador, presentar al electorado a un presidente para todos, justo en el centro, entre la izquierda y la derecha. Para llevar a cabo su misión, Axelrod se ha convertido en una especie de álter ego permanentemente pegado a Obama. Vigilando que el candidato mantuviera intacta la frescura, la rotundidad y la serenidad que les han catapultado al éxito.

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