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Acertijo de domingo (30)

  • De acertar el nombre del autor
Por GLOTONIOS
Actualizado 21-12-2008 16:02 CET

El texto de la semana pasada está sacado de Océano mar, de Alessandro Baricco. Aunque parece que Baricco no tiene lectores por estos pagos, pues nadie acertó. Una pena. El texto de hoy también va de viajes, aunque más placenteros. Uno de los autores españoles que más admiramos, recrea su mirada sobre Lisboa. ¿Quién será?

El escritor Cardoso Pires lamenta que a Pessoa lo hayan dejado en la mitad del Chiado, convertido en estatua, inmóvil bajo el sol y la lluvia, sentado ante una mesa de café y sin poder levantar el codo para tomarse una copa. También a él, a Pessoa, le ha sobrevivido la vida, convirtiéndolo en espectáculo para viandantes y fetichistas, como al viajero lo ha convertido nada más que en sonámbulo espectador de ciudades en las que en otras ocasiones creía vivir.

El viajero es el espectador que, al día siguiente, se adentra más allá de la Sé, que juega a perderse por los callejones al pie de Sâo Vicente de Fora, entre fachadas cubiertas de azulejos, ropa tendida y mujeres que se asoman al balcón con una jaula en la mano. Que contempla la charla a la puerta de los cafetines, el paso tranquilo de hombres trajeados que caminan como si emergieran de otro tiempo, las tareas de los ebanistas en sus pequeños talleres, el movimiento de los tranvías con su eléctrico chasquido de metales que le traen la añoranza de su infancia en una ciudad mediterránea, también decrépita y sucia.

El espectador que se asoma a otro balcón en el Largo de Santa Luzia, desde donde, por detrás de las casas multicolores y la cúpula de Santa Engracia, vuelve a ver el Tajo, con los buques de guerra atracados en el muelle, y la imagen de los cargueros deslizádose a lo lejos. Al fondo, las instalaciones industriales y las grúas de Barreiro sobreponen la imagen del gran puerto que Lisboa ha sido a lo largo de los siglos a ese paisaje provinciano. Uno descubre el poder de una ciudad que, según Camôes, los dioses habían decidido convertir, a fines del siglo XV, en nueva Roma, y que, sin embargo, en tantos rincones de sus antiguos barrios parece dormida desde siempre.

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