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Diseñar un trofeo no es fácil

  • Ayer la Palma de Oro y pasado la Champions. ¿Sabes cómo se diseña un premio?
Por MERCEDES PELÁEZ*
Actualizado 02-06-2009 13:54 CET

Arropada entre las manos y sobre el fondo extraordinario de los trajes de gala, una vez al año brilla en Cannes la figurita de la palma más deseada. Es la Palma de Oro. Un símbolo del mejor cine, y, a fin de cuentas, un trofeo.

De un buen trofeo se espera que tenga materia noble, cierto peso en kilos y que exprese su valor al tomarlo en las manos. Que tenga tacto y temperatura, capacidad de ser alzado, posado y expuesto con prestancia, y silueta pregnante capaz de competir con las ropas del premiado. Se espera que ilumine con su significado su rostro. Que cuente con cierto detalle para atraer la mirada cercana, y que su volumetría entera pueda verse como una escultura en la distancia.

El Óscar, un caballero decó

"Tardé cinco minutos en poder mirarle a la cara", declaró en su momento Penélope Cruz al recibir el Óscar, probablemente el trofeo más popular del mundo desde 1929, que guarda para la industria del cine el significado de un Nobel o de un Premio Pritzker de Arquitectura. Pocos, como Pe, han mostrado interés por el rostro del Óscar, o por su peso y tacto. Y menos, por el talle o su cuerpo de atleta, y la figura mítica tiene una historia apasionante. Se dice en Hollywood que el cineasta mexicano Emilio Fernández ‘El Indio’ posó desnudo, a instancias de Dolores del Río, para los bocetos del Óscar que hizo Cedric Gibbons, esposo suyo y director de arte de la Metro-Goldwyn-Mayer.

A Gibbons se atribuye el esbozo de la figura masculina, desnuda y musculosa del Óscar. Un guardián cruzado, con espada, y de pie sobre un rollo de película que, a modo de pedestal, evoca con cada uno de sus cinco radios a directores, actores, guionistas, productores y técnicos. Se dice que Cedric Gibbons ideó el trofeo en 1927, dibujando sobre el mantel del banquete del Hotel Biltmore de Los Ángeles, en el que los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas decidieron crear un premio para impulsar la calidad de la industria del cine. Consolidado el trofeo, a partir de 1939 la Academia asumió para la estatuilla el apelativo de Óscar, un nombre sonoro utilizado por la prensa desde 1934, que el entorno del premio justifica con diferentes relatos. El más divertido asegura que la bibliotecaria de la Academia, Margaret Herrick, exclamó que la figurita le recordaba a su tío Óscar. El bautizo aportó humor y cierta ironía al sobrio Academy Award of Merit.

El escultor George Stanley materializó para Gibbons el primer prototipo del trofeo del Óscar. En esa época Stanley estaba creando sus mejores piezas en puro decó para la ciudad de Los Ángeles. A él se debe el bajorrelieve geométrico de la portada de la Torre Bullock, una joya del decó de 1929, célebre por su relación con la gente del cine, cuya primorosa coronación de cobre preside todavía el Wilshire Boulevard. Y también son suyas la estatua de Newton del Monumento a los Astrónomos del monte Griffith, y la Fuente de las Musas junto al acceso del auditorio al aire libre del Hollywood Bowl. En estas dos obras, de un decó simplificado, Stanley trabajó la piedra con curvas suavemente erosionadas, parecidas a las que mostraría un cuerpo desnudo bajo un tenue sudario. Stanley logró la misma sutileza de carne entelada para el bronce macizo del Óscar.

George Stanley coincidió, en el tipo de encargos recibidos, con un maestro indiscutible de la estatuaria de su tiempo, el noruego Gustav Vigeland. Las más bellas de sus exquisitas figuras, concebidas entre 1907 y 1942, se reúnen todavía en el Parque Vigeland de Oslo, relatando en piedra la evolución formal de la carne humana durante la vida. Stanley y Vigeland son, además, los autores de dos de los trofeos más preciados del mundo, la estatuilla del Óscar, terminada en 1929, y la Medalla del Premio Nobel de la Paz. En el reverso de esta medalla se abrazan, desde 1902, tres figuritas desnudadas por Vigeland, en 'Pro pace et fraternitate gentium', con la atrayente suavidad del Óscar de Stanley y Gibbons.

Diseñar un trofeo no es fácil

Los trofeos tradicionales suelen mostrar la forma de una copa, de una medalla o de una estatuilla. Tres configuraciones asumidas, que parecen inmejorables. No es casualidad, los tres tipos aúnan con naturalidad significado y cualidades hápticas, o táctiles. Si la copa es la imagen del brindis, la medalla es la moneda sagrada que reúne metal valioso y efigie representativa. Las dos se portan en la mano y se catan en la boca. El destino de las medallas es pender del cuello junto al corazón del cuerpo. El de las copas, mostrarse sobre sus pedestales en las vitrinas del corazón de la casa o del museo. Un buen ejemplo, y uno de los más antiguos, es la Copa Stanley de la liga norteamericana de hockey sobre hielo, fabricada en 1892. Otro, la Copa de Roland Garros de tenis.

La forma de ensaladera ha generado también un digno modelo de trofeo, con dos iconos indiscutibles en los campeonatos de tenis de Wimbledon y en la Copa Davis. Si en este recipiente se mezclan con sal las viandas, bien podría decirse que la ensaladera es metáfora del salario que conlleva el premio. Y, a menudo, su equivalente, pues los trofeos prestigiosos añaden al mérito de recibirlos el valor de su rico material. Oro, plata y bronce, y otros metales de fina orfebrería que los plateros y medallistas suelen combinar con mármoles y piedras preciosas, en cuya superficie se esculpen para la gloria los nombres de los que triunfan.

La ensaladera de plata de la Copa Davis, con los nombres grabados de los países campeones desde 1900, es modelo inmejorable de calidad formal, significado preciso y valor material. El precio de un trofeo puede suponer no obstante su propia ruina. Para recuperar el metal, los ladrones fundieron en 1983 la célebre Copa Jules Rimet de los mundiales de futbol de la FIFA. El valor del material aniquiló la forma de la escultura. Así se perdió uno de los trofeos de más alto valor artístico, la estatuilla alada de la más hermosa recreación de la Victoria de Samotracia de El Louvre, concebida en 1930 por Abel Lafleur en plata, oro y lapislázuli.

De entre todas las formas, las estatuillas humanas han llegado a ser el tipo de trofeo más entrañable. Con algo de juguete, las chicas premiadas parecen reconocen en ellas a las muñequitas de la infancia, mientras los chicos rememoran soldaditos de plomo o guerreros para pintar. Audrey Hepburn acarició con su mejilla la figurita del Óscar al recibir en 1954 el reconocimiento a la mejor actriz por 'Vacaciones en Roma'. Y en 2008, entusiasmado con el premio por su actuación en 'No es país para viejos', Javier Bardem propinó un ósculo contundente en el glúteo izquierdo de la estatuilla.

Acercar los labios a un trofeo de diseño abstracto, o de material raro, parece atraer a los premiados en menor medida. A pesar de su elegante belleza, elegir qué parte del objeto de Oscar Niemeyer para el Gran Premio de Brasil de Fórmula Uno es más besable, puede suponer un problema para más de uno. O del trofeo de Moto GP, de García Rojals. Lo mismo ocurre con la gran letra B del Premio Ciutat de Barcelona, y con la suave escultura de aluminio del Gran Premio de Europa de Fórmula Uno de Santiago Calatrava. También con el elegante premio LUX de cine del Parlamento Europeo, y el delicado trofeo de tenis del Conde Godó diseñado por el Estudio Lagranja. Los trofeos de aire moderno producen en el destinatario el impulso de alzar el objeto en señal de victoria, para depositarlo y exhibirlo a continuación en los estantes.

Las estatuillas de los trofeos suman a sus virtudes la de consagrar los anaqueles donde reposan con la misma elocuencia que las figurillas de los antepasados en los nichos de los altares de los dioses lares romanos. Y si la esbeltez de un trofeo avala la calidad del triunfador, las estatuillas también responden a esta cualidad. El Premio al Peor Actor de la Razzie Golden Raspberry consiste así en una frambuesa rechoncha, que se entrega a pocos días de la ceremonia de los Óscar.

Hay trofeos con estatuillas atrayentes por su forma o su significado. Delicadas, como la figurita negra alzando el disco de oro del Premio Rock 'n' Roll Hall of Fame, que fue creada en 1983 por la misma compañía que fabrica el Óscar. O el futbolista del trofeo Heisman Memorial del Downtown Athletic Club de fútbol de Nueva York, un bronce de 1935 que representa a un musculoso jugador. Y tan codiciadas como el cocinero dorado del Bocuse d'Or, o los caballitos del Grand National. Muchas incluyen el globo terráqueo insinuando su conquista por el galardonado. Entre ellas la escultura del renovado trofeo de la FIFA y el Globo de Oro de cine. Algunos premios cinematográficos aluden a héroes de películas de la talla de King Kong, en el trofeo del Festival de Cine de Sitges, o del feto sobrehumano de 2001, una odisea del espacio, en el de cortometrajes de El Escorial. Otros, más escultóricos y artísticos, devuelven el significado del propio premio con la Concha de Oro de San Sebastián, las Palmas y Espigas de Oro de los Festivales de Cannes y Valladolid, y el espectacular Cesar de la Academia Francesa de Cine.

No faltan caras ni bustos. El trofeo de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión consiste en una hermosa máscara de teatro. Y el mismo Cedric Gibbons se atrevió en 1937 con el diseño de una preciosa cabeza emblemática, la del Premio Irving G Tahlberg Memorial para productores cinematográficos de la Academia norteamericana, inspiradora quizá de nuestro busto del Goya.


* Mercedes Peláez es arquitecto.

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