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Irán tiene una pregunta para usted, señor presidente

  • Obama está dispuesto a cambiar la estrategia de comunicación de la Casa Blanca
  • Los periódicos digitales y los medios alternativos son claves en la nueva etapa
Por JOHN DICKERSON* (SLATE)
Actualizado 30-06-2009 11:01 CET

Esta semana se desató una pequeña tempestad entre el grupo de periodistas acreditados para cubrir la información de la Casa Blanca. La Casa Blanca había concertado que fuera Nico Pitney, del Huffington Post, quien planteara una pregunta que un ciudadano iraní le había formulado en la Web. Esto disgustó un poco a algunos medios tradicionales, quienes, a su vez, provocaron la burla de muchos en el universo web.

Esto es una lucha interna que no tiene fin. Nos encanta hablar de nosotros mismos (si opinas que esto es mirarse el ombligo, puedes continuar o directamente cerrar tu navegador). Si sigues leyendo, no digas que no te lo advertí, y no te quejes después. Fuera del ámbito periodístico, el interés de este altercado reside en que es un choque predecible entre diversos canales de difusión en un mundo que cambia con rapidez. Pitney es un periodista de nuevo cuño, y no sólo porque trabaje para un sitio web, sino porque, en la cobertura de Irán ha sido un 'agregador' de primera categoría, escudriñando todo género de medios para darles la estructura narrativa de una noticia que continúa. Es una criatura sin precedentes, que podemos encontrar no sólo en el Huffington Post sino en el New York Times.

Lo novedoso de esta anécdota de la rueda de prensa no está en la propia convocatoria, sino en el contexto. La Casa Blanca está siempre organizando cosas con periodistas. Sencillamente, lo que pasa es que la acción no siempre llega durante la rueda de prensa (el caso Jeff Gannon fue la excepción que confirma la regla).

En un mundo ideal, los periodistas no dependeríamos de la Casa Blanca para tener acceso al presidente. Pero lo hacemos. Es la administración quien decide a quién convoca, quién consigue entrevistas cara a cara y quién tiene acceso a pasar una jornada completa con el presidente, con parada en una hamburguesería corriente y moliente incluida. Así que no es noticia que se le dé la oportunidad a un periodista de tener ese encuentro porque la Casa Blanca haya encontrado algún provecho en ello. 

Durante la era Bush, la mera idea de que los periodistas pudieran negociar de esa forma era motivo de críticas. Se argumentaba que los periodistas estaban atados de pies y manos porque dependían de lo que la Casa Blanca les permitiera hacer incluso antes de entrar a hacer su trabajo. Recuerdo formar parte de un grupo de discusión con Arianna Huffington, que argüía convincentemente que, dado que los periodistas que cubrían información de la Casa Blanca contaban con acceso, la relación estaba inherentemente viciada. (Escribió una crónica sobre ello).

Esta acusación tuvo, y tiene, fundamento. De vez en cuando los periodistas y los medios han renunciado a ser duros a cambio de tener un acceso privilegiado. Pero el acceso no garantiza que sean blandos. Pitney lo obtuvo y disparó una buena pregunta, prueba de ello es que el presidente se las compuso para no responderla —lo evidencia además que Obama comenzó a responderla con un "bueno", un pequeño tic que revela que no estaba entusiasmado precisamente—.

Sin embargo, Arianna Huffington y sus partidarios están al otro lado de esta pequeña riña interna. Están discutiendo una versión de lo que los principales medios de comunicación solían debatir: no se trata del acceso en sí; se trata de lo que haces con él. Ésta es una evolución sana. Es cierto que algunos de entre los que ahora escriben alabando la administración Obama porque está abierta a un nuevo tipo de periodismo probablemente se hubieran puesto a bramar si Bush hubiera hecho algo similar en una rueda de prensa. Pero cuánto os moleste esta hipocresía dependerá probablemente de cuán partidistas seáis.

Y lo que es totalmente estúpido es pretender que no se conciertan las entrevistas. Esto es, o bien una vana ilusión, o una base lógica forzada que los principales medios de comunicación utilizan para justificar su oportunidad de acceder. El miedo a perder dicho acceso, dicho sea de paso, no es necesariamente envidia cochina: los grandes canales de difusión pagan mucho dinero para cubrir lo que ocurre en la Casa Blanca, y (supuestamente) la información que proporcionan es un bien público. Para poder gastar este dinero y disponer los recursos necesarios, podrían aducir, deberían recibir un trato de favor. Si ni siquiera pudieran ocupar un lugar preferente en el orden jerárquico de preguntas y respuestas en una rueda de prensa, se retirarían —y todos sufriríamos las consecuencias—. (La tesis contraria es que tienen acceso de sobra). 

Hay miembros de la prensa tradicional que reconocen que existe una relación simbiótica entre la Casa Blanca y los medios que le dan cobertura. Pero, aun así, siguen picados por esta anécdota que tuvo lugar en una rueda de prensa y que hizo quedar al resto de reporteros como unos pelotas.

La pregunta de Pitney contribuyó a crear una imagen que benefició a la Casa Blanca en este caso concreto: un presidente a quien se le estaba recriminando su falta de camaradería con los iraníes, esforzándose en lidiar con la pregunta de un iraní. Después de todo, el presidente podría haber contestado a la pregunta de Pitney en privado. Pero quería mostrarle al mundo su empatía, y, para crear esta imagen, necesitaba que el Huffington Post aceptara el acuerdo. Como marco propicio, sin embargo, fue poco eficaz comparado con el creado por los enviados especiales de las cadenas de televisión ABC y NBC, que fueron más largos y llegaron a mucha más gente que la rueda de prensa.

Si el presidente se hubiera sentado a hablar con Pitney, a los principales medios de comunicación no les habría importado tanto. Les importaba, en parte, porque este episodio les implicaba. La Casa Blanca se valió del escenario de la rueda de prensa para el acuerdo.

Como ciudadano, cuánto te disguste esto depende de la importancia que le concedas a las ruedas de prensa presidenciales de la Casa Blanca. Hay una corriente de pensamiento según la que nunca sacamos nada realmente útil de ellas, pero no estoy de acuerdo. Puede que sean eventos orquestados, donde el presidente selecciona a los entrevistadores y les mantiene en su terreno, por lo general, pero se cuentan entre las relaciones menos arregladas entre el presidente y la prensa.

Aunque el equipo de Obama se haya entrometido en las ruedas de prensa de una forma nueva, también las ha vuelto menos planificadas. Obama convoca a más periodistas de lo que lo hizo la administración Bush (de los sitios web, de publicaciones más pequeñas, de Stars and Stripes —el diario norteamericano independiente de información sobre Irak—) y es más probable que las preguntas que éstos formulen sean mucho menos previsibles, lo cual es bueno. Si se piensa detenidamente, pues, esta Casa Blanca en realidad ha aumentado la probabilidad de que salga información provechosa de las ruedas de prensa.

Por último, mi personal punto de vista sobre quienes integran el núcleo de periodistas acreditados para cubrir información de la Casa Blanca: para muchos de ellos, la rueda de prensa constituye la única forma de hacer su intento con el presidente. El ritmo de la Casa Blanca puede convertir en estrellas a reporteros de una cadena privada de televisión y hacer de ellos periodistas de diarios destacados, pero muchos periodistas muy eficientes ni siquiera sabéis quiénes son, y probablemente nunca lo sepáis. Ahora quedan menos de este tipo, porque ésta es la gente que está perdiendo su puesto de trabajo a medida que los medios contratan.

Las ruedas de prensa son con frecuencia la única oportunidad que tienen de hacer una pregunta sobre un presidente que llevan observando y estudiado durante meses. Se preparan sus preguntas, tratan de acordarse de la última vez en que fue convocado alguien de un medio desconocido, y esperan apuntarse su tanto. Atienden mientras los grandes medios tradicionales intervienen, y, cuando acaba la función, sin embargo, volvemos a encontrarnos con que no son capaces de preguntar nada: están decepcionados.

Entonces, a medida que se les lleva más atrás en la sala, se les da otra razón más para desengañarse. Incluso si has entrado en la lógica de la Casa Blanca, uno puede darse cuenta de cuán difícil encuentran tomar parte en este acuerdo.

*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.

(Traducción: Carola Paredes)

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