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El diálogo de la arquitectura: entre el contexto y lo formal

  • La arquitectura intenta reducir el error recurriendo a la ciencia y racionalidad
  • Las aportaciones de otras disciplinas y movimientos enriquecen los recursos
Por DIEGO FULLAONDO (SOITU.ES)
Actualizado 06-07-2009 18:27 CET

La selección de los contextos pertinentes no es, ni más ni menos, que el paso analítico, previo y necesario, que sirve para ajustar el salto al vacío que siempre va violentamente asociado a cualquier acto creativo. Es cierto que el deslizamiento que ha sufrido y sigue sufriendo la arquitectura hacia las disciplinas y los métodos de trabajo científicos ha pretendido minimizar el riesgo de error asociado a este, por otra parte, inevitable salto. La más estricta racionalidad sigue acotando implacablemente la cada día más intolerable posibilidad de error. Pero, como en la paradoja de Zenón, esa posibilidad siempre existirá. Y, lo que es más importante, para avanzar en el conocimiento habrá que asumirla y siempre será necesario dar un salto, grande o pequeño, al vacío, que solo con posterioridad podrá ser analizado hasta sus últimas consecuencias.

Por este motivo resulta igual de insatisfactorio para el arquitecto negar la racionalidad y apelar a una íntima intuición personal para la explicación de su forma de hacer, como abrazar el materialismo cientista, pretendiendo que todos los extremos de su propuesta no responden más que a una concatenación de razonamientos deductivos realizados a partir de unas premisas irrefutables.

Este binomio que forman la selección de los contextos pertinentes y la relación que se establece con la discontinuidad irresoluble que acompaña al acto creativo es el que caracteriza al trabajo de cada estudio de arquitectura. Y el que nos proporciona las claves para acometer su análisis, para valorar su idoneidad y para cuantificar su relevancia.

Intentaré explicarme con algunas actitudes concretas:

Dejaré a un lado, como he dicho antes, a los arquitectos —afortunadamente bastante infrecuentes en la actualidad— que aluden para explicar su trabajo al peculiar ojo del arquitecto, a la sensibilidad especial del artista, o a la conjunción mágica de los astros, por su perfecta y buscada impermeabilidad al análisis. El salto al vacío que explícitamente demandan es simplemente inaceptable.

La inclusión como contexto pertinente dominante en un proyecto, de un diccionario arquitectónico ya consolidado —como por ejemplo el ideario racionalista—, o de modelos previos de la historia de la arquitectura —como por ejemplo, el concepto de tipología— tiene por objeto fundamental reducir el riesgo, minimizar la posibilidad de error. Esto no implica necesariamente que el resultado sea mejor o peor. Pero sí supone que la posibilidad de avance de la disciplina derivada de ese proyecto también se minimiza.

El actual énfasis en los aspectos técnicos de nuestra profesión (construcción, estructuras, instalaciones, etc…) tiene por objeto también la reducción del riesgo. Su intrínseca condición científica, parametrizable, cuantificable, proporciona una agradable sensación de certidumbre, de estar haciendo lo correcto. Pero, de nuevo, también es necesario señalar que, si se afrontan estos aspectos de la disciplina desde la seguridad de lo ya conocido y experimentado, el resultado, a pesar de su aparente contemporaneidad, no habrá supuesto un desarrollo significativo de la arquitectura.

De los dos puntos anteriores se puede entender que existe una relación inversamente proporcional entre el grado de sujeción de un razonamiento al territorio tradicional de la disciplina y la posibilidad de avance efectivo de la misma.

Por otra parte, no son infrecuentes ya vigorosos análisis o construcciones contextuales que parten desde otras disciplinas o desde aspectos de la sociedad aparentemente muy alejados de lo arquitectónico (lo ético, lo sociológico, lo político, lo tecnológico, lo biológico, etc…). La necesidad de su planteamiento parte del histórico retraso de la arquitectura. Somos lentos. Lentos y pesados. Estos nuevos contextos son, por lo general, enormemente sugerentes, y parecen apuntar nuevos caminos, evidentemente asociados a una dosis de riesgo mucho más alta que la señalada para las actitudes anteriores.

Ocurre con frecuencia, sin embargo, que estos poderosos planteamientos no producen unos resultados que reflejen la potencia que los desencadenó. Puede ser cuestión de tiempo y oportunidad. Pero también puede ser que una vez realizado el esfuerzo de construcción de unos nuevos contextos pertinentes se eluda, consciente o inconscientemente, el problema de la materialización de la arquitectura. De esta forma, magníficos mapas de complejidad, sugerentes acciones arquitectónicas o agitaciones sociales más que deseables, pretenden llenar el hueco dejado por la falta de definición del objeto arquitectónico. O bien, lo que es peor, cuando los proyectos pasan a esta fase de materialización, irreflexivamente asumen todos aquellos principios y modos de hacer que pretendían combatir o superar.

El arquitecto debe estar atento a su alrededor, a la sociedad en la que trabaja, para detectar los accidentes, los contextos pertinentes y relevantes sobre los que deberá construir la hipótesis formal que intente resolver el problema. Entiendo que la complejidad creciente de nuestra sociedad hace que las señales de los accidentes se encuentren en terrenos cada vez más alejados de la disciplina propiamente dicha, y hacia allí hay que dirigir la mirada. Para después, ahora sí desde la disciplina, desde la manipulación del espacio (real o virtual), desde la creación del artificio, presentar a la sociedad, con evidencia y autoridad, una solución posible al problema detectado.

Estas son las impresiones que saqué de las propuestas y explicaciones presentadas en el estupendo Campus de Ultzama. Todas ellas realizadas sobre la base de la autoría y responsabilidad individual del arquitecto y su obra. El fenómeno de la producción colectiva, que está apareciendo en la actualidad gracias a la poderosa herramienta de la red, escapa completamente a estos apuntes. Para mí es definitivamente la mayor incógnita y, quién sabe si al mismo tiempo, la mayor oportunidad. Pero eso es otra historia.

PD. Para todo aquel que tenga interés, la documentación completa del I Campus de Ultzama, participantes, proyectos, intervenciones y editoriales varios, la puede encontrar en la http://scalae.net, dirigida por Félix Arranz, al igual que el Campus, y en la Fundación Arquitectura y Sociedad, principal impulsora del evento.

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