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En defensa de la copia: la dualidad en la arquitectura

Por MARÍA A. SALGADO DE LA ROSA* (SOITU.ES)
Actualizado 16-07-2009 15:18 CET

Hace poco visité Mallorca después de algunos años y recordé una anécdota de mi etapa de estudiante de arquitectura sucedida en la isla allá por los noventa. Armados con la inocencia del aprendiz, cinco amigos (todos estudiantes de arquitectura de la Escuela de Madrid) nos dirigimos a Portopetro provistos de lápiz, cuaderno y cámara de fotos dispuestos a toda costa a inmortalizar la casa del danés Jørn Utzon a la sazón arquitecto de la ópera de Sidney.

Para los que no conozcan la zona hay que decir que se trata de un enclave paradisiaco de acantilados con casas que miran hacia el mar y a las que se accede, como en otras urbanizaciones, desde una calle anodina flanqueada por tapias y vegetación que impiden ver la arquitectura. Esto hace que por muy bien que se haya estudiado la zona, para las personas ajenas a la urbanización resulte difícil localizar una casa en concreto.

Y eso fue precisamente lo que nos sucedió. Tras una ardua búsqueda por fin localizamos la casa y nos lanzamos como fieras a por ella. Hicimos unas cuantas fotos, empezamos a percibir algunas diferencias en la estructura y en pequeños detalles como el remate de cubierta. Algo no cuadraba, parecía la auténtica pero nos extrañaba que el arquitecto hubiera consentido ciertas perversiones en aras de un mantenimiento aceptable de la edificación, o lo que es peor, de la comodidad. De repente uno de nosotros (no recuerdo bien quién) dio la voz de alarma revista en mano: ¡Esta no es la casa de Utzon!

¡Cómo podía ser! Estábamos seguros de hallarnos en el lugar indicado. Tras unos instantes de pánico descubrimos que unos metros más allá se encontraba la original aun más oculta por la vegetación, pero ya no había duda. ¡La habíamos encontrado!

Una vez terminada la visita reflexionamos en voz alta sobre lo ocurrido y nos dimos cuenta de que el propietario de la primera casa había construido una vivienda a imagen y semejanza de la de su vecino. Esta circunstancia muy habitual por un lado, resultaba paradójica por el hecho de que el vecino en cuestión era un arquitecto tan conocido como Jørn Utzon, que además coincidía con que era el diseñador de la casa.

Lejos de desmerecer su valor, una copia puede servir para potenciar las virtudes el original. Y es que la duplicidad es un recurso poderoso, máxime cuando se trata de una copia, es decir, cuando la duplicidad es obtenida mediante la réplica de un original y por tanto posee ciertas diferencias.

Si no que se lo digan a Warhol que explotaba este recurso en sus serigrafías, o a Kubrick, quien no por casualidad eligió con cuidado a sus gemelas del resplandor de tal manera que fueran casi iguales pero no idénticas, lo cual las hace aun más aterradoras.

En el caso de la arquitectura ese efecto de duplicidad no clónica no es tan fácil de obtener, sin embargo existen algunos ejemplos muy conocidos. Desde las torres de la Marina en Chicago a una réplica de la terminal de la TWA de Saarinen en Las Vegas, la duplicidad arquitectónica persigue crear sensaciones muy concretas.

De entre todo un abanico de ejemplos merece la pena destacar las casas Wislocki y Trubeck que construyó Venturi a principios de los setenta.

Estas casas resultan un caso extremo de parecido razonable. Situadas muy próximas entre sí y con unos condicionantes muy parecidos, la coincidencia de elementos formales y constructivos idénticos hace que su relación genere impresiones distintas. Se trata de arquitecturas razonablemente parecidas que podrían haber sido iguales y que así lo parecen al situarse una al lado de otra. Sin embargo ambas guardan similitudes no sólo entre sí, si no con los cottages vecinos de pescadores de la isla, así como con otras casitas de campo decimonónicas de Nueva Inglaterra, y sin embargo su situación las convierte en gemelas a pesar de no haber sido concebidas como tales.

El propio Venturi desmiente la duplicidad al afirmar que una es compleja y contradictoria, mientras que la más pequeña es ordinaria y sencilla.

El tema del original y la copia da mucho de sí pero como corolario a las ideas apuntadas voy a referirme a una cita de Guy Debord publicada en el libro 'Comentarios sobre la sociedad del espectáculo'. Para Debord, "la burguesía difundió el espíritu riguroso del museo, del objeto original, de la crítica histórica exacta, del documente auténtico. Hoy en día en cambio, lo ficticio tiende en todas partes a reemplazar a lo verdadero".

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