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Los Ángeles es feo... y mágico

Por JANA DÍAZ JUHL (SOITU.ES)
Actualizado 20-07-2009 05:55 CET

LOS ÁNGELES (EEUU).-  Incluso nosotros, los que amamos esta ciudad, tenemos que aceptarlo: Los Ángeles es feo, es feo de cojones. La experiencia de ser nuevo en la ciudad y conducir intentando descubrirla puede ser desoladora, especialmente para el ojo acostumbrado a otro tipo de urbes. Asusta, para empezar, en su extensión, pero puede que aún más en su monotonía. Los barrios residenciales poseen un ensimismamiento hostil y el núcleo urbano o 'inner city' sorprende por su descuido y suciedad. Parece todo lo mismo, una repetición de esquinas idénticas con idénticas liquor shops, lavanderías y restaurantes baratos. Uno navega sin puntos de referencia y tal vez lo único que perciba es que los carteles pasan del español roto al coreano o al tagalo y de vuelta al español.

Lentamente no obstante, el ejercicio activo y consciente de vivir la ciudad va revelando la diversidad de la gente que la habita y surgen los detalles singulares que dotan de carne al mapa-esqueleto gris de esta ciudad terrorífica. Los no-lugares se convierten en potencialidades, la visión se afina y de esa aparente monotonía surge la magia.

Cuando mi colega Danny me habló del 'Silver Dollar' no tardé en situarlo. En la esquina de la Séptima con Rampart y en un barrio predominantemente centroamericano, se trata de un lugar por el que he pasado conduciendo infinidad de veces. Enseguida visualicé el sofisticado cartel de neón púrpura ligeramente incongruente con la calle en la que se sitúa: una manzana maravillosa en la que también se encuentra 'La Iglesia de Cristo', una botánica —tiendas de hierbas, potingues, velorios y remedios "atrapanovios"— con el desconcertante nombre de 'Angelitos Nutritivos' y la agencia de viajes 'Madrid', en un edificio ornado con un friso decorativo en el que están esculpidos los bustos de los más insignes conquistadores españoles.

Me cuenta Danny que se trata de uno de los primeros locales homosexuales de la ciudad, fundado en 1963. Su historia, apenas narrada en las crónicas gays, nos lleva a explorarlo. Los fines de semana el local es una colmena de espectaculares reinas, la mayoría latinas, que bailan y beben con hombres, muchos jóvenes, de Ecuador, Salvador, Honduras, México. La mayoría de ellos son heterosexuales. Entre semana, no obstante, la clientela es más variada.

Aparco y salgo del coche —ejercicio activo, una nueva marca de color en el mapa-esqueleto, otra calle habitada—. El portero, Miguel, charla con Karen, una de las más buscadas reinas del local, mientras fuman un cigarro. Miguel es de Guatemala y lleva trabajando cinco años el Silver. Le gusta. Una vez dentro, Danny me presenta a Wu. Wu, una videoartista que en la actualidad trabaja en un proyecto sobre el local. Sirve copas mientras con la otra mano maneja una pequeña videocámara. Es Martes por la noche y celebra "Wildness": electro-pop versus M.I.A, versus salsa aderezada con electrocumbia. La clientela es una mezcla de los habituales con lo más florido del típico público 'artsy'. Las chicas, gays y heteros, son especialmente interesantes. En la barra hay nachos y salsa, y si crees que no te animarás a bailar espera a mezclar un poco de vino con un poco de birra a cinco dólares y una 'gotita' de champagne a cuatro. Eso si, cuando Wu y Karen salen a la pista, olvídalo, estas dos reinas bailando dejan a Beyoncé en bragas.

De repente, la música se para y se forma un círculo en centro de la pista en torno a un joven chico afroamericano que lleva una mochilita colgada a la espalda. Cuando se quita la mochila y saca un objeto de dentro vemos que se trata de una funda de violín eléctrico. Se conecta y comienza a tocar. Es Bach. Toca tres piezas. A mi lado una pareja de chicas se da la mano y se abrazan. Un chico delgado y pálido a mi izquierda tiene los ojos empañados. No es para menos, la situación es tan arbitraria, tan fuera de lugar y al mismo tiempo tan natural que resulta mágica.

Existen en Los Ángeles numerosos locales frecuentados por Drag Queens, incluso alguno, como el Blacklight en Santa Mónica y Western, es específicamente latino, pero el Silver Platter es llamativamente libre y ecléctico. Un lugar seguro para una de las comunidades más vulnerables que se siente como un auténtico descubrimiento, un secreto que comparten con alegría los exploradores de la ciudad.

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