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Ni tanto...

Por DIEGO FULLAONDO (SOITU.ES)
Actualizado 31-07-2009 17:11 CET

Está rarete el mundillo de los concursos de arquitectura. Con esto de la crisis, al amplio grupillo de 'concurseros' habituales, se ha unido una enorme masa de arquitectos que nunca habían tenido la necesidad, ni económica ni espiritual, de dedicarse a esta, casi siempre ingrata, actividad.

Las consecuencias más evidentes de esta situación son la multiplicación exponencial del número de propuestas presentadas a cada convocatoria y la 'profesionalización' de muchas de las soluciones, que se alejan del territorio tradicionalmente innovador que tenían reservado los concursos. Además de, por supuesto, una dificultad añadida para el difícil trabajo de los jurados, que si ya lo tenían complicado antes decidiendo entre 30 ó 40 proyectos, tienen ahora que lidiar con cientos de paneles redactados desde posiciones absolutamente dispares. Vamos, un lío muy grande.

Se han fallado recientemente dos grandes concursos en España: El Mirador del Palmeral de Elche, y el Parque Urbano de Valdebebas. Ninguno de los dos constituye un ejemplo arquetípico de lo comentado en el párrafo anterior, pero su importancia y, desde mi punto de vista, lo peculiar de los resultados, invitan a una pequeña reflexión.

El Mirador del Palmeral lo ha ganado STAR, dirigido por Beatriz Ramo, con una propuesta que consiste, fundamentalmente, en la instalación de una enorme noria. El concurso se realizó en dos fases. Un modelo de concurso que se ha puesto muy de moda últimamente en el que, después de un primer proceso de selección abierto a cualquier candidato, se hace competir a los ganadores con un reducido grupo de arquitectos de renombre internacional elegidos a dedo por los organizadores de la convocatoria. En este caso, la cosa se complicó más de lo habitual, debido, parece ser, a muchas dudas por parte del jurado en la segunda fase: se retrasó la emisión del fallo definitivo; se realizaron presentaciones públicas de las propuestas; e incluso se acometieron infinidad de votaciones populares, reales y virtuales en distintos foros.

Al final ganó la noria. La propuesta viene de la fase uno, de la fase open, lo cual suele ser reconfortante. Siempre gusta que David venza a Goliat. Además parece que fue la ganadora en las votaciones populares, con lo que se tranquilizan las conciencias indecisas. Pero, una respuesta tan brutalmente obvia ¿es realmente la mejor manera de construir un icono reconocible para el magnífico palmeral, tal y como pedían las bases del concurso?

Norias que son miradores

La referencia en esto de las norias-miradores-urbanos es desde hace años el famosísimo London Eye de la capital británica. Es indudable su éxito, por supuesto económico y probablemente arquitectónico, ya que la increíble potencia de Londres ha engullido con sorprendente naturalidad la gigantesca circunferencia de la ribera del Támesis, enriqueciendo aun más el poderoso collage que configura esta singular super-capital.

El London Eye tiene sentido porque se convierte prácticamente en el único punto de la ciudad desde donde es posible contemplar la complejidad del conjunto de la metrópoli, que en el paseo ortodoxo a cota de calle, se esconde y nos muestra solo visiones parciales de su todo; percepciones enormemente variadas y ricas, pero indiscutiblemente fragmentarias. El London Eye se convierte por lo tanto, en un punto necesario y singular en el que podemos elevarnos para entender la extraña fascinación que sentimos al recorrer la diversidad y multiplicidad que la capital nos ha ido enseñando sólo en visiones sucesivas y nunca simultáneas. Únicamente desde allí podemos ver el cuadro completo; a la vez que, dada la fuerza del conjunto, seguimos formando parte de la escena.

Pero, no creo que con esto ofenda a los ilicitanos, Elche no es, ni mucho menos, Londres. El palmeral es en sí mimo el valor más singular de la pequeña y especializada ciudad. No es necesario un gesto tan enorme para contemplar un collage que no existe. En este caso se consigue más bien el efecto contrario al buscado: la noria compite con el palmeral. Y mucho me temo que ganará.

Los indudables valores que el singular entramado verde tenía —su paseo silencioso, su escala desproporcionada con la ciudad que lo rodea— quedarán minimizados con la aparición de la gigantesca rueda de feriante. Ya nadie se acordará del sutil encanto de un incomprensible y único palmeral urbano, sino que se verá obligado a recordar una inmensa noria idéntica a la de cualquier feria de pueblo.

No me han interesado demasiado ninguna de las otras propuestas de la fase dos del concurso. Era muy difícil. Quizás había algo equivocado en el propio planteamiento de las bases del concurso. Sin embargo, en la mayoría de las soluciones presentadas, los arquitectos intentaban acertadamente completar el discutible contenido programático de mirador del palmeral con otros usos, con otras actividades, en la pretensión de acercar a más gente al parque; añadirle otras actividades además de la meramente contemplativa. Era una salida posible. Creo que esa estrategia es más acertada que simplemente centrarse en la función de mirador e icono tal y como ha hecho la noria (es curiosa la forma en la que STAR ataca en sus paneles una posible propuesta de edificio icónico para defender su noria con varios argumentos bastante extraños hasta llegar a un último que me parece bastante surrealista: al contrario que un edificio, la noria si no funciona, se desmonta y ya está. Pues toma. Es como decir: mi propuesta es la mejor porque si me equivoco la quito y listo).

Lo cierto es que puestos a simplemente mirar o contemplar el palmeral, el enrevesado y serpenteante paseo elevado que proponía SANAA, creo que, al menos, es una manera diferente y mucho más interesante de recorrer un bosque tan singular: a la cota del suelo, a la de los troncos de las palmeras, entre sus copas y finalmente sobre ellas. Dejando a un lado la extremada delgadez con que SANAA siempre dibuja sus propuestas (que generalmente encuentra respuesta precisa en una construcción que resulta increible para el resto de los mortales) y las pendientes más o menos acentuadas de sus rampas, esto sí era una nueva mirada al palmeral para ciudadanos y turistas. En este caso sí se pone en valor y se destaca lo que de singular ya tenía la ciudad, en lugar de aplastarlo con una estratégica y supuestamente metafórica rueda metálica. Pero claro: como se puede desmontar, pues bien está.


Próximamente, publicaremos la segunda parte de este artículo sobre el Parque Urbano de Valdebebas.

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