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Regreso a Afganistán

  • Gervasio Sánchez ha regresado a un país que conoce desde hace trece años
  • Allí se ha vuelto a encontrar con las reticencias de los oficiales españoles
Por GERVASIO SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 03-08-2009 08:49 CET

KABUL.-  Mi anterior viaje a Afganistán no fue el mejor de mi vida. A los cuatro días de llegar murió mi madre. Hace tres años no había tantas conexiones internacionales como hoy. Como era imposible llegar a tiempo para su funeral decidí quedarme en Kabul. Un mes más tarde esparcimos sus cenizas cerca de una playa de Tarragona.

La principal razón de aquel viaje fue proseguir la historia de Wahida Abed, una joven que había sufrido la amputación de las dos piernas por la explosión de una mina, a la que había conocido en 1996. Pero ella no aceptó más fotos. Me hubiera gustado fotografiarla en la universidad cuando estaba a punto de finalizar sus estudios de Derecho. Hubiese sido una bonita manera de cerrar una historia de vida muy golpeada por el dolor.

Fui a Herat a realizar un reportaje sobre los soldados españoles en Afganistán. Aunque siempre he acudido a los conflictos para cubrir los acontecimientos bélicos, nunca he dejado de realizar un amplio reportaje sobre los soldados españoles. Ni en El Salvador en 1992, ni en Bosnia años después, ni en Afganistán en 2002, ni Irak en 2003 y 2004.

Desde el Ministerio de Defensa se comprometieron a dejarme trabajar. "Te daremos todas las facilidades", me aseguró el director de comunicación de entonces. Pero unos días después de mi llegada murió un soldado de la agrupación española en un atentado. Las habituales restricciones se multiplicaron por mil. Aunque llegué a Herat una semana después de la trágica muerte y mi intención era publicar la historia un mes más tarde fue imposible trabajar con tranquilidad.

Había que enviar cuestionarios a Madrid como si los coroneles de los que dependen las unidades operativas fueran niños de pecho, había que bregar con oficiales de prensa obligados a pedir permiso para las cosas más nimias. Varios oficiales que conocía desde hacía décadas (el coronel destacado en Qala-e-Now había sido mi instructor cuando me fui voluntario a los paracas con 18 años en 1977) me pidieron excusas después de poner a parir a los "señoritos de Madrid".

Por todo esto hace dos días regresé a Afganistán, país que conozco desde hace 13 años, con cierta inquietud, aunque se me pasó durante la cena con Mónica Bernabé, la magnífica corresponsal de El Mundo en Afganistán. Su historia de penurias con el Ministerio de Defensa daría para escribir un libro o un guión de cine. Lo último: el lunes pasado llegó a Qala-e-Now pocas horas antes de que la ministra de Defensa, a la que le encantan las ruedas de prensa sin preguntas y que utiliza a los periodistas para autopromocionarse, volase a esa localidad.

Por enésima vez le prohibieron la entrada en la base española. Sus artículos críticos no suelen gustar en Madrid. Pero las heridas se abrieron cuando puso en boca de un oficial afgano que los soldados españoles "eran unos cobardes". Llegaron cartas de repulsa a El Mundo, incluida una carta escrita por el mismo oficial afgano que decía que Mónica había manipulado sus palabras. En el país de la mentira permanente (hay soldados y policías de día que ejercen de talibanes durante la noche) se le dio más validez a un oficial acojonado que a una periodista de referencia.

De nuevo se tuvo que buscar la vida en Qala-e-Now y al final decidió regresar este miércoles por tierra en un viaje poco aconsejable que puso los pelos de punta en la embajada española en Kabul. Lo más curioso es que Mónica Bernabé se entrevistó hace unas semanas en Madrid con Sergio Sánchez, el actual director de comunicación del Ministerio de Defensa, con la intención de limar asperezas. Salió satisfecha de la reunión porque creía que la actitud sería distinta a partir de ahora. Pero la alegría ha durado poco.

La única periodista española que vive permanentemente en Afganistán tiene más facilidades para empotrarse con los marines estadounidenses en las áreas más peligrosas del país que para tomarse un café con un oficial español en la cantina de cualquier base. Espero que la ministra no se sienta muy satisfecha con la prepotencia de sus subalternos.

Afganistán es un país en guerra en el que hay que asumir grandes riesgos para informar. Pero sería difícil de aceptar que Mónica Bernabé sufriera algún percance por la intransigencia del Ministerio de Defensa. Entonces sí que tendrían que dar muchas explicaciones o incluso enfrentarse a alguna demanda judicial.

Kabul ya no es aquella ciudad arrasada por los señores de la guerra de mediados de los noventa o la ciudad vacía y silenciosa de la época talibán. La fiebre de oro y la especulación inmobiliaria están muy presentes. Los precios se han disparado. El mercado de cambio mueve millones de dólares y afganis, la moneda local, a la semana. La seguridad se ha incrementado. Los hoteles y los restaurantes utilizados por los extranjeros y las mansiones de los nuevos ricos, muchos de ellos vinculados a los negocios de la guerra, se han fortificado con altos muros de cemento y escoltas armados.

Kabul parece una pequeña copia de Bagdad.

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