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"Mapa de los sonidos de Tokio": el preciosismo de Coixet se explaya en Japón

EFE
Actualizado 27-08-2009 18:01 CET

Redacción Internacional.-  Tras el encargo resuelto con pulcritud en "Elegy", Isabel Coixet se explaya en su firma personal con "Mapa de los sonidos de Tokio", una película que pasó por Cannes con más pena que gloria pero que, sin embargo, contiene las claves poéticas más acertadas de su directora.

Arropada por otro catalán en el exilio, el actor Sergi López, y una actriz japonesa de trayectoria internacional, Rinko Kikuchi, Coixet recupera la senda de lo íntimo en esta película que, si bien no explota todo el potencial de su planteamiento, traza una elegante senda por las imposibilidades del amor.

Las imágenes poéticas, especialidad de la casa, están presentes desde el principio, desde el propio título. Esa intuición de dejarse conducir por un sonido, un latido indescriptible que subyace a la discreta, casi silenciosa sociedad japonesa. La paradoja lírica de un cine nacido para escuchar.

Sobre ese manto de belleza regular y aséptica se tiende con demasiada suavidad la historia fatalista que Coixet elige como eje de su film: la de una misteriosa japonesa que divide su vida entre la pescadería y su trabajo de sicaria y que encuentra el amor en su objetivo a eliminar, un hombre catalán que regenta una vinatería.

Pero Coixet, queriendo rozar esa sutileza emocional nipona bajo la influencia de maestros como Yasujiro Ozu, Hirokazu Kore-eda o el escritor Haruki Murakami y someter los sentimientos a los corsés que ahuyentan el contacto físico, ofrece una ración de romanticismo tan cruda y fría como el sushi.

El mismo hilo fino que le permitió tejer un retrato optimista del cáncer en "Mi vida sin mí" (2003) y hacer elocuente "La vida secreta de las palabras" (2005) se arrecia notablemente en el viaje a Japón, donde la fascinación esteta de la directora es como un desvío equivocado que pierde al espectador y lo aleja del dramatismo de la historia.

Pero mientras deja escapar la pasión entre sus dos protagonistas -a lo que no ayuda la falta de química entre López y Kikuchi- sabe tomar carreteras secundarias que convierten la visión de "Mapa de los sonidos de Tokio" en un paseo delicioso, tanto por sus paisajes -es probablemente la película mejor rodada de la directora- como por su recorrido emocional en los personajes episódicos.

Saben a poco las píldoras de un padre vengativo que recibe la noticia de que su hija se ha suicidado mientras come sashimi servido sobre el cuerpo de una mujer; de una sicaria que limpia las tumbas de sus víctimas, o la excusa para el título: ese hombre que roba los sonidos de la cotidianeidad.

Pero gracias a estas pinceladas de costumbrismo atípico, que son por su esquematismo como hermosos poemas haiku, finalmente se inclina la balanza de "Mapas de los sonidos de Tokio" hacia el cine que, pese a sus imperfecciones, merece la pena ver.

Mateo Sancho Cardiel

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