Agosto: Cuando el Ferrero se derrite

Agosto es perverso, todo cuesta más esfuerzo y las sudaderas chorrean de lo lindo; hay colas en la carretera, los cafés de costa están a reventar, no hay Ferrero Rocher en venta pues se derriten en las cajas, los cabezudos andan a hostiazo limpio y a zambombazos por los pueblos y hasta da pereza sacar la cámara fotográfica del zurrón.

Pero sigue habiendo poesía en el ambiente aunque por el sofoco cueste verla y como dicen en las fotos donde aparece multitud de gente, este mes, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, pueden ver: barrio sésamo entero en un comercio de New York, Vincent y Michel Niquet sudados en Ciboure ¡cómo no!, los germinados de Berasategui, un tomate en mi jardín, ajos de Pedroñeras, fuegos artificiales desde el Branka donostiarra, el pórtico de acceso al mejor asador del mundo, que está en Atxondo, fabada de Casa Gerardo —casi morimos en Prendes—, mi hermano Bolo come pescado ¡milagro!, seis toros seis en la arena de la plaza, pastel de tocineta y patata a punto de caramelo, se me cayó un árbol, antes hubo una carnicería, salmonetes de Imanol, Luis y Balta posando con sus novias, riñones y mollejas salteadas ñam ñam, sardinas de Joxemari Arbelaitz, dos culazos, Monday no cabe en el mapa, Martín sumerge en agua hirviendo las langostas vivas unos segundos las escurre, parte en dos y al horno suave con mucha mantequilla y pimienta negra a mogollón, hasta que pierden color crudo son tan sólo diez minutos, careta guisada con gamba blanca y ensalada refrescante Chez Arbelaitz para contárselo a los nietos. Corto y cierro.