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Con las manos de una delincuente encima

  • Las presas de la cárcel de Chiang Mai dan masajes buenos y baratos
  • Por poco más de tres euros te das un masaje tailandés completo
  • Además del componente morboso, contribuyes a la reinserción social de las reclusas
Por LUIS MURILLO ARIAS (SOITU.ES)
Actualizado 05-10-2009 18:40 CET

CHIANG MAI (TAILANDIA).-  La oferta de masajes en Chiang Mai y, en general, en toda Tailandia, es muy variada y abundante, como ya explicó Carmen Gómez Menor, la corresponsal de Vida Urbana en Bangkok. Pero en la ciudad más turística e importante del norte, Chiang Mai, existe una variante. Una opción que puede ser arriesgada si lo miras desde un punto de vista superficial, pero que tiene un gran componente morboso y que, además, desde un ángulo social, constituye un granito de arena a la reinserción de presidiarias.

La Prisión de Mujeres de Chiang Mai, situada en el centro histórico de la ciudad, muy cerca de la Muralla, te ofrece una visita insólita en otros lugares, su propio balneario. En él, las presas ejecutan diferentes tipos de masajes e incluso se puede tener acceso a la sauna. La oferta es variada, desde los 150 baht (poco más de tres euros) que cuesta un masaje tailandés completo, pasado por uno de pies (120 baht, unos 2,5 euros) o por el más relajante herbal (180 baht, unos 3,7 euros).

No hay mejor información que la que da la experiencia. La primera vez te sientes como fuera de lugar. Llegas a una calle bastante inhóspita y descubres los muros, detrás de los cuáles presumes que están las celdas. Una alambrada, que en el peor de los casos imaginas electrificada, rodea el complejo. En las esquinas de la manzana, unas torres de control. En la puerta de la prisión, puedes ver la garita del vigilante, que te mira con cierta sospecha. Tú has oído escuchar tantas historias terribles de las cárceles tailandesas que por un momento te piensas lo de entrar en aquel lugar. Entre arrepentimiento y autoconvencimiento, el vigilante se te acerca. Te pregunta qué estás mirando y, tímidamente, le pides información acerca del balneario. Sin pronunciar ninguna palabra ni esbozar sonrisa alguna, te señala, como si fuera Cristóbal Colón, a la casa de enfrente. Una sensación de alivio libera tu cuerpo de tensiones. No tienes que entrar en la prisión.

Pides la vez y esperas veinte minutos. Durante ese tiempo, imaginas cuál será el aspecto de la masajista que te tocará. ¿Le faltará un ojo fruto de una pelea entre internas? ¿Tendrá más molla que tú gracias a las pesas que ha levantado en su celda o habrá tatuado todo su cuerpo para sobrellevar su vida en prisión? "Sà-wàt-dii-khâ", oyes a tu espalda. Enseguida reconoces el saludo tailandés. Te giras y ante ti se encuentra una belleza tailandesa, de sonrisa dulce y rasgos finos. Mantiene los dos ojos negros intactos. La piel limpia de tatuajes. Junta las manos en señal de respeto. Te invita a pasar a una sala donde hay otras presas, todas ellas muy jóvenes, por debajo de los treinta, masajeando a otros clientes.

Tu destino es una colchoneta y te sientes preparado para un masaje relajante. El buen rollo entre las reclusas mirándose, hablándose en tailandés y sonriendo constantemente te hace perder por un momento el miedo con el que llegaste al lugar. No tienen pinta de haber matado a una mosca. Pero entonces comienza el servicio y poco a poco, el dolor se apodera de tus músculos. La fina y sonriente tailandesa aprieta fuerte... ¿quizá demasiado fuerte? ¿No será una psicópata que te va a retorcer el cuello a las primeras de cambio? Quizá odia los hombres, es eso. Por eso te está sometiendo a una paliza en forma de masaje. La sonrisa no la pierde un instante. No habla inglés, pero ha aprendido lo necesario para su trabajo: "You hurt?". Y tú, claro, no puedes permitir que piense que se está saliendo con la suya, que te está doliendo. Y niegas cada vez que te pregunta lo que tus gestos de sufrimiento evidencian. El proceso hace que por momentos adoptes posturas que creías que eras incapaz de adoptar.

Después de un último "You hurt?", con ese inglés básico que se enseña en las cárceles de Tailandia, tu masajista da por finalizada la sesión. Te levantas, te sientes totalmente aliviado, relajado, todos los músculos bien colocados, podrías llegar a decir que incluso hasta mejor que antes de ir a la cárcel. Y, por supuesto, te niegas a ti mismo haber tenido miedo. Como lo ibas a tener sí las únicas presas que pueden dar masajes son las que cumplen penas de menos de seis meses de prisión. Total, son delitos menores, hurtos o cosas del tipo. El dinero que recaudan ella y sus amigas es una fuente de ahorro para, cuando salgan de prisión, poder reintegrarse en la sociedad. Pero no es ése su único esfuerzo por recaudar fondos. También tienen un taller de costura y las más reposteras hacen dulces que puedes comprar en una pequeña tienda a la salida de la sala de masajes. Todo por la causa, la reinserción social y el lavado de imagen de una cárcel tailandesa. Date un paseo por una Chiang Mai insólita.

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