Secciones bajar

Cocina con la fuerza de la selva y su color

Por DAVID DE JORGE (SOITU.ES)
Actualizado 07-10-2009 12:02 CET

Viajar a Brasil hoy es tan fácil como encender el ordenador, comprarse el billete, coger un petate y largarse, pero la verdad es que hace años, para cualquier vecino del pueblo era un verdadero alarde de ingenio armarse de valor y embarcarse rumbo a América como hizo Chiquito, el de la calle Alfaro, y en buque para más inri.

Tras muchos años en Sao Paulo, regresó triste por desamoríos y asuntos sucios de pelas que no vienen aquí al caso. Lo que sí es una cabronada, según le escuché siendo yo un crío, es que para hablar de la mala vida de los nativos más descastados echaba mano de una comparación cercana y familiar a la hora de explicárselo a la cocinera que tenían mis abuelos: "Mira María", le decía frotándose el paquete, "es lo mismo que os pasa en el pueblo con esa manía horrible de los apellidos, y esa alameda que parece un viene y va de señoritos que sólo interrumpen su paso para conversar con los mismos de su rancio abolengo, costumbre difícil de extirpar, así nos luce la melena".

Y María le contaba que de niña, el percherón que tiraba del carro del loquero era de color leche, pues en el pueblo, cuando una persona hacía chaladuras, se le increpaba en tono amenazante, "te va a llevar el caballo blanco". Le explicaba que el cum laude en humores cerebrales muy espesos lo tenía Nagore, una mujer de rizos que paraba los autos para echar la siesta sobre el asfalto e interrumpía la misa invocando la gracia del diablo para que la protegiera de la mala baba de los vecinos. A ti, Chiquito, y le señalaba con su dedo, "también te va a llevar el caballo, por chiflado".

Yo un día viajé a Sao Paulo y fue donde mayor cantidad de pirados conté, siempre me provocaron gran curiosidad sus conversaciones largadas en voz alta, escuchar sus miedos e inquietudes o el motivo de sus alegrías y esos aspavientos al aire, acorralando tras un árbol a quienes, con presencia invisible, eran capaces de irritarlos. Allá también danzan los locos, carajo.

Luiz Horta, un colega paulista, me contó que el hombre es despreciable y loco, pues se arrima a quienes más problemas le dan y a los dolores de cabeza. En la adolescencia se rodea de sus propios amigos, igual de tontos que él. Cuando se harta de no pintar nada en ningún lado, se rodea de críos, para abrumarlos con la fuerza física y el tamaño, pero los enanos son muy suyos y se cansan rápido, así que llega el momento de adiestrar y refugiarse en algún animal que haga caso y obedezca, cacatúa, perro, chita o gato. Pero ni el animal le sobrevive y muerto por ceguera, diabetes o atropellado por un Chrysler, el hombre anciano se refugia en su huerto y larga sus penas a okras, habas, batatas, frijoles, castañas de cajú, ajos, judías, pepinos, hinojos, chiles, cilantros y demás primores vegetales, que escuchan sin reclamar nada a cambio, salvo riego y remover la tierra con la azada de vez en cuando.

Luiz es alquimista vinatero y patea la selva con ánimo de explorador de las películas, ese que vuelve majaretas a los porteadores y desnuda con una mirada a las chicas, un tipo pragmático con espíritu positivo e idealista que cocina como nadie el Jambu, cuyo aroma y sabor transporta al paisaje salvaje de las riberas de Belem de Pará, lugar en el que el indio amasa la mandioca y los pescadores capturan el filhote, que es como llaman en tupí guaraní al mayor pescado de agua dulce del mundo.

Paseando con él por sus mercados entiendes que la cocina brasileña tenga la fuerza de la selva y su color, mientras las ancianas te ofrecen mazos de hierbas extrañas y presumen de la corteza del 'palo rosa', ingrediente imprescindible en la composición de los mejores perfumes de la elegante París.

Prévert dejó escrito que "las ciudades sólo entregan sus encantos a quienes están dispuestos a entregarles sus pasos sin contarlos", afirmación que podría firmar Miguel Sánchez-Ostiz, ¡menudo es! Pero volviendo al comienzo, les diré que Chiquito se apellidó Sainz de Vicuña y pateando, fotografió Sao Paulo con su vieja Hassel al más puro estilo del peatón de Prévert, sin dar la murga, conociendo a sus gentes, entrando en tabernas, mercados, obradores, iglesias, subiendo a bordo de barcazas, en sus imágenes se escuchan gritos porculeros, bocinazos y susurros de putas con olor a fritanga, humo de hogueras, risas y tintineo de vasos a reventar de caiprinha con alma de cachaça guarra.

Y además...

Di lo que quieras

Aceptar

Si quieres firmar tus comentarios puedes iniciar sesión »

En este espacio aparecerán los comentarios a los que hagas referencia. Por ejemplo, si escribes "comentario nº 3" en la caja de la izquierda, podrás ver el contenido de ese comentario aquí. Así te aseguras de que tu referencia es la correcta. No se permite código HTML en los comentarios.

Di lo que quieras

Lo sentimos, no puedes comentar esta noticia si no eres un usuario registrado y has iniciado sesión.
Si ya lo estás registrado puedes iniciar sesión ahora.

Volver a gastronomía Volver a portada
subir Subir al principio de la página