"La Regenta" de Clarín. Su recuerdo no me deja dormir

Madrid.-  Hay novelas totales, grandes obras que condensan cuanto puede acontecer en la existencia humana y hacen bueno el dicho stendhaliano de ser un espejo que se pasea a lo largo del camino; es la magia de la literatura, que permite al hombre vivir infinitas vidas y conocer infinitos personajes y paisajes.

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(EFE)

Reproducción de la primera página del manuscrito original de "La regenta".

La segunda mitad del siglo XIX fue la gran época de la novela europea, lo evidencian nombres como el minucioso y atormentado Dostoievski, el épico y espiritual Tolstoi, el sentimental Dickens, el humanísimo Galdós, además de la larga nómina de franceses: el ya citado Stendhal, el microscópico Flaubert, el torrencial Balzac, el taxidermista Zola...

Pues bien, en esta lista de la fama merece un lugar de honor Leopoldo Alas, más conocido por su seudónimo de Clarín, que no nos dejó una larga relación de novelas, pero con la principal de ellas, "La Regenta", consiguió una auténtica obra maestra de la que el gran Pérez Galdós dijo admirativamente: "Su recuerdo no me deja dormir".

Frente al chovinismo de gran parte de la crítica extranjera, el papanatismo de buena parte de la española ha colgado a "La Regenta" la etiqueta de ser un simple remedo de "Madame Bovary". El juicio no puede ser más corto de miras. La novela de Leopoldo Alas es el retrato exacto de la sociedad de su tiempo, pero sus personajes, además, reflejan con precisión el claroscuro de la condición humana.

Vetusta, la ciudad en la que transcurre la acción y fiel trasunto del Oviedo donde Clarín vivió tantos años, adquiere por derecho propio el papel protagonista de la obra; la vida provinciana, su monotonía, el aburrimiento de sus gentes que propicia el cotilleo y la maledicencia, las pequeñas miserias y ambiciones, la estupidez y el egoísmo quedan reflejados con el detallismo del miniaturista.

Y en el marco de Vetusta se perfilan los principales personajes; es una obra coral donde queda reflejada toda una sociedad a la manera de la "comedia humana" de Balzac, pero poco a poco tres protagonistas van adquiriendo vida propia, alzándose por encima de los demás.

La mujer que da título al libro es Ana Ozores, esposa del regente Don Víctor Quintanar. Ana, joven soñadora e inexperta, pasa del convento donde se ha educado al hogar que comparte con quien por edad puede ser su padre o abuelo. La incomunicación con un marido anacrónico, que reparte su tiempo entre la caza y la lectura del teatro calderoniano la llevará a buscar consuelo en la religión.

El consuelo se lo prestará Don Fermín de Pas, magistral de la catedral de Vetusta. Este ambicioso clérigo es un hombre robusto y atractivo, y el ardor de su juventud, constreñido por el celibato, ha de volcarlo en sus planes para medrar en la carrera eclesiástica. Al cruzarse con Ana Ozores, la atracción que siente por ella la encauzará en forma de dominio espiritual sobre la joven.

Se cierra el triángulo con la aparición de Álvaro Mesía, cacique local y donjuán oficial. Álvaro intentará seducir a Ana Ozores por pura rutina profesional, pero la inexperiencia de ella le hace confundir una relación más bien sórdida y estúpida con el amor que aún no ha experimentado. La aventura terminará conociéndose en un lugar tan pequeño, y el escándalo provocará una tragedia inesperada.