Dolor de muelas

Acaban de sacarme una muela del juicio y estoy muy malito. Y no lo digo para que mis jefes me perdonen los escaqueos, que tampoco vendría mal, sino por las circunstancias del asunto. El caso es que el dentista estaba peor que yo: recién operado de un cáncer, con la bolsita del drenaje colgando y casi sin tenerse en pie. En un primer momento, he estado por largarme. Pero me he quedado, porque no aguntaba más el dolor y por respeto al dentista, que al final, aunque con el pulso no muy fino y justillo de fuerzas, ha echado mano de las tenazas y ha arrancado lo que había que arrancar.

No vamos a entrar en si el hombre estaba de baja (lo estaba), en los motivos por los que no puedo sacarme una muela en el Seguro (cosas de la vida aventurera) y en si me ha hecho factura (todo ha sido más negro que el culo de un murciélago). Lo que me ha impresionado, y me ha hecho cavilar, es que el dentista necesitara seguir haciendo apaños. Yo pensaba que los profesionales liberales vivían mejor que todo eso. Y veo que no. La fiebre del trabajo, el consumo y las hipotecas nos tiene pillados a todos. A mi dentista y a mí, seguro. Yo, a falta de hipoteca, tengo otras deudas a escala de currante insolvente.

La gente en mi situación no puede quejarse: en otros sitios se está peor. Ahora bien, si lo miramos en conjunto, la impresión que me da es que a los europeos nos queda una vida de currar echando el bofe, jubilándonos tarde y mal, poniendo tochos o sacando muelas con la sonda nasogástrica en las narices, y todo por la hipoteca, la productividad, la bolsa, el producto bruto y la competencia con los chinos. Un asco.

Será el dolor de muelas, pero estoy por regalarle mi moto al jefe o al ministro de Economía y que se vayan a China, a competir con los chinos o a bailar un tango con ellos.