Si eres padre o madre, o ambas cosas, presta atención porque una nueva tribu ha surgido de las cavernas, del exceso de tiempo libre y de yogures desnatados.
Dos ejemplares de emo vulgaris.
Si un día tu hijo o hija, o lo que sea (porque éste es un terreno muy difuso), se deja el flequillo largo, acaba con las existencias de laca y llora desconsoladamente porque ha manchado el mantel con la nocilla es probable que sea un emo; alguien tristón, superficialmente desgraciado, suicida de pacotilla y consumidor compulsivo de ganchitos para el pelo y gomitas para la muñeca. Tener un hijo emo es una putada porque los vecinos pensarán que no le das de comer y que siempre anda con un cúter en la mano para defenderse de las collejas que le sueltas cuando llega de soltar la lagrimita con sus amigos. Era mejor criar al punki de toda la vida, aunque se tirara pedos en el ascensor o te robara la pasta, porque la gente sabía a qué atenerse; pero con los emos la cosa cambia: ellos no saben muy bien qué son, pero les mola jugar a que parecen algo y han inventado la más tonta de las estéticas (todas lo son, como cualquier mecanismo adolescente para llamar la atención), que consiste en hacerse pasar por deshechos sociales (pero monísimos de la muerte y con el tupé cuidado) y en juguetear con la sangre y los cortes en las muñecas. Pobres. Si los pilla Ian Curtis los corre a ostias hasta la esquina más próxima, que es lo que les ocurre, sin metáforas, en México y Colombia; países poco dados a los términos medios como ustedes ya sabrán por los telediarios y la lectura.
Sobre los emos existe mucha documentación en internet, poca cosa para los que nos pasamos la adolescencia escuchando discos como el Pornography de The Cure, pero suficiente para acojonar a los papás novatos en esto del rimmel. Si alguno llega al fascinante Manual para ser un emo-punk en 5 pasos se sentirá fascinado, en especial si tiene un hija que parece la novia cadáver y le dice que aspira a ser concubina de Satán (las otras dos opciones son virginal joven tenebrosa o ciberpunktoturada) o un chaval con el pelo soldado a la mejilla. Pero no hay que tenerles miedo. Se les puede dejar a solas con el cúter, porque en cuanto cae una gota de sangre en el sofá llaman al servicio de emergencias, que cuando llega los encuentra en un rincón, tristes porque el mundo es una mierda y no hay justicia con Hello Kitty. ¡Cuánto daño ha hecho Tim Burton!
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