Insectos, el plato fuerte del menú en Tailandia

BANGKOK (TAILANDIA).-  Cucarachas, saltamontes, escorpiones, polillas, gusanos, larvas de escarabajo…si se encuentra alguno de estos animalillos en su ensalada cuando visite Tailandia, no avise alarmado al camarero, puede que formen parte del plato incomprensible que acaba de pedir basándose en la foto del menú. Y es que en Tailandia se consumen casi 200 tipos diferentes de especies, muchas de las cuales son altamente demandadas como deliciosos tentempiés y forman parte de los platos estrella de algunos restaurantes especializados. Típicos en la gastronomía del norte del país, poco a poco su sabor y alto valor nutritivo están ganando adeptos en Bangkok y otras ciudades tailandesas, donde es habitual encontrarse carritos ambulantes de venta de insectos listos para comer en la mayoría de los barrios.

Carmen Gómez

Hay que dejar los prejuicios de lado para atreverse a probar insectos.

Así que, armándome de valor, decido comprobar si puedo vencer mis prejuicios acumulados durante años sobre estos 'langostinos a lo pobre' y me dirijo con decisión a uno de los puestos situado en el popular barrio de Nana. Lo primero que me llama la atención es el constante trasiego de clientes, sobre todo chicas jóvenes que sin vacilar se meten los crujientes animales en sus bocas como si de patatas fritas se tratase. Escorpiones, saltamontes, cucarachas enormes, gusanos y otros bichos que no consigo identificar, pero que son pequeños, con antenas y muchas patas, se presentan fritos sobre diferentes bandejas y acompañados de especias típicas tailandesas, como el picante chile y la pimienta.

Ao, 35 años, originaria de Isán, y desde hace dos en Bangkok, se gana la vida paseando su carrito desde las 6 de la tarde hasta las 2 de la mañana, hora en que cierran los bares de la zona. Las chicas de los bares de Nana, en gran parte originarias del norte de Tailandia, son sus principales clientas, aunque también me dice que, cada vez más, se acercan clientes de todo tipo, incluso occidentales, que yo presupongo con algunas copas de más y ganas de contar experiencias nuevas a sus amigos al volver a casa.

Gill, 28 años, me dice que sus favoritos son los saltamontes, y que come insectos desde que una amiga le animó a probarlos hace un año. Desde entonces, de vez en cuando tiene antojos y se acerca al puesto de Ao para comprar un pequeño aperitivo que le ayude a matar el hambre entre horas. Por 100 gramos de saltamontes paga 20 bath (39 céntimos de euro) y por una cucaracha 10 céntimos. ¿Los más caros? Los escorpiones y los escarabajos, a 60 céntimos la unidad.

Fon, 33 años, me dice que en su pueblo de montaña cerca de la frontera con Birmania es habitual salir a golpear el suelo con palos para que salgan los insectos a la superficie y poder cazarlos y comérselos una vez cocinados. "En Bangkok hay que tener cuidado, algunos de estos insectos han sido rociados con pesticidas y provocan reacciones alérgicas en la piel". Ya se sabe, en el campo todo sabe mejor.

Carmen Gómez

Los insectos son muy nutritivos.

Y es que según las conclusiones de un seminario organizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en febrero de este año en la localidad tailandesa de Chiang Mai para debatir el potencial de este sector, los insectos representan una importante fuente de proteínas y deberían tomarse en cuenta como recurso para incrementar la seguridad alimentaria de algunos países, sobre todo en Asia, África Central y América del Sur. Según la FAO, los insectos además tienen una mayor proporción de proteínas y grasas que la carne de bovino y el pescado, y un elevado nivel de energía. Además, su recolección representa una fuente de ingresos eficaz para países en vías de desarrollo, además de contribuir a la conservación sostenible de los bosques.

Ante semejantes argumentos y en aras del periodismo de investigación, decido tras mucho vacilar agarrar uno de los escorpiones por la cola (¿estará de verdad frito y no se moverá en el último momento?). El proceso de freírlos a altas temperaturas neutraliza cualquier posible veneno que contenga el animal. Me lo acerco a la boca lentamente mientras los transeúntes me miran divertidos, sin acabar de creerse que una farang (extranjera en tailandés) vaya a atreverse con semejante manjar. Pero ni las cervezas tomadas con anterioridad para templar mis instintos ni los ánimos de mis acompañantes consiguen vencer mis prejuicios y decido que el Pulitzer se lo lleve Rita, que comerme un escorpión no figurará entre mis logros asiáticos. Consigo convencer a mis amigos de que prueben los saltamontes. "Saben a gamba", dice Ana mientras observo con fascinación morbosa como patas, antenas y ojos desaparecen crujiendo entre sus dientes. Lo intento de nuevo, esta vez con algo parecido a una polilla. Para mi sorpresa, tiene un sabor agradable, y una textura parecida a los chanquetes, aunque no consigo vencer mis sentimientos de repulsión. "Tal vez si estuviera en una isla desierta sin nada más que comer…!, me digo.

Nutritivos, saludables, fuente de vitaminas y minerales y además baratos. Quién sabe, si crisis como las de las vacas locas y los pollos siguen produciéndose y las peores profecías medioambientales se cumplen, tal vez los Adriá y Arzak del futuro triunfen con una reducción de melón con huevos de hormigas o un gazpacho de saltamontes con espuma de escorpión. O tal vez el Ministerio de Agricultura, en lugar de conejo, nos recomiende introducir influencias tailandesas en el próximo menú navideño.