'Health Check' o Chequeo médico fue el modo con el que la Comisaria Europea de Agricultura, Mariann Fischer Boel, dio en llamar el examen de la Política Agrícola Común (PAC), que ha devenido en diagnóstico y finalmente en tratamiento. Hay que remontarse al origen de la PAC para comprender el endiablado laberinto en que se encuentra la Unión Europea y su agricultura.
Tras seis años de dura contienda, al término de la II Guerra Mundial el tejido productivo en todo el continente estaba devastado. La falta de alimentos, la destrucción de carreteras, almacenes, maquinaria y ferrocarriles, y la pérdida de vidas humanas provocó que durante años muchos europeos tuvieran una ingesta media de 1.100 calorías al día. El Tratado de Roma suscrito en 1957 puso las bases para que los seis estados fundadores de la Comunidad Económica Europea (CEE) erigiesen un monumental castillo de políticas y regulaciones aplicables al sector agrario estableciéndose cinco objetivos: incrementar la productividad, garantizar un nivel de vida equitativo a la población agrícola, asegurar suministros al consumidor a precios razonables, estabilizar los mercados y garantizar la seguridad de los abastecimientos.
En 1992, ya se vio que el sistema moría de éxito por cuanto los excedentes acumulados año tras año de vino, cereales, carne de vacuno, leche en polvo, mantequilla o azúcar, detraían enormes sumas del presupuesto destinadas a su almacenamiento o a subvencionar las exportaciones a países terceros. Más del 75% del presupuesto de la entonces llamada CEE se destinaba a sostener una agricultura excedentaria, intensiva en factores y distorsionadora de los mercados internacionales. La Unión Europea optó por contribuir a instaurar un nuevo régimen de comercio internacional en el marco de la recién creada Organización Mundial de Comercio y la Ronda de Uruguay iniciada en 1986 y concluida en 1994. Y para ello debía modificar su política agraria sustancialmente.
Desde 1992 hasta la fecha, la renta de los agricultores se ha dejado de apoyar mediante subvenciones a los precios o aranceles de importación de materias primas agrarias, provocando una creciente convergencia de los precios comunitarios y los precios internacionales. A cambio se estableció un sistema de pagos directos, ahora llamado ‘pago único’, que consiste en un cheque anual que reciben los agricultores europeos al final del año, cuya cuantía es independiente de lo que hayan cosechado. Hay que decir que no todos los agricultores reciben el cheque, pero los que hubieran tenido entre 2000 y 2002 producciones de ovino, vacuno, cereales, oleaginosas, forrajeras, aceite de oliva, o de algún otro cultivo perciben su cheque anual.
Como ven las producciones de cerdo, pollo, frutas y hortalizas que figuran en la lista, y sus productores apenas perciben subvenciones. Razones históricas explican este aparentemente injustificado sesgo. Una palabra clave de la nueva PAC es la ‘desconexión’: las ayudas a los agricultores están total o parcialmente desconectadas con su producción, lo que quiere decir que no estimulan la producción y por tanto no distorsionan el comercio internacional.
Los costes de producción, los fertilizantes y los productos fitosanitarios cada vez son más volátiles, con el agravante de que los agricultores apenas pueden trasladar al consumidor final las alzas de los costes de producción
A día de hoy la agricultura europea se encuentra ante una disyuntiva de muy difícil solución. De un lado, los consumidores demandan una alimentación barata, sana, segura y menos nociva ambientalmente. En el caso de la ganadería, el objetivo de procurar un mejor ‘bienestar a los animales’ está cambiando radicalmente las técnicas de manejo y transporte de ganado. Como ven, lo que queremos los consumidores es la cuadratura del círculo. Pero es que, además, los costes de producción, especialmente el combustible, los fertilizantes y los productos fitosanitarios cada vez son más volátiles, con el agravante de que los agricultores apenas pueden trasladar al consumidor final las alzas de los costes de producción. Las importaciones de países terceros de muchas materias o el poder del sector de la distribución alimentaria presionan a la baja los precios que perciben los productores.
El ‘Chequeo Médico’ incide en muchos aspectos ambientales, como la gestión del agua, la biodiversidad y el cambio climático. Pretende hacer una agricultura competitiva, segura, compatible con la preservación del medio ambiente y respetuosa con la cultura y el paisaje rural. Se trata de objetivos que todos apoyaríamos, pero la pregunta es, sin duda, cómo lograrlo.
Además de las nuevas normativas sobre el uso de fitosanitarios sobre las que Francescutti escribió en soitu, se fortalece el principio de la condicionalidad. La idea es sencilla de enunciar, pero como demuestra la experiencia es muy difícil de aplicar correctamente. En síntesis consiste en condicionar la percepción del pago único o cheque anual a la demostración fehaciente de que el productor sigue buenas prácticas agrarias, incluyendo técnicas de cultivo ambientalmente respetuosas, un manejo correcto del ganado y estándares adecuados de calidad e inocuidad de los productos. Los objetivos ambientales que deberán cumplirse para percibir subvenciones se ampliarán al uso del agua y la retirada de tierras de la producción para mejorar hábitats y para otros finales ambientales.
Los retos ambientales de nuestra agricultura gravitan sobre un sector productivo envejecido, desorientado y sometido a muy fuertes tensiones
En España, los retos ambientales de mayor relieve para nuestra agricultura son, ordenándolos de mayor a menor prioridad: el uso del agua en la agricultura (¿cómo reducir el consumo, y hacer un uso más eficiente 'more crops per drop'?), los purines de la ganadería porcina (¿cómo tratarlos adecuadamente para que no contaminen ríos y acuíferos?), los nitratos que acaban disueltos en los cursos fluviales y acuíferos y que tienen como origen el uso de fertilizantes inorgánicos, la persistencia de sustancias químicas orgánicas e inorgánicas empleadas en los productos fitosanitarios y, finalmente, la contaminación de los transgénicos a campos colindantes que se cultivan con variedades no transgénicas.
Pero, si me lo permiten, estos retos ambientales gravitan sobre un sector productivo envejecido, desorientado y sometido a muy fuertes tensiones por el lado de los insumos y por el lado de los mercados en origen. Y este es, en mi opinión, el mayor reto: sin un fuerte compromiso de ayuda y comprensión del mundo agrario, será inconsistente pedir a nuestros agricultores que se queden en el campo, produzcan en abundancia y barato y además reduzcan la huella ambiental de sus productos.
*Alberto Garrido es profesor de Economía y Ciencias Sociales Agrarias de la E.T.S de Ingenieros Agrónomos, de la Universidad Politécnica de Madrid.(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).
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