¿Quién es más cruel: los grandes almacenes que malpagan a un pobre parado para que se disfrace de Santa Claus o los padres que obligan a los chiquillos a sentarse en sus rodillas?
La colección que Scott Clark exhibe en su flickr no tiene desperdicio: 26 instantáneas de niños posando con esos papanoeles que ponen los centros comerciales en Navidad para atraer clientela.
En las fotografías hay ejemplares de Santa Claus para todos los gustos. Algunos dan el pego, pero la mayoría lo que dan es miedo. Los pequeñines, llorosos, histéricos, acojonados, no acaban de entender por qué sus progenitores les someten a semejante tortura. A partir de este momento, para ellos, el mayor enigma de la Navidad es cómo coño se las apañará un indigente con barba postiza para comprar tantos millones de juguetes y llevarlos a cada una de sus casas. Por eso, el día que les revelan la verdad sobre Papá Noel y los Reyes Magos, juran vengarse de sus padres, que les han hecho creer durante toda su infancia que el hombre más bondadoso del mundo es un tío que cada vez que te pregunta si has sido bueno este año deja en el aire una peste a Anís del Mono que tira para atrás.
Los adultos no tenemos remedio. Nos preocupan los juguetes bélicos, el exceso de videojuegos, la programación televisiva inadecuada, pero, en cambio, no tenemos reparos en poner a nuestros retoños en brazos de un desconocido sólo porque va enfundado en un esquijama de color rojo y blanco. Eso sí que crea traumas de por vida y no los anuncios sexistas.
En cuanto vi estas fotos, me acordé del episodio número 1 de los Simpson. El año que viene, por cierto, hará 20 años de su primera emisión. En este capítulo inaugural de la serie, la Central Nuclear en la que Homer trabaja decide no dar a sus trabajadores la paga extra de diciembre, y él se ve obligado a aceptar un empleo como Papá Noel en los Grandes Almacenes de Springfield para sacar algo de pasta con la que comprar los regalos navideños. Si no lo habéis visto, os lo recomiendo encarecidamente. Al final, cuando Bart descubre que ese Santa Claus patético es en realidad su padre, le dice una frase memorable: "Jo papá, tienes que querernos mucho para haber caído tan bajo".
Es curioso, pero si os fijáis, los verdaderos protagonistas de estas imágenes no son los niños, sino los papanoeles. A mí me inspiran ternura. Hacen el ridículo, pasan frío, soportan a madres e hijos a los que cualquiera querría asesinar. La suya es una dura tarea. Por eso, esta noche, pienso brindar por ellos. Melchores, Gaspares, Baltasares, Santaclauses del mundo, esclavos del marketing navideño, va por ustedes.
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