Sin duda, uno de los fetiches más populares es el relacionado con la ropa interior: sostenes, bragas, tangas y todo tipo de lencería femenina, así como calzoncillos, bóxers, jockstraps... Existen muchos ejemplos de este tipo de fetichismo y las historias que guardan resultan muy curiosas, especialmente para quienes nada tienen que ver con aficiones fetichistas.
Quizás no debiera sorprendernos que la ropa interior sea el reclamo de muchas personas fetichistas. Después de todo, entre otras cosas representa la intimidad. La idea de que la ropa interior entra en contacto con las zonas genitales despierta la imaginación del fetichista y puede resultarle de especial interés el aspecto visual, táctil u olfativo de la misma. Para los fetichistas más visuales resulta importante el diseño de la prenda —el tamaño, la forma, el color...—. Su excitación se deriva de lo que percibe con la vista y su imaginación se dispara con algunas prendas en concreto. A veces le basta con poder contemplarlas, otras necesitará un contacto más estrecho con la prenda.
Su objeto de fetiche suele contar con características muy concretas. Muy probablemente hay una historia detrás de la predilección por el fetiche, aunque los datos en este respecto no estén consensuados. En cualquier caso, existe evidencia de que muchos fetichistas crearon una asociación importante, a edad muy temprana, entre una situación específica y su fetiche.
Otros fetichistas de la ropa interior fijan su interés en los olores que puede desprender la prenda. Conocemos el caso de un hombre que estaba dispuesto a pagar un buen precio por bragas usadas —y sin lavar—. Hace tiempo, también, tuvimos un paciente en la treintena que coleccionaba bragas de sus conquistas. Nos contaba que a menos que tuviera una prenda de su aventura no se sentía satisfecho. De hecho, él solía confesar su fetiche a la chica en cuestión. Quizás porque era el modo más sencillo de conseguir que la mujer se la diera. Algunas de ellas se sentían halagadas y se la daban sin más, pero otras se sentían utilizadas y se negaban. Entendemos que para este hombre la braga de cada chica era la prueba física de que había estado con ellas, sus trofeos. Las coleccionaba y en privado se autoestimulaba con su colección.
Tuvimos otro paciente con un fetiche similar. Era un joven gay de unos 25 años. Para él, el placer y la excitación experimentada se producía principalmente por el hecho de que robaba la ropa interior de los hombres con los que tenía sexo. Para cuando llegó a consulta tenía una amplia colección de todo tipo de calzoncillos y bóxers sustraídos a sus incautos amantes en secreto. Había llegado a un punto en el que el sexo en sí carecía de interés para él, y se preocupaba más por la forma en que iba a conseguir hacerse con la prenda.
Otro curioso ejemplo es el de los hombres heterosexuales que se excitan poniéndose lencería femenina. En éstos, el placer está tanto en el contacto que las prendas tienen con su piel, como en la apariencia que les ofrece. Recordamos que hace un tiempo se publicó en algunos medios que Victoria Beckham confesaba que ésa era una de las aficiones de su marido. No sabemos cuántos otros visten de seda en la intimidad, pero a tenor del gran número de foros que hay sobre esta afición en Internet, su número parece ser muy elevado.
¿Cuál es tu experiencia con respecto a este tipo de fetichismo? ¿Te atrae la idea? ¿Te repele? ¿Conoces algún caso?
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