Cerca de 24.000 personas mueren diariamente de hambre, 3.000 de malaria, 3.500 de tuberculosis, algunas centenares de dengue. Éstos son los números de las verdaderas epidemias, pandemias o como se quiera llamar a lo que rodea nuestras vidas y las hacen más inestables.
Un niño afgano afectado por malnutrición severa en Kabul (Afganistán), agosto de 1996.
Si buscamos datos de estos desastres que asuelan este mundo injusto en que vivimos podemos quedarnos de piedra: hay poca información porque estas verdaderas epidemias no venden diarios ni inciden en la atención radiofónica de los oyentes ni en la mirada compasiva de los televidentes. No nos preocupan porque no nos afectan.
Salvo excepciones, la gripe porcina ha provocado un regusto por el sensacionalismo en todos los medios de comunicación. La alerta sanitaria, lógica al producirse en un país tan deficiente desde el punto de vista médico como México, ha sido reconvertida en una amenaza galáctica como si el mundo estuviese a punto de enfrentarse a un virus mutante capaz de convertirnos a todos en primos de los cinematográficos Lobezno y los X-Men.
El circo mediático ha cruzado una vez más la línea del pudor y ha vomitado en los principios básicos del periodismo. En vez de utilizar una vara de medir lógica, la prensa ha jugado a provocar la histeria colectiva. Todo con tal de vender papel, aunque fuese pura basura, mentiras radiofónicas o vídeos adulterados. Todo con tal de desviar la atención de problemas más graves que nos afectan.
Cada uno de los supuestos muertos por el virus de moda ha tenido más espacio mediático que las decenas de miles de muertos por virus antiguos o enfermedades que deberían estar erradicadas si nuestras autoridades políticas o sanitarias tuviesen una pizca de vergüenza. O si nosotros tuviésemos la decencia de protestar por los verdaderos virus de destrucción masiva.
El circo mediático ha cruzado una vez más la línea del pudor y ha vomitado en los principios básicos del periodismo. En vez de utilizar una vara de medir lógica, la prensa ha jugado a provocar la histeria colectiva
El virus más cansino de la historia, ya que parece que sólo le gusta viajar en avión, "sin voluntad asesina", tal como lo ha definido algún epidemiólogo, ha sido presentado como un criminal en serie dispuesto a matar a un ritmo de película de terror de serie B.
Casi todos los informativos de televisión o de radio o casi todas las crónicas escritas han destacado con ambigüedad calculada cifras adulteradas, casos personales que carecían de interés médico y han escondido las llamadas a la calma de los especialistas más sensatos.
Algunas crónicas parecían copiadas de mediocres novelas de ciencia ficción. Otras empezaban por la anécdota y el verdadero lead —la sensata idea de que estamos ante un globo hinchado mediático e irresponsable— aparecía perdido o sepultado bajo paladas de verborrea.
Una enferma de ébola en la República Democrática del Congo, mayo de 1995.
El virus le ha venido de perlas al Gobierno de nuestra nación. De repente el desastre económico del último año se ha volatilizado. La semana en que se anunció el derrumbe histórico de nuestro producto interior bruto, con cifras de parados que nos permiten regresar a la cola de Europa, se ha superado con un simulacro interpretado por el virus menos letal de la historia.
A la oposición tampoco le ha disgustado el entretenimiento. Sus crisis internas y sus corruptelas han quedado aparcadas hasta mejores tiempos. En vez de asumir unos previsibles costes políticos se han dedicado a desempolvar la artillería de cara a las elecciones europeas. Otra vez asistiremos al bochornoso espectáculo al que Gobierno y oposición nos tienen acostumbrados desde hace varios años cada vez que se acerca una cita electoral.
Más de ocho millones de personas mueren al año de hambre, un millón y medio de malaria y una cantidad parecida de tuberculosis. 900 millones de seres humanos sufren hambre extrema, más de 52 millones en América Latina.
Y como explica el diario Público en su edición del sábado, 300.000 personas mueren al año por enfermedades o virus que "no generan alarma". Por ejemplo, 70.000 de Leishmaniasis, 50.000 de Cisticercosis, 55.000 de Rabia.
Y además las variantes de la gripe causan 3.000 muertos anuales en España.
¿Por qué todos estos muertos no tienen derecho a su minuto de gloria? Porque han fallecido fuera de la hora punta de los informativos y en lugares alejados de nuestras vidas y nuestras conciencias.
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