Hoy, el corte de pelo de González-Sinde, ayer el traje de Chacón o el vestido de noche de Sáenz de Santamaría. Cada vez que una ministra o política popular introduce un cambio en su aspecto, se desatan los comentarios. Ellos, parapetados tras sus uniformes de trabajo, ocultan una sospechosa grisura que pretenden vender como virtud cuando en realidad es síntoma de miedo a dejarse ver tal como son.
¿A que Rajoy y ZP no pueden hacer esto?
Ángeles González-Sinde ha cambiado de peinado. ¿Queeeé? "Le queda mejor". "No le pega nada". "Pues yo le veo muy mona". La ministra de Cultura ha sido la última en reabrir el eterno debate sobre si las mujeres que mandan deben o no dar motivos para que se hable de ellas por aspectos extraprofesionales y de paso, si la prensa es más o menos machista por comentarlo. El asunto puede parecer tan superficial que no merecería ni una línea, pero en realidad, la historia demuestra, reveladora, la relación del atuendo con la política y la sociedad. Todo cambio va acompañado de su reflejo externo. Se adopta una actitud y el aspecto físico sirve para reforzarla.
Tiene gracia que el bob, ese peinado a lo chico o garçonne con el que el crack del 29 pilló a media población femenina, se haya puesto de moda por enésima vez coincidiendo con la recesión que estamos viviendo. Adoptado por escritoras, intelectuales y artistas de esa época, la ministra más apropiada para lucirlo era Ángeles González-Sinde. Su aire retro encaja con el corte que define el paso de los felices años 20 a la depresión de la noche a la mañana. Además, no hay que olvidar que se estrena 'Coco avant Chanel' la película protagonizada por Audrey Tautou sobre la vida de la diseñadora que mejor representa el espíritu emprendedor con que arrancó el siglo XX. Los modelos de Alma Aguilar, Juanjo Oliva o David Delfín que utiliza en actos públicos son extensión de las camisetas o las blusas entalladas que combina con vaqueros y exigua rebequita, o sus vestidos de falda con vuelo y talle alto. Una autoconfesión que permite definirla como romántica, trabajadora, sensible y amable. El nuevo corte de esta guionista metida a ministra, que debe estar acumulando anécdotas como para escribir decenas de películas, recalca su personalidad. Transmite más decisión y cierto misterio.
Igualicos, igualicos.
Las mujeres son más transparentes. Y carecen de prejucios a la hora de retratarse vía guardarropa. Lo cual tiene que ver con una de las grandes diferencia entre ambos sexos: ellos se siente absolutamente identificados con su trabajo, pero ellas siguen siendo ellas al margen de su profesión. Las mujeres mantienen una relación más natural con la moda. La siguen y la adaptan a su estilo. Saben que su atuendo habla de ellas mismas y lo usan como un instrumento más. Carme Chacón, por ejemplo, utilizó la reinterpretación del smoking que se plantó en la celebración de la Pascua Militar para protagonizar ella solita todas las portadas, telediarios y tertulias. La ministra de Defensa trató de recuperar esa imagen más sofisticada que lucía antes de casarse, el único inconveniente es que ya no encajaba con la línea que sigue en esta nueva etapa de su vida, mucho más masculinizada y anodina. La vicepresidenta de la Vega, adicta a todo el pantone de morados y al 'total look', no teme enfundarse en unos vaqueros skinny de estampado de cebra porque sabe que su poder es incuestionable en el Gobierno. La autoestima es esencial a la hora de apuntalar el estilo personal. Soraya Sáenz de Santamaría sigue comprando sus taconazos en Zara o sus camisas en Mango, tal y como lo hacía cuando empezó a trabajar en el PP, alegre y juvenil. María Dolores de Cospedal tampoco ha renunciado al chic de capital de provincias que con tanto orgullo pasea por Génova.
Coquetas y solventes, ni se han mimetizado entre ellas, ni han renunciado al color, ni al placer de sentirse guapas, ni a la posibilidad de expresarse a través de la ropa. A ellos no hay más que observarles en campaña, en esos momentos en los que se desprenden de la coraza del traje y la corbata. Uno espera descubrir algo más cuando pueden elegir su ropa de sport. Decepción. Se enfundan el uniforme de mitin, y si no fuera por la barba, no habría forma humana de saber quién es Rajoy y quién Zapatero.
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