Volvemos a la carga. De nuevo un estudio sostiene que los peces sienten dolor. Un profesor de la Universidad de Purdue en Indiana (EEUU) y un alumno noruego suyo de doctorado adhirieron a carpas doradas papel de aluminio generador de calor. Inyectaron morfina a la mitad de las carpas; a la otra mitad, suero fisiológico. Entonces los investigadores encendieron las mini tostadoras. Cuando desapareció el calor, los peces sin analgésico "se comportaban a la defensiva, mostrando cautela, miedo o ansiedad". También habían desarrollado una hermosa corteza marrón. Estos resultados hacen eco a un estudio de 2003 de investigadores de la Universidad de Edimburgo que inyectaron veneno de abeja en los labios de una trucha. Los peces aguijoneados se frotaban los labios con la gravilla de su pecera y parecían reventados.
¿Sienten los peces dolor?
Cuando quiera que uno de estos estudios acerca del dolor de los peces aparece, los amantes de los animales comienzan a fulminarnos con la mirada a mí y a mis camaradas pescadores. Si los peces pueden experimentar dolor, entonces la pesca de caña es sin duda un deporte cruel, tan desdeñable como la caza de renos, el hostigamiento de osos y comer perritos calientes. ¿Por qué no simplemente dejamos en paz a los peces y nos dedicamos a otra cosa?
La reacción en internet que desencadenó el estudio sobre el dolor de las carpas doradas fue tan típica como hilarante, sobre todo en el Reino Unido, donde parece que cualquier noticia sobre los animales se la toman como una cuestión personal y más a pecho que nadie. El ataque multitudinario en la edición digital del Daily Mail llegó a ser todo un escándalo. En una esquina de la página hay comentarios como éstos: "Cada vez que veo a alguien pescando con su caña, rezo para que se acabe clavando en sus propias carnes su anzuelo, y tal vez entonces caerá en la cuenta de lo brutal del ‘deporte’ que practica". En la esquina opuesta, aparecen comentarios como éstos: "Soy un pescador de truchas y puedo aseguraros al 100% que las truchas que pesco no sienten dolor alguno una vez que les doy un mamporrazo en plena cabeza". Los partidarios de la pesca con caña soltaron algún que otro puntazo sobre si las zanahorias sentirían dolor cuando las pelamos. También metieron caña con sorprendente cantidad de chorradas sobre las lentejas y quienes las comen.
Obviamente, los pescadores de caña están a la defensiva. Han sido testigos de lo que se hizo con los cazadores, que vieron cómo su imagen pública pasaba de ser la del abuelito inocente que aguarda a su presa desde su escondite a la de cabezas de chorlito destentados, temerarios y crueles. La caza de renos se ha convertido poco menos que en asesinato. Quienes practican la pesca con caña también saben que la organización PETA (Personas por la Ética en el Trato a los Animales) les tiene en su punto de mira. Los grupos de defensa de los derechos de los animales tienen una campaña, "Fishing Hurts", cargada de argumentos que demuestran que "los peces son más inteligentes de lo que parecen" y muestran un vídeo con Linda McCartney. "¿Has visto alguna vez a un pez jadear cuando lo sacas del agua?, pregunta. "Te está diciendo: 'Muchas gracias por matarme. Uno se siente genial." Lo flagrante de su estrategia global tiene algo de encanto. PETA intenta que los críos le pongan a los peces el nombre que prefieran para su mascota ahora convertida en "gatito de agua". Puedes crear tu propio gatito de agua aquí. Al mío le he llamado 'Blair'.
En mi tiempo libre, me gusta atrapar a 'gatitos de arroyo'. En la casa de mi niñez en Pensilvania discurría un riachuelo por la parte trasera cuyo fondo se llenaba en primavera de lodo, y de adolescente, pasaba noches enteras en el agua arrojando moscas artificiales (todavía pesco en cuanto se me presenta la ocasión). Era el comienzo de la década de los noventa y fui adoctrinado en la ética de pescar y soltar que cobraba fuerza por aquel entonces. La idea de pescar y soltar fue promovida por el grupo de pescadores conservacionistas de ‘Trout Unlimited’ en los años cincuenta, aunque todavía existen numerosos lugares en EEUU donde muchos pescadores consideran que es ridícula. Cuando empecé a pescar, a muchos tipos que me encontraba en los caladeros les gustaba atrapar su límite diario de truchas y comérselas. Para liberar sanos y salvos a los peces, mojas tus manos antes de manipularlos (para no quitarles la baba), retiras con suavidad el anzuelo sin arponcillo de su boca, y después sumerges al pez una y otra vez en el agua hasta que consigue orientarse (aunque los peces normalmente se escapan aleteando a la primera de cambio). Como muchos pescadores de caña, llegué a pescar un mismo pez por segunda vez, y hasta una tercera. No les estaba haciendo daño: era como si estuviéramos boxeando.
Estudios de investigación respaldan la intuición de los pescadores acerca de que la práctica de pescar y soltar al pez funciona. Por lo general, si a un pez no se le clava el anzuelo profundamente, si no se le deja exhausto en el sedal o si o si no se les retiene fuera del agua durante demasiado tiempo,ni se le propina un buen golpe en la cabeza, tiene muchas oportunidades de sobrevivir para bregar un día más. Pero, ¿sienten en verdad dolor? Admitiría que no parecen muy contentos aleteando en el agua, y algunos peces emiten un desagradable sonido ronco cuando intentas quitarles el anzuelo. Cuando les ves sin aliento respirando entrecortadamente en busca de aire es difícil no sentirse como un gilipuertas desaprensivo.
El estudio de Edimburgo de 2003 confirmó que la trucha tiene nocireceptores polimodales repartidos por su cara y cabeza —es decir, su sistema nervioso detecta estímulos dolorosos—. Pero, en algunas definiciones de dolor, detectar estímulos dolorosos no basta para que se considere como tal. El animal ha de tener la habilidad de comprender que se trata de dolor para sentir verdaderamente dolor. Poner el anzuelo en la boca de una trucha la estimula a desplazarse a toda velocidad por el agua, a ir en contra de donde la lleva el sedal. Pero es no implica que el pez esté pensando "Mierda, mierda, mierda. Esto me arrastra y me lleva. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!". Lo que parece un intento desesperado de fuga podría ser una simple reacción refleja, parecida a la de tu pierna cuando se mueve si el médico te da un toque en la rodilla.
A los pescadores de caña les gusta citar los trabajos del Dr. James Rose, catedrático de Zoología y Fisiología en la Universidad de Wyoming. Escribió un trabajo de investigación en 2002 desacreditando la idea de que los experimentos tales como inyectar veneno de abeja a un pez y observar su comportamiento pudieran arrojar conclusiones razonables sobre el dolor de los peces. Argumenta que los peces no tienen capacidad neuronal para experimentar el "aspecto psicológico" del dolor. Reaccionan ante el dolor, pero no pueden procesar mentalmente el "dolor" cuando les pasan cosas dolorosas. Es el observador humano quien coloca estos estados mentales en el pez, quien ve cómo yace y murmura "muchas gracias por matarme". Quienes defienden la idea de que los peces sienten dolor rebaten esta tesis argumentando que puede que los peces sientan dolor de maneras que no alcanzamos a comprender. ¿Quiénes somos nosotros para asegurar que no tienen consciencia?
Tanto si los animales sienten dolor como si los humanos tienen derecho a infligírselo es un tema casi inagotable. Podríamos dedicarnos a leer Animal Liberation de Peter Singer y retomar el debate dentro de una semana, pero podemos tomar airosos un atajo. En 2003, David Foster Wallace acudió al festival de la langosta en Maine y luego no dejaba de darle vueltas a si una langosta sufriría o no un dolor terrible cuando la estaban cociendo viva. Os animo vivamente a que leáis su artículo de cabo a rabo, Consider the Lobster, pero este pasaje sacado de una nota a pie de página nos viene que ni pintado aquí:
Huelga decir que tanto los argumentos científicos como los filosóficos a favor o en contra de la cuestión del sufrimiento animal se implican, son abstrusos, técnicos, a menudo cargados de intereses personales o ideología, y al final tan inconcluyentes que, en la práctica, en la cocina o en un restaurante, todo parece quedar entre cada individuo y su conciencia, algo que sale de las tripas.
¿Qué me dicen mis tripas del dolor de los peces? Nada. Cuando enrollo en el sedal a una trucha, puede que esté estresando al pez —haciéndole gastar una energía preciosa— pero no está pegando alaridos de agonía.
Los pescadores con caña están en el disparador de los defensores de animales.
Con eso no quiero decir que se deba tratar a los peces con actitud desdeñosa. Al cabo del día, cuando fuera que pescaba a un pez desprevenido (por ejemplo, una carpa) en el arroyo de la casa de mi niñez, lo cogía y lo arrojaba a la vía férrea (lo justificaba el hecho de que la carpa estaba ocupando en el arroyo un espacio que podría muy bien ocupar una trucha). Ahora ya no haría eso. No se me ocurre ninguna razón para hacerlo. Es tan solo una vaga noción instintiva de que los peces merecen un respeto, al igual que uno no debería pisar el acelerador del coche con el ánimo de atropellar a un conejo. Los pescadores admiran entre sus iguales a quienes pescan muchos ejemplares, pero estos tipos (y, con frecuencia, tipas) pueden dejarte helado con sus charlas sobre "rasgarles los labios" y "cobrar las redes". Recuerdo a un anciano que se negaba a llevar gafas polarizadas (que permiten jugar con la gran ventaja de poder ver a través del resplandor de la superficie del agua). Me explicó: "No soy un asesino".
Pero luego lo pienso otra vez y me digo que tal vez debería matar peces más a menudo. La pesca de atrapar y soltar acarrea el riesgo de aparentar que todo es juego limpio y que no hay derramamiento de sangre, como dar en el blanco en el agua. También convierte la pesca de caña en un juego de batir el récord. ¿Cuántas picaron hoy el anzuelo? El pescador de caña fanático puede comportarse como un loco. Algunos de los peces que se atrapan y sueltan no sobreviven. Una vez descargué un precioso róbalo en una bahía de Florida, lo puse de vuelta en el agua, y, después, según se estaba recuperando, vi cómo un delfín se lo comía. Si de verdad me hubiera importado el bien del pez más grande habría hecho mejor en atrapar a un pez, mazarlo en una roca y después llevármelo a casa para comérmelo. Con lentejas para acompañar.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.
(Traducción: Carola Paredes)
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