Cuando estilistas y periodistas nos llaman para hacer fotos del proyecto de reforma del piso por el que nos han concedido el premio Saloni , nos vemos obligados a decirles, con incomodidad, que no deben añadir nada a lo que hay, si lo que pretenden es mostrar nuestro trabajo.
Contenedores de madera para acoger las necesidades del propietario en la vivienda ganadora del premio Saloni.
Y es que nosotros no hacemos casas, mejor dicho, no hacemos imágenes de casas acabadas. Hacemos esqueletos espaciales susceptibles de ser transformados en casas gracias a la implicación, la vitalidad y el tiempo invertido en ese espacio de los que serán sus ocupantes. Nosotros tratamos de hacer estructuras espaciales lo suficientemente lógicas y eficientes para que aguanten el deseable futuro de transformaciones al que se verán sometidas. Nos gusta pensar que hacemos espacios para el desarrollo libre y sin coacciones de la vida de las personas que lo habitarán en el futuro. Espacios proporcionados, luminosos, ventilados, bien orientados y dotados de las instalaciones necesarias para que la vida de otras personas, que no somos nosotros, pueda arraigar, sentirse cómoda y desarrollarse adoptando la forma y la imagen que le parezca.
Queremos que estos espacios se llenen de las cosas con las que sus habitantes se irán dotando a lo largo de la vida, en función de sus experiencias, necesidades y tras pasar por el filtro de la memoria. Cosas útiles o inútiles, bonitas o feas, nuevas o viejas. Nos gustaría ayudar a la vida sin juzgarla estéticamente, haciendo espacios en los que cada uno se sienta libre de materializar su única y preciosa individualidad sin sentirse coaccionado por algo como el estilo o el buen gusto.
Entendemos que esto parece entrar en contradicción con el papel representatitivo que también tienen las casas. Si nos lo piden también podemos hacer decoración, o sea fijar una imagen que remita y ancle el espacio en un tiempo y un estilo. Es un ejercicio divertido y liberador contra el que nada tenemos. De ahí la juguetona aplicación del, a nuestro gusto, bonito papel de pared en el dormitorio principal.
Las casas deben poder adaptarse a los cambios que sufrirá la vida de sus propietarios.
El proyecto plantea la reforma de un piso originalmente ocupado por una familia y cuya última reforma data de los años 50, que debe ser adecuado a las necesidades tanto funcionales como estéticas de un joven profesional independiente que va a vivir solo. El objetivo central del proyecto es hacer llegar la luz a todos los espacios, integrar las terrazas y el patio central a los recorridos habituales y abrir e incorporar a las circulaciones y a la visualidad los espacios de trabajo tradicionalmente relegados como cocinas, lavaderos etc...
Queremos que un espacio gris, oscuro y compartimentado se convierta en un espacio luminoso y coloreado al tiempo que ordenado.
Se plantea la construcción del espacio doméstico a partir de la colocación de una serie de contenedores en un espacio previo indiferente y vacío. Tres grandes "armarios" se colocan estratégicamente compartimentando el espacio. Las cosas que se almacenan en estos armarios serán las que determinarán el uso que se da a los distintos espacios. Los muebles, propiamente dichos – sofás, mesas, camas, inodoros, lavabos - son los que hacen visible el uso que se ha asignado a cada espacio, inicialmente indiferente.
La decoración permite jugar y divertirse, pero no debe condicionar la esencia de una vivienda.
El tratamiento de las superficies de las paredes redunda en esta condición de caja infinita. Así, el espacio de las habitaciones se forra de papel o madera, como el interior de un baúl. Sólo el espacio del salón, el espacio permanentemente visible, y en cierta forma el representativo se mantiene blanco, neutro y "exterior".
Las carpinterías de los balcones construyen un espacio de transición con el exterior. Pequeñas galerías que tímidamente se asoman a mirar, pero que preservan la visión directa del interior.
Nos gustaría considerar esta casa como una versión contemporánea de ese interior burgués del XIX, que acolcha su interior y protege a su habitante, con delicadeza, de un exterior no siempre tan amable como necesitaríamos que fuese.
* Victoria Garriga es arquitecta y junto a Toño Foraster forma el estudio AV62 Arquitectos. Acaban de ganar el Premio Saloni por la reforma de una vivienda en Barcelona, son la que también ganaron el premio Vivir con Madera y quedaron finalistas de los premios FAD.
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