Yellowstone, Cuyahoga Valley, Yosemite, el Gran Cañon, los montes Adirondack, Acadia, el humedal de los Everglades…El patrimonio natural de Estados Unidos es tan inmenso y singular que cualquier turista puesto en el brete de tener que elegir un itinerario de visitas por sus parques nacionales suele acabar derrotado por la indecisión (cuando no por el mero cálculo de las enormidades kilométricas que los separan).
White Mountains, la calma...
Aunque lo verdaderamente notable es, más bien, el inabarcable sinfín de tesoros 'menores' que la tierra de los naturalistas John Muir y Aldo Leopold alberga fuera del circuito de los grandes 'ecosantuarios'. Parajes de una espectacularidad menos evidente, pero quizá más propicios para abandonarse en soledad al disfrute de la fauna, la flora o la geografía.
A un par de horas en coche desde Boston, junto a la ruta interestatal 93 que viaja de Massachusetts a New Hampshire, se extiende uno de los destinos predilectos entre los montañeros norteamericanos: las White Mountains; también uno de los favoritos de este corresponsal. No encontrarás una escapada más perfecta si visitas Boston y quieres huir del bullicio de la ciudad.
Con una superficie que triplica la de los Picos de Europa, el White Mountain National Forest es un frondosísimo bosque de pinos y hayas que concentra casi medio centenar de cumbres medianas, de entre 1.000 y 2.000 metros de altura. 48 cotas, exactamente.
El número ejerce para muchos deportistas locales el poder de un mantra, ya que repetirlo es un recurso tonificante durante los duros ascensos que hay que sumar para acceder al 'club de los four thousand footers' (la cofradía que hermana a quienes han subido esos 48 montes de al menos 4.000 pies de altitud).
... y la violencia de los paisajes norteamericanos.
Para los aficionados al senderismo, las White Mountains ofrecen un estímulo añadido al reto de ascender el Cardigain, el Moosilauke, el Osceola o el Mount Washington (con 1.917 metros, la cima más alta del nordeste de Estados Unidos):
varias de las rutas a pie por este dominio de osos y alces, gestionado bajo un sistema mixto de protección y explotación comercial, coinciden con el Appalachian Trail, una de las rutas de montaña más populares del planeta, además de una de las más extenuantes.
El AT, como se lo conoce entre los iniciados, arranca en el sureño estado de Virginia y culmina en Maine, junto a la indómita frontera con Canadá. Entre ambos extremos se alinean 3.500 kilómetros de trote exigente a través de la cordillera de los Apalaches, una distancia que ni los montañeros más aplicados cubren en menos de seis meses.
Mochilas y sudores al margen, las White Mountains y los lagos que las rodean pueden ser un lugar memorable para los aficionados a la pesca, el kayaking o el esquí de fondo.
La visita a los terrenos surcados por las cadenas de granito de Franconia Notch y Crawford Notch merece particularmente la pena durante la antesala al otoño, cuando el cambio de color y la caída de las hojas convierten a los bosques de Nueva Inglaterra en un espectáculo en technicolor.
Aunque para ser francos, a quien esto firma le compensa conducir 180 millas cada sábado simplemente para comprobar cómo el paisaje y paisanaje de New Hampshire desmontan muy rápido los clichés que pintan a Estados Unidos como un país que creemos conocer de memoria, egocéntrico y simplón.
New Hampshire es un pedazo de la Norteamérica más digna y orgullosa (vive libre o muere, dicen las matrículas de sus coches). Una tierra amabilísima con el forastero y poblada por gentes —algunas, tampoco exageremos— congraciadas con la Naturaleza.
P.S. Quien caiga por Boston y quiera subir hasta las White Mountains puede sumarse a un grupo de españoles aficionados al monte —estudiantes y doctores de Harvard y el MIT, además de trasterrados sin un currículo tan brillante— que los sábados salimos de excursión a la zona de New Hampshire. Mail de contacto: sotelo.sergio@gmail.com.
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