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¿Por qué ahora matan menos las guerras que hace 1.200 años?

  • Se mire como se mire, las muertes causadas por guerras han disminuido los últimos años
  • Algunos analistas aseguran que la guerra es un fenómeno cultural y que tiene solución
  • El primer paso para acabar con ellas es creer que podremos lograrlo
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slate, JOHN HORGAN, guerras
Por JOHN HORGAN* (SLATE)
Actualizado 07-08-2009 16:38 CET

El museo de armas de West Point, que está justo frente de mi casa, al otro lado del río Hudson, ofrece un rápido recorrido por la historia del armamento: acoge desde hachas de piedra del Paleolítico hasta la bomba atómica ‘Fat Man’ lanzada sobre Nagasaki en 1945. Un letrero a la entrada del museo reza que, sin duda, la guerra es un aspecto de la naturaleza humana que seguirá existiendo mientras las naciones traten de imponer su voluntad unas a otras. En realidad, esta aseveración es más que cuestionable. Una reciente disminución en las víctimas de guerra —sobre todo en relación con índices históricos e incluso prehistóricos— tiene ocupados a algunos universitarios, que se preguntan si la era de los conflictos internacionales estará llegando a su fin.

Ozone Ferd (Flickr)

Esta imagen se repite mucho menos.

El recuento de las bajas que provoca una guerra está plagado de incertidumbres. Las estimaciones de los estudiantes varían en función de cómo definan la guerra y de qué fuentes tomen por fiables, entre otros factores. Sin embargo, estudios recientes señalan una clara tendencia. El año pasado, 25.600 combatientes y ciudadanos murieron en conflictos armados, según el anuario de 2009 del SIPRI, el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, que se publicará el próximo 17 de agosto. Dos terceras partes de estas muertes se produjeron en tan sólo tres zonas de conflicto: Sri Lanka (8.400), Afganistán (4.600) e Irak (4.000). En contraposición, los crímenes violentos acaban con la vida de 500.000 personas cada año, y las que mueren en accidentes de tráfico son bastantes más de un millón.

Las cifras de SIPRI excluyen las muertes provocadas por conflictos unilaterales, donde los combatientes asesinan deliberadamente a la ciudadanos desarmados, así como las muertes 'indirectas' por enfermedades relacionadas con la guerra y por las hambrunas. Si incluyera estas bajas, la cifra de muertes anuales debidas a guerras entre 2004 y 2007 sería diez veces mayor, 250.000 al año, según el informe sobre 'carga global de la violencia armada', un informe de 2008 publicado por una organización internacional establecida tras la Declaración de Ginebra. El informe sostiene que incluso este número, con un cero añadido al final, sigue siendo notablemente bajo en comparación con las cifras históricas.

Por ejemplo, Milton Leitenberg, del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales y Seguridad de la Universidad de Meryland, ha estimado que el genocidio amparado por la guerra y los estados durante la primera mitad del siglo XX acabó con la vida de nada más y nada menos que 190 millones de personas, tanto directa como indirectamente. Eso supone una media de 3,8 millones de muertes al año. Sus análisis pusieron de manifiesto que las guerras mataron a menos de un cuarto de ese total en la segunda mitad de siglo —40 millones en términos absolutos o 800.000 al año—.

Incluso estas espeluznantes cifras son inferiores a las prehistóricas en términos relativos. Los espantosos genocidios y guerras del siglo XX representan en total menos del 3% del total de muertes en el mundo, según una estimación. Es con toda probabilidad menor que el índice de muerte por violencia entre nuestros más tempranos ancestros.

Pese a los datos, era peor antes

El economista Samuel Bowles del SFI (Santa Fe Institute o Instituto de Santa Fe) analizó recientemente docenas de estudios arqueológicos y etnográficos de sociedades cazadoras recolectoras como las que se piensa que habitaron nuestros antepasados durante la mayor parte de nuestra prehistoria. Concluye que la guerra y otras formas de violencia provocaron el 14% de las muertes en estas sociedades elementales.

En su influyente libro 'War Before Civilization' ('La guerra antes de la civilización'), el antropólogo Lawrence Keeley, de la Universidad de Illinois, estima que al menos el 25% de las muertes en sociedades primitivas son atribuibles a la violencia. Keeley toma como objeto de estudio no sólo a cazadores recolectores sino también a sociedades tribales como los yanomamo de la selva amazónica y los enga en Nueva Guinea, que cultivan además de cazar. Éstos se apuntaron muchos tantos asesinando con garrotes, lanzas y flechas en lugar de metralletas y bombas (y las estadísticas de Keeley si siquiera incluyen las muertes indirectas provocadas por el hambre y las enfermedades).

Sin embargo, nuestra prehistoria parece haberse vuelto más belicosa a medida que transcurría el tiempo. Según otro antropólogo, Brian Ferguson, apenas existen evidencias, o al menos no son claras, de que se produjeran agresiones letales entre grupos en las sociedades antes de 12.000 años atrás. Surgió la guerra y se expandió rápidamente a lo largo de los siguientes mil años entre cazadores recolectores y otros grupos, especialmente en regiones donde la gente dejó atrás la vida nómada para adoptar un estilo de vida más sedentario y crecieron las poblaciones. De acuerdo con esta perspectiva, la guerra surgió debido a cambios en condiciones ambientales y culturales más que por la 'naturaleza humana', tal como sugiere el museo de West Point.

Esta perspectiva entra en contradicción con la idea general que se tiene sobre la guerra. Desde 2006, cuando por primera vez impartí un curso universitario sobre la guerra y la naturaleza humana, pregunté a miles de estudiantes y a otras personas si los seres humanos pondrían fin a las guerras. Más de cuatro entre cinco —jóvenes y viejos, liberales y conservadores, hombres y mujeres— contestaron que no. Cuando se les pedía que razonaran esta respuesta, solían decir que siempre nos hemos enfrentado en guerras, y que siempre lo haremos, porque somos agresivos de forma innata.

Todo comportamiento humano suele encontrar sus raíces en nuestra biología. Pero la súbita aparición de la guerra en torno a 10.000 años antes de Cristo y su reciente declive sugieren que es un fenómeno ante todo cultural, y que actualmente la propia cultura nos está ayudando a vencer. No ha habido guerras internacionales desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, como tampoco entre las principales potencias industrializadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Casi todos los conflictos consisten ahora en guerras de guerrillas, levantamientos armados y terrorismo, o lo que el politólogo de la Universidad de Ohio denomina 'vestigios de la guerra'.

La guerra, fenómeno cultural

Mueller rechaza las explicaciones biológicas a dicha tendencia y en un documento para una ponencia observa que "los niveles de testosterona parecen tan altos como siempre". Asegura que el hecho de que ahora haya menos muertes por culpa de las guerras es atribuible a un aumento del número de democracias desde la Segunda Guerra Mundial, que han pasado de ser 10 a cerca de 100 (dependiendo de lo que entendamos por democracia). Dado que los países democráticos rara vez hacen la guerra entre ellos, si es que la hacen, podemos muy bien observar un declive continuado en la magnitud de los conflictos armados.

La creación de estados estables con sistemas legales efectivos y fuerzas policiales ha acabado con las interminables contiendas que asolaban a muchas sociedades tribales

El psicólogo de Harvard Steven Pinker identifica varios factores culturales más que contribuyen a la reducción contemporánea de la violencia, tanto entre estados como dentro de éstos. En primer lugar, la creación de estados estables con sistemas legales efectivos y fuerzas policiales ha acabado con las interminables contiendas que asolaban a muchas sociedades tribales. En segundo lugar, el aumento de la esperanza de vida vuelve más indeseable jugarse la vida y arruinarla dedicándola a la violencia. Por último, como consecuencia de la globalización y las comunicaciones, nos hemos vuelto más dependientes de otros de fuera de nuestras 'tribus' inmediatas —y también más empáticos—.

Si no podemos evitar la guerra, tampoco la paz. "El pasado año fue testigo de crecientes amenazas a la seguridad, la estabilidad y la paz en casi todos los rincones del planeta" advierte el anuario 2009 de SIPRI. El gasto global en armamento —especialmente el de Estados Unidos, China y Rusia— ha aumentado, y los esfuerzos para detener la proliferación de armas nucleares se han estancado. Un efectivo de Al Qaeda podría detonar una bomba nuclear oculta en una maleta en pleno Nueva York mañana mismo, invirtiendo esta tendencia reciente en tan sólo un instante. Pero la evidencia de que han disminuido las muertes achacables a las guerras muestra que no tenemos por qué —y no deberíamos— aceptar la guerra como un eterno flagelo de la condición humana.

De hecho, este punto de vista fatalista está equivocado tanto empírica como moralmente: de forma empírica, porque la guerra claramente se debe menos a un 'instinto' atávico que a condiciones culturales y ambientales cambiantes, se puede hacer mucho, y se debe, por reducir los riesgos que plantea; moralmente, porque la creencia de que las guerras nunca acabarán contribuye a perpetuarlas. Cuanto más seguros estemos de que el mundo es irremediablemente violento, más probable será que apoyemos políticas y líderes agresivos, convirtiendo nuestra creencia en una profecía autocumplida. El primer paso que hemos de dar para acabar con las guerras es creer que podremos lograrlo.

*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.

(Traducción: Carola Paredes)

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