Decía una vieja canción: "Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Y el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios". El estribillo tiene su enjundia, porque son éstas las tres angustias primordiales del ser humano: el mantenimiento de la salud del cuerpo, la manutención económica y la salud del alma, la felicidad que otorga amar y sentirse amado. En la enfermedad depresiva, los pacientes pierden el interés por todo y sólo lo mantienen en relación con estas tres angustias primordiales. De hecho, en las depresiones psicóticas graves en las que el paciente pierde la noción de la realidad y delira, los temas de delirio hacen referencia exclusivamente a estos tres aspectos, son los delirios hipocondríacos, los delirios de ruina y los delirios de condenación y culpa. En el corazón de los enfermos psíquicos laten las mismas preocupaciones que en las personas sanas. La crisis económica que venimos padeciendo nos afecta de una u otra manera a todos porque es una amenaza en relación con una de las tres angustias primordiales.
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Ya decía Ortega aquello de "yo soy yo y mis circunstancias". Y de ahí que la manera de vivir la crisis será muy distinta de unos a otros; dependerá de la personalidad de cada cual y, en gran medida también, de sus circunstancias. Los hay que han perdido mucho, que de la noche a la mañana han pasado de la riqueza a la ruina, y este revés de la vida les ha llevado a la depresión. Viven en otro mundo, lleno de tristeza, pesimismo y desolación. Padecen lo que llamamos en Psiquiatría una "depresión situacional". Son cuatro los tipos de situaciones que nos llevan a la depresión: los cambios bruscos, la soledad, la sobrecarga y las pérdidas. Y muchos en este año han perdido dinero, capital, estatus, empleo.
Otros no han perdido aún nada, pero temen perderlo. La falta de confianza general en la que vivimos desde hace un año genera un clima de inseguridad. Sólo hay que asomarse a los informativos de la radio, la televisión y la prensa para constatar que todo cae: bancos grandes y pequeños, empresas multinacionales y negocios familiares, PIB y sueldos. Aquí sólo sube el paro y el número de los temibles EREs. La inseguridad es una vivencia que lleva a la angustia y a la ansiedad, que no es otra cosa que un temor generalizado. En este mundo ansioso están viviendo muchas personas, un mundo plagado de preocupaciones, tensión, nerviosismo, insomnio y miedo. Aunque no les haya pasado nada, aunque conserven su empleo, sufren, porque, cuando uno teme padecer, padece ya lo que teme.
Hay también quienes llevan a cabo mecanismos de defensa, como el aislamiento o la negación. En el primero de ellos, el individuo se encierra en sí mismo, se desconecta de la dinámica general, deja de ver los telediarios y vive ajeno a los avatares políticos y económicos. En este tiempo de vacaciones, algunos han descubierto que este mecanismo funciona y que les sirve para aliviar la angustia. ¡Qué bien se vive sin enterarse de nada! El otro mecanismo, el de la negación, es más complejo, pero el psiquismo humano tiene recursos sorprendentes. Los que utilizan esta segunda estrategia niegan la crisis y se lo creen: ¿Crisis? ¿Dónde está la crisis?, se dicen al llegar a un chiringuito o a un gran supermercado repleto de gente haciendo piruetas para llegar a fin de mes. A unos y a otros, a los que se aíslan y a los que niegan, puede valerles su mecanismo, y no seré yo el que se lo desmonte. Los mecanismos de defensa son muy útiles y no conviene acabar con ellos si no hay una alternativa mejor.
La crisis está teniendo repercusiones no sólo en el psiquismo individual, sino también en la dinámica de los sistemas, en las parejas, en la sociedad. Algunos quieren ver algo positivo en esta crisis. Se dice, por ejemplo, que el número de separaciones y divorcios ha descendido de forma notable. Es lógico, muchas economías ahora no resisten los gastos que supone una ruptura familiar. Quizás esta situación salve a la larga a algunas parejas que se ven obligadas a darse otra oportunidad, pero me temo que en la inmensa mayoría los casos la crisis sólo haga aplazar el fin. Pero, a nivel colectivo, quizá sí podamos ver algo positivo en esta crisis, y es que estamos tomando conciencia de la realidad, nos hemos caído del caballo y somos conscientes de nuestros límites. Andábamos por las nubes, creyendo que la época de bonanza no tendría fin. Nuestros políticos pronosticaban el pleno empleo y adelantar a los países más ricos de nuestro entorno. Andábamos, en términos psiquiátricos, megalomaníacos. Así que una cura de humildad no nos va a venir nada mal. Pero esto no significa derrotismo, ni dejar de soñar. Ahora, en los momentos difíciles, cuando la vida se pone dura, cuando el camino pica hacia arriba, cuando todo parece perderse, es cuando más necesitamos creer en nosotros mismos, confiar en nuestras posibilidades, en definitiva, tener esperanza. Hay que cultivar una esperanza realista que no niegue los problemas y las dificultades y que centre su atención en las fuerzas y en el potencial de superación.
Pero la esperanza, me diréis algunos, no es del todo racional. Claro que no, ni falta que le hace. No sólo de pan vive el hombre. La esperanza es creer también con el corazón. El ser humano tiene necesidades físicas: comer, beber, respirar; y tiene también necesidades metafísicas, y entre ellas está la esperanza. Dante pone en la puerta del Infierno una leyenda: "Perded al atravesarme toda esperanza". Esa leyenda, que Dante me perdone, no pinta nada en la puerta del Infierno. Es en el Infierno, es en la adversidad más absoluta, donde crece la esperanza. La leyenda estaría mejor colocada en la puerta del cielo, allí donde todo es plenitud, donde sólo habita la felicidad, ya no hay nada que esperar.
* El doctor Benito Peral es psiquiatra clínico y colaborador de soitu.es.
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