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La industria del automóvil y la transformación a modelos abiertos

Por JUAN FREIRE (SOITU.ES)
Actualizado 21-03-2009 09:55 CET

[Este post lleva ya varias semanas escrito en borrador. Nació de un cierto enfado al comparar mi deseo de líderes políticos transformadores con la realidad de la acción política. En ese momento los medios de comunicación dedicaban día tras día páginas a la crisis de la industria del automóvil y a la necesidad de ayudas públicas. Esa 'fiebre' se ha calmado un tanto, pero releído el texto después de varias semanas creo que la reflexión sigue siendo válida y, en mi opinión, necesaria. Nunca llegué a incluir los enlaces a las noticias de prensa que se sucedían en esas fechas, pero creo que a estas alturas no son ya ni siquiera necesarias, basta regresar a la edición de casi cualquier día en casi cualquier periódico]

La industria del automóvil ha sido un sector mimado en el mundo occidental. Las grandes empresas norteamericanas y europeas han disfrutado durante muchas décadas de ayudas públicas (de hecho muchas de ellas nacieron como empresas públicas) y mecanismos de protección para evitar la competencia de la industria asiática (primero la japonesa y más recientemente la coreana). A pesar de todo, la industria del automóvil ha entrado en crisis y es, al lado del sector inmobiliario, el símbolo de un modelo que se derrumba y para el que no hemos aún inventado alternativas.

El caso de Galicia es paradigmático. La factoría Citröen instalada en Vigo ha sido, y sigue siendo en estos momentos, uno de los principales motores de la economía local y regional. A su alrededor se ha desarrollado un sector de industria auxiliar que ha sido cuidado por el Gobierno. Nadie parecía querer en los últimos años darse cuenta de que esta historia no podía terminar bien. Asia lleva ya muchos años fabricando mejor y más barato y las empresas japonesas y coreanas han sido mucho más innovadoras que la mayor parte de las europeas y norteamericanas. Ahora llega el momento en que la verdad es ya (casi) inocultable: Citröen anuncia reducciones en su producción en Galicia con consecuencias drásticas para el empleo. La intervención, que sin duda sucederá, de los gobiernos (con ayudas a las empresas y a los que quieran comprar automóviles) no hará más que retrasar, al menos un poco, el desenlace. Pero, sobre todo, tendrá el efecto perverso de seguir evitando que nos planteemos el futuro de un modo realista y realmente innovador.

Galicia no es una isla. Ford, General Motors o Chevrolet están enfrentándose a procesos similares en EEUU. Al menos parece que allí las autoridades han entendido que quizás se necesite una crisis profunda para provocar el cambio. Por el contrario, aquí el Gobierno cifra sus esperanzas en una innovación simplista: desarrollar coches eléctricos o híbridos, como parece que va a hacer Seat. Es muy probable que la innovación (restringida) que suponen los motores eléctricos sea necesaria, pero es evidente que llega ya demasiado tarde y, sobre todo, llega como un hecho aislado sin formar parte de un proceso de transformación radical de la industria, de su oferta de productos y servicios y del modelo de transporte y de consumo energético de la población.

Los automóviles europeos y norteamericanos siguen siendo básicamente iguales a los de hace dos o tres décadas, pero incorporan innegables mejoras técnicas. Siguen siendo sistemas cerrados donde todo debe pasar por el fabricante original. Un ejemplo muy simple: la mayor parte de marcas siguen empeñadas en ofrecer como extras sus propios sistemas, cerrados y propietarios, de navegadores GPS o de reproductores de música. Muy pocos ofrecen conexiones estandarizadas desde las que el usuario (y dueño, al fin y al cabo, del coche) pueda conectar los dispositivos que considere convenientes. Pero todo el sistema de comercialización que opera alrededor sigue siendo básicamente igual: concesionarios, talleres, reparaciones... siguen ofreciendo el mismo modelo de servicio y tratando casi igual a sus clientes. Pero el mundo ha cambiado, y mucho. Los automóviles incorporan ahora mucha más tecnología, excepcionalmente sofisticada, pero no han logrado mejorar la experiencia del usuario ni el servicio que las empresas le prestan a sus clientes.

Al fin y al cabo esta historia era bastante predecible: la combinación de un sector industrial poderoso y con una competencia limitada, unos gobiernos deseosos de proteger a una industria considerada de interés nacional, y una visión de la innovación centrada únicamente en los cambios incrementales en la tecnología del producto no pueden traer nada bueno en el medio plazo. ¿Qué se necesita?, básicamente cambiar la innovación por verdadera transformación, reinventar la industria diseñando sus productos y procesos desde la experiencia del usuario, reduciendo sus costes de producción y abriendo su modelo de negocio en muchos de sus flancos: diseñando los propios coches como plataformas 'plug-and-play', abriendo los procesos de comercialización, conectando su negocio con el de la generación y distribución de energía (sólo de este modo los motores eléctricos podrán tener alguna oportunidad de éxito), etcétera.

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