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Salgado, la vicepresidenta que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

  • Dice lo que Zapatero trata de endulzar: "Vivimos en el corazón de la crisis"
  • Sus nerviosas manos de Salgado contradicen su sonrisa y desarrollan un lenguaje propio
  • Un día acabará prendiendo fuego, como la protagonista de Larsson, al presidente
Por PILAR PORTERO (SOITU.ES)
Actualizado 20-10-2009 16:21 CET

Era su primer discurso sobre Presupuestos. El recuerdo de Solbes está aún reciente, aunque no tanto como el rechazo del anterior responsable de Economía a seguir siendo diputado. A pesar de que Elena tiene un rostro amable, de abuela educada, elegante y consentidora, las manos suelen delatarle. Hoy, desde la privilegiada vista que ofrece el hemiciclo en la tribuna de prensa, el lenguaje de los dedos de la vicepresidenta segunda y ministra de Economía resultaba mucho más elocuente que sus palabras. El índice y el corazón, tanto de la derecha como de la izquierda, recorrían el filo de las hojas de del discurso con una nerviosa rapidez que daba repelús, pues era fácil imaginar la capacidad de corte de las hojas estrenadas. La impaciencia con que levantaba cada folio cuando se encontraba aún leyendo a mitad de página no dejaba lugar a duda sobre la urgencia por pasar el trago cuanto antes.

Un repaso macroeconómico a la crisis tan pulcro como si formara parte de un libro de texto, no ha impedido que Salgado deslizará en el discurso oficial del Gobierno, esas pildoritas que son ya marca de la casa y demuestran que la dócil ministra tiene sus propias ideas y de que 'a la chita callando' acabará sacando a flote alguna de sus obsesiones. Que el sector financiero pague por la catástrofe que ha provocado es una de ellas. "La crisis se ha gestado en un sistema financiero. En él se impidió entrar al Estado, pero ha sido ahora el Gobierno con los recursos que los ciudadanos le han puesto en las manos, quienes le han sacado de ella", ha arrancado. Otra, es compartida por diversos asesores cercanos al presidente. Hay que explicar la realidad, sin ahorrar calificativos, porque así lo demanda un electorado que puede que esté anestesiado, lo que no evita que sufra las consecuencias.

"Hace un año, cuando Pedro Solbes estuvo aquí, nadie era capaz de pronosticar la máxima emergencia y la máxima incertidumbre. Desde entonces vivimos en el corazón de la crisis". Unas palabras acompasadas con sus manos, que chirrían cuando se empeña en transmitir el mensaje de Zapatero, un guiño constante a Cándido Méndez queriendo oficializar el romance, y suelta que "los salarios han mantenido el poder adquisitivo", y que también se ha "mantenido un alto grado de paz social" —resaltando el adocenamiento de los ciudadanos—. Es en frases como estás, la mayoría, cuando sus dedos parecen buscar castigo hincándose más en el borde de las páginas.

Sus compañeras, Trinidad Jiménez, Ángeles González Sinde, Bibiana Aído, Beatriz Corredor y Cristina Garmendia, charlan a ratos entre ellas. Soraya Saénz de Santamaría y José Luis Ayllón, sentados al lado de Rajoy, repasan la presencia periodística y cuchichean sobre unos y otros. El aburrimiento es patente. Sólo Álvaro Nadal, el cerebro electrónico económico de la oposición, el que le hizo a su jefe ipso facto el cálculo de los 15.000 millones de euros cuando Zapatero anunció que la presión fiscal iba a subir un 1,5%, parecía estar apasionado por el discurso de Salgado. Con frenética entrega garabateaba sobre un papel mientras explicaba con excitación a su compañero de banquillo, José María Lassalle, el resultado de sus cavilaciones. La ministra de Economía va terminando tras asegurar que aún después de la subida del IVA en julio, España seguirá a la cola de Europa y que "sólo Chipre, Luxemburgo y Reino Unido estarán por debajo de nosotros". Y como si pasase la hucha del Domund finaliza: "Este gobierno socialista ha bajado los impuestos cuando ha podido y ahora pide un esfuerzo a los ciudadanos". Consulta el reloj y se da por satisfecha. Al menos ha empleado el tiempo que había previsto. El día menos pensado, prende fuego y se dedica a caminar por las montañas y respirar ese aire todavía puro.

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