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Un sitio en el mundo

Actualizado 01-02-2008 14:10 CET

Siempre se ha dicho que "en España todo el mundo sabe de fútbol y política". Quizás vaya siendo hora de actualizar el acervo popular y añadamos la muletilla: "y de arquitectura". Los periódicos aparecen salpicados a diario de declaraciones de alcaldes doctos en materias de urbanismo "y arquitectura". El efecto Guggenheim ha calado hondo en sus subconscientes y están dispuestos a empeñar sus arcas por poseer el edificio más moderno, el más impactante, el más "lo que sea" en su término municipal.


El edificio o conjunto de edificios, porque Villaconejos de Arriba ya tiene uno y nosotros no vamos a ser menos. Nosotros, dos. O una ciudad entera. Santiago de Compostela acogerá la "Ciudad de la Cultura", Valencia la "Ciudad de las Artes y las Ciencias", Barcelona lo hizo con el "Forum de las Culturas"… Cuando ya no queden motivos para levantar este tipo de ciudades, se empezará a vislumbrar otro horizonte.

El actual es desesperanzador. De los concursos de arquitectura se ha pasado a los "concursos sorpresa". Sin programa, –casi- sin límite de presupuesto y, por supuesto, por restringidísima invitación. Así calificaban la Junta de Andalucía y los empresarios turísticos de la Costa del Sol su expectación ante el lanzamiento de un concurso para el Plan Qualifica: "No sabemos qué nos van a presentar, sólo queremos que tenga un gran impacto para que la gente venga a verlo". Da igual si es un evento o se materializa en algo más tangible. Málaga quiere un símbolo que catapulte su imagen en el mundo. Las incidencias, que inevitablemente surgirán, se resolverán sobre la marcha.

El Ayuntamiento de Madrid lanzaba hace unas semanas un concurso para un mercado en Sanchinarro bajo la premisa de "queremos un ejemplo de arquitectura singular". El alcalde de Alicante improvisaba en una rueda de prensa sobre la remodelación del estadio José Rico Pérez: unas torres de 120 metros por aquí, un hotel por allá, cuarto y mitad de comercios y un puñado de restaurantes… "Madrid y Valencia tienen sus torres y yo no me opongo", oiga. De esos proyectos y sus resultados empezaremos a leer noticias en poco tiempo. Ahora son Valencia y Santiago el epicentro del histerismo de la política de inversiones.

La Ciudad de la Cultura (CdC) ha dado sobradas muestras de en qué puede desembocar un estudio económico improvisado a ritmo de muñeira. Improvisado por inexistente. Intentando solventar el inconveniente de que todos los años no pudieran ser jacobeos, Santiago de Compostela necesitaba otro reclamo turístico, y nada mejor que un macroproyecto de repercusión mundial para recuperar a los peregrinos perdidos. Manuel Fraga se preguntaba en Extremadura, en unos de los primeros mítines de la democracia, "para qué querían los extremeños una Universidad". Tal vez si se hubiera parado a pensar que la tradición operística de Santiago debe andarle a la zaga a la de Angola, el desvío presupuestario de la CdC no hubiera llegado al 300%, y los presupuestos gallegos destinados cultura y deporte (184 millones de €) no se verían comprometidos en casi un 30% anualmente sólo para su mantenimiento (casi 55 millones de €). Pero todo era para mayor loa del que manejaba la caja y "lo del presupuesto", era un puro trámite administrativo.

Por otra parte, la Ciudad de las Artes y las Ciencias (CACSA)  acumula ya un desfase del 260%, y numerosas críticas en lo referente a su funcionalidad –aunque eso sea harina de otro costal-. En los más de 220 millones "distraídos" no está incluida la cimentación que llegó a ejecutarse para una propuesta anterior y que fue desechada. Una cifra –la de la cimentación- de la que todo el mundo conoce su existencia pero nadie su cuantía. Pero todo es poco cuando "se trata de dignificar la ordinariez de la periferia, para hacer soñar a la gente que vive en sitios mejores". (palabras de Santiago Calatrava en El País). Efectivamente, entre tener una vivienda de 90 metros cuadrados o un zulo con vistas al Palau, es mucho más edificante lo segundo. Y tal vez por eso, para seguir haciendo de los valencianos los españoles con las periferias más dignas, la alcaldesa solicita este año, además de los 409 millones de euros que le corresponden en materia de inversión, otros 866,9 más en concepto de "valencianía". Recuerda a aquella canción de "españolear" pero en versión autonómica.


Pero, ¿esto es hacer ciudad?
Juan Bollaín, arquitecto y cineasta, fantaseaba críticamente en el corto "Sevilla 2030" con el nombramiento de la capital andaluza como "Ciudad del Hombre y Primer Modelo Mundial de Ciudad" por parte de Luanda. Sevilla ha hecho del turismo su principal fuente de ingresos, y las primeras imágenes muestran una ciudad copada de iconos arquitectónicos: una copia de la Torre Eiffel, otra del Taj Mahal... Con ironía desmedida intenta explicar qué significa hacer ciudad. Y hacer ciudad es más que coleccionar hitos o, abundando en la idea, tiene poco que ver con ello. "Oiga, tenemos Isozakis, Calatravas, Legorretas… y todo incluido en un solo billete de avión". El mismo Gehry, al ver su Guggy rodeado de otros tantos iconos del star-system comenta con sorna: "somos amigos, somos compañeros y a ninguno nos gusta la obra de los demás."   

Poco importa el batiburrillo final si a quien paga los honorarios le salen las cuentas en concepto de visitas recibidas. Poco importa que el perfil de las ciudades españolas –y mundiales- se unifiquen hasta el punto de convertirse en idénticas. Poco importa que el presupuesto engorde siguiendo una función exponencial. La Administración Pública, esa que "somos todos", maquillará las sonrojantes cifras desviadas como acostumbra: acorralará al arquitecto y a la dirección técnica y después empezará a repetir el mantra de las indefiniciones técnicas ad infinitum, hasta que el oído del contribuyente sólo sea capaz de recordar: "es que al arquitecto se le fue de las manos, es que el arquitecto no tenía ni idea, es que… es que…". Pero se nos olvida que esas indefiniciones técnicas no eran importantes cuando sólo había prisas para conseguir el tan ansiado impacto, y además, los políticos nunca tienen responsabilidades en materia de arquitectura.

Conseguir un sitio en el mundo -en las revistas de viajes al fin y al cabo- es muy caro, sobre todo para los ciudadanos de a pie, que pierden miles de millones de euros susceptibles de ser utilizados en, pongamos por ejemplo ¿vivienda protegida?, ¿sanidad?, ¿una oferta cultural aceptable sin tener que desplazarse a otra ciudad?, por un deseo incontrolable de proyección internacional y exaltación del propio ego del que encarga que, en algunos casos, no acaba respondiendo a las expectativas creadas. El traje nuevo del emperador encandila y ciega a partes iguales y reduce la sostenibilidad de la arquitectura al interior de los despachos de los ayuntamientos. El único sitio donde parece que siempre cuadran las cuentas.

Ah, ¡y tonto el último!.

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