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¡Ay madre, como está el mundo!

Actualizado 31-01-2008 01:00 CET

Es curioso ver como nuestra realidad social, política y económica empieza a cebarse contra determinados colectivos sociales, sin que ello genere alarma alguna en nuestro entorno. A veces basta con un simple: “¡Ay, madre mía, como está el mundo! para que acabemos demostrando el poco interés que en el fondo nos suscitan determinados colectivos que nos son ajenos y nos parecen tan improductivos, “feos” e incluso molestos.

Existen programas de gran audiencia en nuestras televisiones, diarios de prensa escrita y digital que a diario nos muestran la cara de la realidad y del dolor de muchas personas. Todos parecemos informados de ello, porque parece gustarnos mucho la labor de ser partícipes del cotilleo, pero tras ver los casos que a diario se producen nos conformamos con decir tan solo eso:” ¡Ay, madre mía, como está el mundo!

Tal vez porque creemos más en la cara de la mentira, de la irrealidad, del “como yo no soy ese…” Tal vez porque nos enseñaron a ser guapos y a triunfar, a que nos toque la lotería, a llegar siempre el primero, a ocultar las vergüenzas sociales. Tal vez porque comenzamos tapándonos el culo y vamos camino de taparnos el alma y la vida, con tantos revestimientos.

Personas que viven enjauladas en sus domicilios desde hace décadas por falta de accesibilidad en sus viviendas, ancianas dependientes que mueren cuidando a otros dependientes, sin que les haya llegado la ayuda de la cacareada ley de Dependencia con la que todos parecemos consensuados en decir: “¡Que buen intento!” ; jóvenes que no pueden independizarse porque les faltan apoyos, especial y muy sangrantemente si estos jóvenes son personas con algún tipo de discapacidad, para quienes existen infinidad de leyes, normativas, decretos, presuntas ayudas , programas, estudios, eventos, y escasos, escasísimos medios, una vez metidos en harina para contribuir a que sean dueños y autogestores de sus vidas y de sus propios cuerpos.

Es como si estuviéramos empezando a perder gran parte de ese vocabulario que el lenguaje y no verbal de una forma un tanto instintiva e innata nos otorga a todos y cada uno de nosotros por naturaleza para reaccionar. Como si la libertad del pensamiento y de la acción de los individuos dirigida al proceso madurativo de la evolución de cada uno de nosotros se hubiera detenido en quien sabe qué extraño puerto, convirtiéndonos en una sociedad excluyente y cínicamente inclusiva solo con decir: ¡Ay madre, como está el mundo!

Cada vez precisamos de más leyes para hacer reparto social, siendo que la mayoría de ellas parten del principio, de enfrentarse a ciudadanos picarescos. Y se produce la picaresca desde el momento en que se configuran, mientras otros en el camino se van muriendo. Se crean cuerpos orgánicos para controlar esas leyes, se inventan publicidades para informar de esas leyes, se invierten muchos, muchísimos millones en tanto intento, mientras quizás la pobre señora María, agoniza en soledad en un rincón de algún pueblo.

¿No será que cuantas más leyes precisamos, menos responsabilidad social tenemos?

“¡Ay, madre, como está el mundo!”

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