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La magia del montaje

Actualizado 02-02-2008 19:10 CET

O cómo convertir "El Resplandor" en una entrañable comedia romántica.

Dice Walter Murch (Oscar al mejor montaje por “El paciente inglés”) que cuando uno ve los cortes en una película, ya no puede ver otra cosa. Los cortes, el salto de un plano a otro: ahí reside la esencia del lenguaje cinematográfico. Si al plano de un hombre inexpresivo sigue el plano de un plato de comida humeante, el espectador deduce que ese hombre tiene hambre. Si al mismo plano del hombre se sucede el plano de un bebé, el espectador probablemente deduzca ternura o cariño. Por tanto, la significación de la imagen en una película no surge tanto de los planos en sí como de la suma de los mismos. Dos significados aislados crean un tercer significado nuevo, inédito, que no existe en la realidad del fotograma sino en la construcción mental que surge de ellos.Quizá por ello el cine es la más emocional de las Bellas Artes. La pintura reside en el lienzo, la escultura en la piedra, la literatura en una página de negro sobre blanco. ¿Reside el cine en el celuloide? Realmente no: los fotogramas son el punto de partida, pero es la interpretación de esas imágenes en la mente del espectador lo que crea el sentido, la narración, y con ella la implicación del público en la trama y, finalmente, la emoción. Así pues, la emoción no surge aquí ante la pintura del lienzo o ante las formas que el escultor ha descubierto en la roca; no surge tanto de un objeto físico tangible como, directamente, del interior del espectador. El cine, el buen cine, no hay que interiorizarlo porque ya sale de dentro.

Como bien dijo Orson Welles, el cine es al mismo tiempo el tren de juguete más caro del mundo. El montador, alquimista de la emoción, puede jugar con los planos creando sentimientos dispares, puede (y debe) manipular los sentimientos del público con las armas audiovisuales a su alcance. Si muestra a una chica desnuda, duchándose mientras alguien la mira, como en “Psicosis”, la concatenación de planos, la duración de los mismos, el ritmo interno de la escena, crea una perturbadora sensación de amenaza. Si muestra a varias chicas duchándose, desnudas, mientras alguien las mira, como en “Porky’s”, las mismas armas del montaje crean (o lo intentan) un tono de comedia bufa donde la amenaza es sustituida por la sonrisa cómplice del adolescente granuloso que ve la película. (Y si el montador es un poco inútil y el dialoguista un auténtico torpe, entre uno y otro lograrán que cuando Keanu Reeves habla con Carrie-Anne Moss en “Matrix Reloaded” y le dice “Joder, te amo demasiado”, en vez de experimentar el arrobo sentimental que pretende la escena, los espectadores sólo sientan vergüenza ajena; la magia del montaje también puede crear trucos de saldo).

Las nuevas tecnologías, no obstante, han hecho que el tren de juguete del que hablaba Orson Welles sea ahora mucho más barato que antes. Si en los viejos tiempos un montador debía utilizar una complicada moviola y metros y metros de película positivada (que no es precisamente barata), en los nuevos tiempos cualquier estudiante de cine, con su cámara digital y su ordenador, puede jugar con la imagen sin gastarse un euro. La alquimia está ahora al alcance de todos.Y por ello, Internet pone a nuestro alcance auténticas perlas de anónimos aspirantes a montador, que juegan con la imagen y el sonido más y mejor que nadie y que pervierten, en el mejor sentido, auténticos iconos del Séptimo Arte. ¿Es posible convertir “El resplandor”, una de las cimas del cine de terror, en una amable comedia familiar? ¿Pueden manipularse unas imágenes que a casi todos nos han provocado un escalofrío en la espina dorsal, hasta darles el tono y la textura de una película de humor? ¿Puede el trabajo de Stanley Kubrick transformarse en un pastel merengoso más propio de Cameron Crowe? Puede. Y este vídeo lo demuestra. Las risas están garantizadas. Aunque el jodido triciclo también aparezca.

Y por supuesto, también es posible crear la transformación opuesta. Así, si “Mary Poppins” era la baby-sitter soñada por generaciones y generaciones de espectadores, “Scary Mary” es, con las mismas imágenes y un montaje ingenioso y lleno de sentido del humor, la pesadilla de cualquier niño. Este otro video es, claramente, supercalifragilisticoespialidoso.

Es la magia del montaje. Jugando con los planos, el montador nos dibuja una sonrisa cuando Bill Murray se despierta una y otra vez y siempre es el 2 de febrero; nos encoje el corazón cuando Constantino Romero dice aquello de “Luke, yo soy tu padre” y el rostro de Mark Hammill se descompone ante la evidente verdad; nos inquieta cada verano cuando nos bañamos en playa y, a la segunda brazada, inevitablemente tarareamos la música de John Williams y recordamos los planos submarinos del escualo que acecha a su presa. Son sensaciones que en su día gestamos en nuestro cerebro, sumando aquellos planos que el montador, hábilmente, encandenó.

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