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De Rajoy y las aves de corral

Por josemi
Actualizado 10-02-2008 08:35 CET

La última propuesta de Rajoy acerca del contrato de integración para inmigrantes y su adhesión a las "costumbres españolas" pudiera suscitar alguna reflexión en torno a la banalidad de algunas propuestas electorales y el trágico final de ciertas aves de corral.

Como bien sabrán, Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, ha propuesto establecer un “contrato de integración” para los inmigrantes que por todas partes del Estado español viven, trabajan, estudian, aman, van al fútbol, lloran, mandan dinero, compran, cantan, etc. La propuesta va dirigida, según parece, a que los inmigrantes asuman las costumbres españolas, hecho éste del cual se derivaría su incorporación al catálogo de derechos que los demás comúnmente disfrutamos. La propuesta rezuma xenofobia por todos lados, por más que se la quiera disfrazar de justa, liberal, constructiva, razonable, que lucha contra los ghettos, etc. Criminaliza a los inmigrantes como conjunto, a los que se hace ver como sujetos sospechosos de minar la cohesión cultural del país, ambas cosas de por sí ya bastante maltrechas antes de que llegara ningún inmigrante. Además, coloca la responsabilidad de la integración del inmigrante exclusivamente en él mismo, como si la sociedad de acogida tuviera que desentenderse de un asunto tan importante y no tuviera que dar pasos en ese sentido en todos los planos: educativo, social, político, cultural,... Según parece, nada tienen que ver las políticas de vivienda o el mismo mercado en cuanto a la conformación de ghettos en nuestras ciudades. No, tiene que ver con unas “costumbres españolas” que nadie tiene a bien especificar.

Elucubremos pues: Si Mariano Rajoy entiende por “costumbres españolas” la adhesión a los Derechos Humanos, los derechos sociales y políticos, el sistema democrático, el laicismo –cosa que dudo-, la división de poderes, etc., para ser justos habría que cuestionar profundamente la españolidad de estos elementos, sólo incorporados tardíamente a la tradición política patria y a golpe de sangre, sudor y lágrimas. Más bien, España ha constituido históricamente una excepción a este conjunto de logros y conquistas humanas, contra las que la derecha española, de la que es heredero y representante Mariano Rajoy y el Partido Popular, se ha levantado en armas unas cuantas veces en los últimos doscientos años de historia. Tampoco estaríamos ante una invención exclusiva de la civilización judeo-cristiana como a Aznar seguramente le gustaría afirmar. Es más, muchos de estos avances históricos –especialmente, el laicismo, pero también los derechos de la mujer- se hicieron a pesar de instituciones tan representativas de la civilización judeo-cristiana como las religiones y las iglesias. No puede estar refiriéndose a los denominados nuevos delitos asociados -no demasiado rigurosamente- con la inmigración. El ordenamiento jurídico español ya recoge como delitos cuestiones como la ablación del clítoris, la poligamia o los matrimonios de conveniencia. Bastaría con que los inmigrantes se atengan a la ley de igual manera que los autóctonos.

Entonces, ¿a qué se refiere Rajoy cuando habla de “costumbres españolas”? ¿Al espectáculo infame que tuvo lugar recientemente en Cazalilla, donde arrojaron a una pava del campanario de la iglesia en nombre de la tradición? ¿A esa orgía de sangre animal que comúnmente llaman los españoles “la fiesta taurina”? ¿Al desfile de encapuchados tras ídolos de escayola que tiene lugar durante esa celebración católica que es la Semana Santa? ¿A la siesta? ¿O tal vez está pensando en cuestiones más “políticas” tales como su particular concepción de la Nación? ¿A ese ejército que ya está lleno de inmigrantes? Cuesta saberlo. Más bien, da la impresión de que Rajoy, en su carrera alocada hacia ningún lado, dice cualquier cosa con tal de ocultar su cada vez más evidente condición de cadáver político. Como esos condenados a muerte que tratan de aguantar el tipo a medida que se aproximan al patíbulo. Sueñan con decir algo que pase a la posteridad pero los nervios le hacen desvariar. Saben que su fin está próximo y que mucha gente alrededor aguarda expectante. Todos lo miran y no hay vuelta atrás posible. Sienten en la nuca el aliento fétido del verdugo. Como una pava al borde del campanario.

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