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Geografía artificial

Actualizado 11-02-2008 10:36 CET

Cuando en una sociedad próspera no existe distinción entre el lujo y la necesidad, y la experiencia adquirida en distintas áreas de conocimiento se combinan con ciencias complejas, estamos inmersos en un proceso de metarracionalismo.

Esta teoría, desarrollada por el economista James Galbraith está presente en todos los proyectos que apuestan actualmente por ganarle terreno al mar. Nada novedoso a priori, ya que las islas artificiales suponen una vuelta a tipologías tan antiguas como los crannogs del Neolítico o el Nan Madol micronesio. Defensivos unos, rituales otros, y ambos exhibición de poder. Los aztecas también fundaron Tenochtitlán sobre un grupo de islas en el siglo XIV (en la imagen). Japón recurrió a ellas en el XVII para paliar su falta de suelo y en el XIX para protegerse de ataques vía marítima (Odaiba) y a finales del XX fueron las soluciones más costosas de la historia al convertirse en la ubicación idónea de nuevos aeropuertos por todo mundo. Sin embargo las necesidades -y los necesitados- que impulsan las nuevas propuestas obedecen a motivos muy diferentes.

Vicente Guallart en el DMAA define las ciudades-isla como la reacción activa ante una megaciudad formada o en proceso de formación. Dubai y Abu Dhabi son dos ejemplos de ello. Los Emiratos Árabes, conscientes del fin del petrodólar, llevan tiempo diversificando sus fuentes de inversión. El turismo cultural de gran lujo, objetivo principal, modifica velozmente sus skylines con hoteles de siete estrellas y franquicias de todos los grandes museos (Louvre TM y Guggenheim TM).

El metarracionalista, en el deseo de perpetuarse en la exclusividad, practica sus actividades favoritas -consumir y elevar a la categoría de galerías de arte los sanctasanctórum de las grandes marcas del mundo capitalista-, en complejos turísticos como Palm Islands, o The World. Las cifras del primero marean: 1.200 € millones, 80 millones de metros cúbicos de tierra dragados, 520 km de playas, 10.000 viviendas, 60 hoteles y centenares de edificios culturales, todo ello joyas de un collar –en palabras de Gehry- que los políticos locales desean y tendrán a bien engarzar. Las del segundo no tienen nada que envidiar, sobre todo en lo que a precios se refiere (entre 15 y 45 millones de $), aunque eso no ha impedido que ya se hayan vendido un 94% de las 300 islas del peculiar mapamundi, una suerte de miniciudades privadas.

Sin embargo, aunque estos ejemplos pudieran parecer un occidentalizante modelo de colonización ideológica –más sutil que una guerra- cada día aparecen propuestas más lejos de allí, promovidas por ciudades sin dirección, sin capacidad de renovación (que también menciona Guallart) y cuyos autores, no pudiendo apropiarse del discurso del Pérsico, recurren a originales piruetas dialécticas para justificar su razón de ser. Resulta difícil admitir que Isla Luna (Valencia) le gane 2 millones de metros cuadrados al mar –con un coste de 5.000 € millones- para construir vivienda protegida -entre otros equipamientos- cuando las características principales de estos complejos son el ombliguismo, la privacidad y la ausencia de espacios públicos.

Algo menos jocoso es el argumento de Isla Tulipan (14.000 $ millones), frente a la costa holandesa, que se dedicaría principalmente a la agricultura, aunque Joop Atsma, político local y su mayor defensor, se pregunte en el parlamento si no sería fantástico que se reconociera a Holanda desde el cielo viendo un tulipán (sic). A pesar de que se han considerado aspectos como su autosuficiencia energética, el hecho de que proteja a la costa de los envites del mar del Norte, y que resuelva los problemas de suelo que acentuará el cambio climático –poblándola a largo plazo con unas 200.000 personas-, no cuenta con el beneplácito de los ecologistas, que además de considerarlo un despilfarro, preven consecuencias graves para el ecosistema.

Pero la metáfora mas atrevida, por lo simple, es Panamarina Pacific (2.500 $ millones, 4 millones de metros cuadrados) que, de la mano de un consorcio español, pretende construir en la costa pacífica de Panamá una isla con la forma de la bandera del país. Ledoux al menos tenía gracia. A rebufo de éstos proyectos y al calor de los Juegos Olímpicos de invierno de 2014 hace pocos días ha aparecido en los medios la última bufonada, un miniarchipiélago de 10 islas que recreará el mapa de Rusia frente a la isla de Sochi y que servirán de alojamiento a los deportistas.

El fin de una era

Aunque formalmente estos proyectos responden a metáforas naïf y sus costes se sitúan en las antípodas de la sostenibilidad, cuentan con el mecenazgo de las castas dueñas del petróleo y el empuje  de empresas especializadas en este tipo de construcciones como Nakhell o Van Oord que han desarrollado costosísimas tecnologías que pretenden seguir explotando.

Otros factores como la desaceleración experimentada por el sector de la construcción en España está llevando a muchos profesionales a abrir oficinas en países con economías emergentes como China o los Emiratos Árabes, aunque la inercia especuladora –y los beneficios obtenidos por las constructoras en los últimos años- permiten diversificar estas localizaciones, siendo bastante habitual encontrar promotores españoles en Centro América, Brasil o Europa del Este.

Cada vez son más las voces que apuntan al fin de una era, la de la arquitectura(urbanismo)-espectáculo, la mediática, y estas imágenes no son más que los últimos coletazos antes de dar el paso definitivo hacia la arquitectura sostenible.

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