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Una propuesta de medición del tiempo para el debate electoral

Por jjperez
Actualizado 01-03-2008 10:19 CET

A las puertas del segundo debate electoral nos llega un sistema de medición del tiempo que parece mucho más eficaz -por lo menos más ingeniosa- que los expertos cronometradores de la ACB. Nos llega a través de una fotografía de principios del siglo XX hecha en Guadix -Granada- por un fotógrafo llamado Chavarino.

Amigos del porrón. Vía Torcuato Fandila

La Sociedad de Amigos del Porrón era una tertulia accitana -gentilicio de los de Guadix-. Eran tiempos en los que a las personas les gustaba sentarse, debatir, compartir e intercambiar ideas, conocimientos o visiones del mundo. Para asombro de nuestros contemporáneos esto lo hacían el uno frente al otro, sin mediación de ningún artefacto o ingenio tecnológico. Pues bien, aquella tertulia, según cuenta el restaurador de la fotografía, Torcuato Fandila, no tenía demasiadas normas. Sobre todas sus reglas destacaban dos que son las que nos han llegado: el encargado de llenar el botijo cambiaba en cada sesión por rotación entre sus miembros y, la segunda y más importante, era la que establecía el tiempo de duración de la tertulia, determinado siempre por la existencia o no de agua en el recipiente, de modo que cuando ésta se agotaba también lo hacía la tertulia.

 

La ingeniosa clepsidra tertuliana podía tener un efecto interesante en el desarrollo de la tertulia. Si la cosa era amena los asistentes procurarían no beber, pero seguro que la interesante charla resecaría la boca de los tertulianos y estos terminarían dando fin al encuentro por fuerza de la sed. En cambio, si la tertulia se volvía pesada seguro que más de uno intentaría beber de más para dar termino a aquello, pero al ser el búcaro tan grande difícilmente podría un solo miembro condicionar la duración de la cita y sería necesario el concurso de muchos para que finalizase. De este modo cada encuentro tenía siempre una extensión determinada y lo interesante de la conversación haría que tuviese una duración algo más por arriba o menos por abajo, pero siempre tendría un tiempo fijo.

 

Otra consecuencia de esta tecnología era que nadie podría abusar del turno de palabra, tarde o temprano tendría que hacer uso del porrón y necesitar todo su cuerpo para mover ese gran envase, de modo que necesariamente terminaría cediendo la palabra.

 

Una tecnología básica que sorprende a principios de la centuria siguiente. Pero seguro que si los tres protagonistas de esta foto levantasen la cabeza, caerían nuevamente muertos de la sorpresa. Con toda seguridad cuando posaban lo hacían pensando en una posteridad limitada al tiempo en el que la emulsión pudiese dar testimonio de su costumbre o hasta que la foto dejase de rodar en alguna lata de fotografías conservada por algún hijo o, como mucho, por un nieto. Tal vez ni pensaron en el tiempo cuando posaron en que su foto trascendería.

 

Un siglo después su rostro, sus trajes, su costumbres se han digitalizado. Se ha convertido en un archivo que se puede reproducir hasta el infinito. Su pose inmortalizada se ha escapado de aquella lata de carne de membrillo en la que sus protagonistas pensaban guardarla y ha saltado a Internet. Ahora, cien años después, la Sociedad de Amigos del Porrón vuelve y si entonces su ingenioso sistema de medición del tiempo asombró a un puñado de amigos y conocidos, hoy, cuando no conocemos sus nombres, circulan por la red sorprendiendo con sus normas.

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