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El desarme armamentístico de la Agencia Tributaria

Archivado en:
economia, internacional
Actualizado 03-03-2008 12:18 CET

La Agencia Tributaria siempre ha pecado de desalmada con los adinerados, también los bandoleros, en otra época, a quienes les dio por saquear la bolsa del rico y repartirla entre los pobres. Desde entonces, el mayor problema de los acaudalados es la movilidad de su dinero. Cual entrenadores avezados mueven la pasta por la geografía del capital con intenciones de ajedrecistas del día a día. Y siempre con el mismo objetivo final: ganar más pasta todavía.

Hace más de dos años, a finales del frío enero de 2006, un viejo conocido de la justicia española, Heinrich Kiebes, envió un correo electrónico a los servicios secretos alemanes ofreciendo un misterioso DVD. El disco contenía información comprometedora y valiosa sobre cientos de millonarios que defraudaban al fisco de sus respectivos países. Kiebes ponía en bandeja de plata y con guinda entre los labios a lo más selecto del neocapitalismo actual.

Pero claro, el chico no iba a hacer tamaña hazaña de una manera altruista y solicitó algo muy relacionado con el asunto que se traían entre manos: pasta, mucha pasta. Tras una negociación intensa, que se prolongó por espacio de año y medio, el gobierno alemán aceptó pagar cinco millones de euros por el CD.

A partir de entonces, la policía germana ha realizado 150 registros domiciliarios y ha conseguido la confesión de 91 implicados. Vete a saber lo que contendrá el dichoso disco para que canten sin mayor problema.

Los presuntos defraudadores mantenían cuentas y depósitos en el Principado de Liechtenstein, un paraíso fiscal en el epicentro de Europa, para evitarse los siempre engorrosos trámites de efectuar la declaración en sus respectivos países.

En el transcurso de la investigación se ha desvelado que al menos una veintena de ellos son ciudadanos españoles, con lo que la Agencia Tributaria de nuestro país se ha puesto manos a la obra y se ha sumado a la investigación. Ya resulta demasiado feo que alguien de fuera venga a contarte lo que ocurre en tu casa, como para que encima te quedes sin hacer nada.

Ahora, los sesudos inspectores de las arcas públicas, gente de por sí poco dada al agradecimiento, tendrían que mostrarse insensibles ante el ímprobo esfuerzo que supone amasar dinero en estos tiempos que corren de reclamaciones sociales a flor de piel. Y no comprender, aunque ello les suponga un enorme esfuerzo, lo jodido que es tener que bregar con los trabajadores, y su ancestral rebeldía hacia la mano que les da de comer, para un grupo selecto de personas cuya máxima aspiración no es otra que el engrandecimiento de la patria, ésa de la que sacan la pasta para colocarla en otro país con el que no tienen nada que ver.

Por si las moscas, el diario El Mundo ya advierte en su suplemento Mercados de ayer, que la lucha contra este tipo de fraude está condenada al fracaso de antemano por “falta de armas legales”. Y es que hay desarmes que al final llegan a costar fortunas.

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