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"Aunque usted pueda, España no puede"

Por G. SÁENZ DE MIERA/ MIGUEL ANGEL MUÑOZ*
Actualizado 06-06-2008 16:49 CET

Parafraseando este elocuente eslogan, muy de moda en España tras la crisis del petróleo de los años setenta del pasado siglo, cerraba su intervención José Luís Díaz Fernandez en unas jornadas recientes sobre eficiencia energética, organizadas por la Universidad Pontificia de Comillas y la Asociación Española para la Economía Energética: "Aunque usted pueda, España no puede".

Probablemente, hay pocas frases que resuman mejor todos los matices a tener en cuenta cuando abordamos el uso que se hace de la energía.

Y es que, aunque cualquier alusión directa o indirecta a la noción de ahorro no haya gozado de demasiada popularidad en sociedades materialistas, la realidad está clara: aunque usted pueda permitirse gastar energía sin preocuparse, España no puede.

A pesar de su impopularidad, las mejoras de la eficiencia energética deben entenderse como una oportunidad para hacer frente a los retos económicos, medioambientales y de política energética a los que hace frente la humanidad. Por esta razón, la Unión Europea tiene entre sus objetivos básicos en materia ambiental, la mejora de la eficiencia energética en un 20% para el año 2020.

Los beneficios de la eficiencia energética en términos económicos se producen porque permiten mejoras en la competitividad de nuestra economía, al reducir los costes energéticos de las compañías. Esto es muy importante dado que, en la actualidad, éstas se enfrentan a unos precios del petróleo de aproximadamente 130 dólares el barril, más del doble del precio hace un año.

Desde el punto de vista ambiental, el sector energético es el responsable del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), de ahí que la eficiencia energética deba tener un papel vital entre las políticas de mitigación del cambio climático. En general, todos los 'gurús' internacionales coinciden en la importancia de este tipo de políticas para reducir emisiones de GEI. Según la Agencia Internacional de la Energía, la eficiencia energética puede llegar a suponer dos tercios de las emisiones evitadas. El 'McKinsey Global Institute' (MGI) estima que estas políticas podrían llegar a contribuir a alcanzar la mitad del objetivo de reducción de emisiones de mantener la concentración de GEI en la atmósfera por debajo de las 550 ppm.

Otra de las grandes virtudes de la eficiencia energética consiste en la mejora de la seguridad energética. En este sentido, nuestro país es especialmente vulnerable. España depende en un 80% del exterior para cubrir sus necesidades en este campo, pues importa la práctica totalidad del petróleo y gas que consume. Ello nos hace vulnerables en términos energéticos, al estar sometidos a la volatilidad de los precios internacionales de la energía y a una eventual interrupción en el suministro, y en términos económicos, por el deterioro de nuestro déficit por cuenta corriente.

Siendo conscientes de esta situación y, teniendo en cuenta que las ganancias de eficiencia energética pueden llegar a suponer ahorros en el consumo de energía de un 30% en el sector edificación o de un 25% en industria y que, según el MGI, con las tecnologías existentes algunas medidas de eficiencia energética pueden alcanzar un rendimiento de entre el 10% y el 17%, deberíamos preguntarnos por qué no se están desarrollando medidas de eficiencia energética y acometiendo inversiones a la velocidad que se debería.

Para analizar esta cuestión debemos remitirnos de nuevo a la frase que señalábamos al principio: "Aunque usted pueda, España no puede". Esta frase refleja cierta pasividad del consumidor e incluso ignorancia sobre los efectos que el derroche energético individual tiene sobre el bienestar del conjunto de la sociedad.

Esto es así, porque los consumidores no percibimos adecuadamente la importancia o rentabilidad que nos reportarían dichas actuaciones. Por un lado, los estudios reflejan que los consumidores exigen desorbitadas tasas de retorno a las inversiones en eficiencia energética, alrededor del 20%-30%. Este sería el caso de inversiones para mejorar el aislamiento térmico, como cambio de ventanas u obras para aislar paredes. Detrás de estas elevadas tasas está la escasez de información sobre los beneficios para el consumidor del ahorro energético, los costes de transacción y barreras administrativas, los riesgos de incompatibilidades tecnológicas, las barreras a la obtención de financiación y los incentivos no alineados que producen entre el agente que realiza la inversión y el agente que se beneficia de los ahorros energéticos.

Por otro lado, y este es un hecho crucial para entender el poco éxito de las políticas de eficiencia energética, los consumidores no reciben las señales adecuadas del precio de la energía, ya que los subsidios energéticos dificultan la competencia en términos de rentabilidad con los recursos energéticos tradicionales, y la ausencia de internalización de costes ambientales y sociales en los precios de las energías fósiles desincentiva las reducciones en su consumo. Es cierto que a corto plazo resulta complicado reducir el consumo, porque no podemos cambiar los equipos que utilizan energía de la noche a la mañana, pero si recibimos las señales adecuadas iremos tomando decisiones de inversión y consumo. Compraremos electrodomésticos más eficientes, realizaremos inversiones en sistemas de iluminación inteligentes...

Por su parte, las administraciones han definido políticas de apoyo a la eficiencia energética, (por ejemplo en España la E4…) pero parece que todavía no son suficientes para alcanzar los objetivos planteados. Y, las empresas, tampoco han adoptado una estrategia muy activa, quizás porque no han tenido las señales regulatorias adecuadas.

En definitiva, si queremos estar a la altura de los retos que se nos plantean en materia económica, energética y ambiental, es necesario lanzar las señales de precio adecuadas, que son aquellas que incorporan todos los costes del suministro energético a los consumidores, para que los agentes adopten sus decisiones de forma eficiente, y desarrollar un marco regulatorio que elimine las barreras al desarrollo de inversiones en eficiencia.

Hay que reconocer que el tema es complejo. Y lo es porque en último término, lo que necesitamos es un cambio estructural en la forma en que producimos y consumidos la energía. Si no lo hacemos será difícil avanzar hacia un modelo económico sostenible.

Quizás, como decía Ignacio Pérez Arriaga, en una de las ponencias de la jornada pasa a ser una cuestión ética, y más que preguntarnos cuánto podemos reducir nuestro consumo, debemos plantearnos, cuál es el límite de consumo compatible con un desarrollo sostenible. Y una vez definido dicho límite, diseñar políticas a todos los niveles para alcanzarlo. En este sentido, el objetivo debe ser crecer mejor y no crecer más, evolucionando hacia un paradigma de sobriedad energética de nuestra sociedad. En este ámbito, las políticas educativas jugarán un papel esencial.


*Gonzalo Sáenz de Miera es economista y promotor del GTPES (Grupo de Trabajo sobre Políticas Energéticas Sostenibles). Miguel Ángel Muñoz es economista.

(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).

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