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La discriminación bilingüe

Actualizado 06-03-2008 20:06 CET

¿Cuál es la verdadera utilidad del bilingüismo en las escuelas? ¿Qué sentido  tiene priorizar el inglés o el francés en la educación de unos chicos que tienen verdaderos problemas de expresión y comprensión en propia su lengua materna? La realidad bilingüe que se impone en los centros está mucho más cerca de la segregación de diferentes tipos de alumnados que de certificar la utopía de un verdadero dominio del otro idioma.

Dicen que cuando le dijeron a Ortega que Salvador Madariaga hablaba a la perfección en cinco idiomas, comentó despectivamente: “Eso sólo quiere decir que es tonto en cinco idiomas”. Sin entrar a valorar la figura de Madariaga, o si era tonto o no, la afirmación anterior es un brillante ejercicio crítico que encierra una potente carga de profundidad contra el abuso y el prestigio del aprendizaje de idiomas.

Los idiomas. Si Ortega hubiera hecho la misma afirmación en la España de hoy, los políticos de todo el espectro político, los profesores de idiomas, las asociaciones de padres y las fuerzas del mercado se le hubieran echado encima como lobos hambrientos en busca de carne fresca de intelectual incómodo para llevarse a la boca. En educación no se suelen llegar a consensos fáciles entre los grandes partidos políticos de nuestro país, ni entre la facciones conservadores y progresistas de la sociedad., pero curiosamente hay dos aspectos educativos en los todos parecen querer llevar la delantera para colgarse la medalla de la supuesta modernidad: los idiomas y las nuevas tecnologías.
La moda de los idiomas y la importancia que se le da a su aprendizaje ni son casuales, ni están poco meditadas. Son consecuencia directa de un modo práctico y meramente instrumental de entender la escuela, así como de las reformas ocultas que se están haciendo en el currículo educativo de nuestros jóvenes. El bilingüismo copa las portadas de los periódicos, es utilizado como publicidad, sirve como demostración de modernidad y de nivel, prestigia a las entidades públicas y privadas que lo fomentan, además de servir para anestesiar otras posibles reivindicaciones de los padres respecto a la enseñanza de sus hijos. Junto a las matemáticas (con un peso excesivo en el currículo que no se ve reflejado en resultados concretos) y la lengua, el bilingüismo se apodera del discurso educativo: “más matemáticas, más lengua, más idiomas...”, y es que algunos han tomado ya la decisión final de reivindicar sin complejos una escuela utilitarista y pragmática, alejada de “caducos” ideales de otra época, y son conscientes que para que este tipo de escuela impere nada mejor que podar drásticamente aquellas otras asignaturas “inútiles” para el inmediato futuro laboral de los jóvenes. Se busca así hacer prevalecer los saberes meramente técnicos e instrumentales que formen a nuestros chicos para lo que realmente se necesita: trabajadores consumistas que no se compliquen demasiado la vida, y que carezcan de opinión y de criterio. Pero que hablan en varios idiomas. Eso sí. O eso parece.
En ese camino la ayuda del idiota prestigio que trae consigo el bilingüismo y la obsesión que se ha inoculado a los padres con él, reporta funestas consecuencias tanto para la educación integral de los jóvenes como para la igualdad real de los chicos en los centros. Seamos claros, es el momento: el bilingüismo está siendo utilizado en los centros públicos para segregar a su alumnado, para poder formar grupos de élite compuestos por los hijos de los blancos progres de clase media que quieren mantener a duras penas su discurso en defensa de la educación pública, pero que no quieren ver mezclados a sus hijos con los problemas derivados de la inmigración o la pobreza tercermundista que salpica a nuestras aparentemente opulentas sociedades occidentales. No debiera ser necesario comentar que los sectores sociales más conservadores y económicamente poderosos ni siquiera se plantean esos dilemas morales respecto a la educación, se sienten mejores sin más y reivindican su derecho a serlo, por lo que directamente matriculan a sus vástagos en la educación privada o en la privada concertada (dependiendo de diferentes factores socioeconómicos), ya que entienden que la diferencia no está en la calidad de lo que se les enseña sino en el mero hecho de que donde se les enseñe no sea accesible para todos.

Nos encontramos pues con una progresiva estratificación de nuestra educación (pública y privada) que ve como se va difuminando la universalidad y gratuidad de la que partía (y la ingenua idea de igualdad de oportunidades que ofrecían dichos aspectos), y observa cómo comienza a germinar de nuevo una perspectiva individualista e insolidaria de ella que perpetúa y acrecienta las diferencias sociales. Esa realidad es la que este artículo quiere denunciar, particularizando en el bilingüismo que se promociona en nuestras escuelas, y la opción del segundo idioma extranjero para nuestros jóvenes. Esas opciones enmascaran una realidad dramática en la que, a pesar de que muchos de los chicos apenas saben redactar y expresarse en su lengua materna y junto a la excesiva segmentación de saberes que aparece ya en la primaria y que se manifiesta con todo su horror en la secundaria (un alumno de 3º de ESO de la Comunidad de Madrid estudia 12 asignaturas, con sus 12 profesores, en un curso normal), se ofrece la posibilidad de que asignaturas como Ciencias Sociales o Ciencias Naturales se les impartan en inglés. ¿Sólo en inglés? No, en absoluto, los centros de secundaria que no consiguen ser centros bilingües en inglés optan a serlo en francés. O en alemán. Al ruso no optan, de momento. Tiempo al tiempo.

La razón de esta moda es evidente cuando esos centros se viven desde dentro: el bilingüismo permite segregar al alumnado. Los mejores alumnos se agrupan con la excusa de recibir una educación bilingüe, separándoles así de la problemática social de los alumnos con peores entornos sociofamiliares que evidentemente, desestiman esa posibilidad que sólo en teoría (sólo en teoría) se les ofrece. Pero además la formación de grupos sigue segmentándose mediante la posibilidad de estudiar un segundo idioma extranjero (francés) además del obligatorio inglés. Así, la tan cacareada y aplaudida optatividad de ciertas asignaturas se convierte en el mejor y más perverso método posible de selección de alumnado: si a un alumno de 3º de ESO se le ofrece la posibilidad de optar por Francés o por Taller de Artesanía, adivinen... ¿Por qué asignatura optará el chico de la familia informada, sin problemas, que conoce el funcionamiento interno de los centros, que se informa y se preocupa por la educación de ese chico? ¿Y el chico de la familia desestructurada que no tiene interés inmediato por sus estudios, el chico cuyos padres es imposible convocar a una región con el tutor porque se desentienden de la educación de su hijo, o porque no pueden permitirse el lujo de pedir un par de horas libres de su trabajo por el miedo de que les echen del mismo? Una vez realizada la elección nada más simple para la dirección del centro que formar los grupos mediante las “inevitables” necesidades organizativas, y así hacer una “selección natural" absolutamente inmoral que determina el futuro de los que ya se señala como desechos sociales. ¿Cómo puede funcionar bien un grupo donde se mezclan alumnos de integración, alumnos repetidores, alumnos con gravísimos problemas familiares y alumnos inmigrantes desarraigados? ¿Le gustaría que su hijo estuviese en él?

Pocas opciones parecen quedar ante esta realidad tácitamente aceptada por todos: por padres, profesores, directivas de los centros, administración... Los únicos que no se dan cuenta de ello son los perjudicados y sus familias, y su inopia permite mantener el tinglado. Contarlo tal vez sólo sirva para hacer un poco de ruido o provocar alguna reflexión, pero mientras tanto la rueda sigue su marcha, carente de sentimientos de culpa, pragmática, sin que nadie se dé por aludido...

www.discursiones2.blogspot.com

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