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Radicales y antisistema

Actualizado 07-03-2008 17:05 CET

Lo puedo decir más alto, pero difícilmente más claro: soy un radical. Sí señores, lo han entendido de forma correcta; perdonen mi atrevimiento, pero ya saben que los radicales no tenemos unos modos excesivamente suaves. Lo repito de nuevo para que no queden dudas: soy un radical que reivindica a cada paso su radicalismo, sin subterfugios ni matices. Soy un radical con todas las letras; pero tanto o más radicales que yo son el resto de mis compañeros de V de Vivienda y las miles de personas que volvieron a salir a la calle el pasado fin de semana en Madrid y en otras 18 ciudades más (entre otras muchas virtudes, los radicales somos ubicuos) para pedir radicalmente que el derecho a la vivienda sea una realidad radical, y para exigir que la precariedad laboral sea radicalmente eliminada.

Con la camiseta de V de Vivienda en Bruselas.

Soy tan amante de la palabra “radical” que el otro día decidí ver cuántos significados tiene el susodicho término en la última edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE. Tengo que decir que después del repaso me afiancé aún más en mis convicciones. Ciertamente, la Real Academia Española de la Lengua incita a la radicalidad. Dice la primera acepción que radical es un adjetivo que hace referencia a lo que es “perteneciente o relativo a la raíz”. Y si algo intentamos desde V de Vivienda es ir a la raíz del problema de la vivienda para saber cuáles sus causas. El segundo significado también va en la misma dirección: “fundamental, de raíz”; más ilustrativo es el tercer sentido de este término, según explican estos radicales de la RAE: “partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”. Cuando leí esto entendí por fin por qué algunos medios de comunicación se empeñan en insultarnos con este rotundo vocablo. Sólo hay 2 opciones posibles: o bien estos medios de comunicación son poco o nada partidarios de las reformas extremas en sentido democrático; o bien son enemigos acérrimos de la RAE, lo cual no es tan descabellado cuando se habla de periodistas. La cuarta acepción también me resultó muy satisfactoria: “extremoso, tajante, intransigente”. Si vivimos en el país con la vivienda más cara del mundo en relación a los salarios, como es el caso, no nos queda más remedio que ser unos “extremosos”; unos radicales de tomo y lomo, en definitiva.

El resto de significados de esta palabra son mucho más técnicos y están ligados a ciencias tan respetables como la gramática, las matemáticas o la química. Y esto es todo. Por más que busqué y rebusqué entre las distintas acepciones, juro que no encontré, a pesar mía, el simpático término “antisistema”, que se suele unir al de radical en las peculiares crónicas que nos dedican los enemigos de la RAE. En efecto, todo radical que se precie aparece en la prensa con el apellido antisistema, y la expresión resultante, “radical antisistema”, ha hecho tanta fortuna en los medios de comunicación que amenaza con desbancar del primer lugar a la sequía pertinaz (o como dicen los más refinados, a la pertinaz sequía). Así pues, no había ni rastro de antisistema entre todos los radicales; ¿entonces, por qué todos los radicales eran radicales antisistema? Como curioso radical que soy, decidí no parar hasta solucionar el misterio. Empecé por tomar de nuevo el diccionario para buscar esta vez la palabra antisistema. Según la RAE, este adjetivo se aplica a quien es “contrario al sistema social o político establecido”. Luego si juntamos este concepto con el anterior tenemos que un radical antisistema es básicamente una persona contraria al sistema social o político establecido y que al mismo tiempo es partidaria de reformas extremas, especialmente en sentido fundamentalmente democrático. El siguiente paso era comprobar si esta definición era aplicable a V de Vivienda.

Nosotros llevamos casi 2 años exigiendo que el derecho a la vivienda digna, recogido en el artículo 47 de nuestra Constitución, sea una realidad. Es decir, somos partidarios de una reforma radical, en sentido indudablemente democrático, pues se trata de que se garantice un derecho reconocido previamente por nuestra democracia. Somos radicales por tanto; ¿y además antisistema? Si nos atenemos a la RAE, esto significaría que nuestro sistema sociopolítico no se puede sostener si se garantiza el derecho democrático a la vivienda. Por otro lado, como radicales también exigimos una lucha tenaz contra la corrupción, porque afirmamos que la corrupción es la principal causa de que sea casi imposible “disfrutar de una vivienda digna y adecuada”, como reza el artículo 47. Pedimos que termine radicalmente la corrupción, porque la corrupción es antidemocrática y está en la raíz del problema de la vivienda. Si además fuéramos radicales antisistema, como se apunta desde ciertos ámbitos, esto implicaría que el sistema es corrupto por naturaleza, y que al luchar contra la corrupción estamos atentando contra el orden establecido (y que éste no es democrático tampoco).

En conclusión, es un mal asunto que seamos nosotros los radicales antisistema. Pero si no lo fuéramos nosotros, ¿entonces quiénes lo serían? En un mundo en el que la realidad es más o menos soportable según las palabras que se utilicen para definirla, es preferible la losa de la exclusión social a la de una expresión inadecuada. Por favor, señores periodistas y académicos de la lengua, pónganse de acuerdo: queremos saber qué somos. Al menos una cosa sí que tenemos clara: da igual que nos llamen radicales, antisistema o radicales antisistema, o esto cambia o NO VAMOS A TENER CASA EN LA PUTA VIDA. Palabra de radical.

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