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Seamos realistas, pidamos lo imposible

Actualizado 26-03-2008 18:23 CET

Según un reciente estudio de CCOO, el 89% de los jóvenes madrileños tiene un salario inferior a los 1.000 euros. El sindicato añade que hasta los 35 años no se comienza a cobrar un salario equivalente al salario medio. Además, un 56% cobra un sueldo inferior al Salario Mínimo Interprofesional, fijado actualmente en 600 euros. El panorama no es mucho más halagüeño a nivel nacional. De hecho, como señala otro estudio de la Obra Social Caixa Catalunya, más del 50% de los jóvenes españoles que viven con sus padres serían pobres si se emanciparan. La situación no mejora ni tan siquiera para los más preparados. Como señala la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca), los universitarios españoles están entre los peor pagados de Europa. Un licenciado español cobra 1.414 euros de media, prácticamente la mitad que uno alemán, que percibe unos 2.692 euros por término medio.

Son datos terribles, que no necesitan comentarios, y que pintan un cuadro ciertamente triste, de unos tonos más propios de una novela de Dickens que de un poema de Alberti. Seremos la octava potencia del mundo, pero no tenemos dinero ni para los pinceles. Este “gran logro” no se ha gestado evidentemente en unos pocos años, sino que es la consecuencia más clara del subdesarrollo social de España, mal endémico de profundas raíces históricas, tan profundas que llegan a la actualidad. Hoy en día los que deciden, ya sea desde la esfera política, ya sea desde la económica, siguen sin tener una verdadera conciencia social. La clase política no puede tenerla porque es una casta endogámica demasiado alejada de los problemas reales de los ciudadanos, de los que sólo se ocupa durante 15 días cada 4 años. Y a los poderes económicos y financieros no les podemos pedir nada; todo lo contrario, ahora son ellos los que no se cansan de implorar al Estado que venga a socorrerles ante la grave amenaza que supone el estallido de la burbuja inmobiliaria, burbuja que han creado ellos y de la que se han lucrado principalmente ellos, y que para más INRI explota en el peor momento, con la crisis financiera internacional de las subprime como telón de fondo.

Pero el papel de los jóvenes en este contexto objetivamente nefasto no puede limitarse al de ser meras víctimas. A la juventud hay que exigirle siempre más que a nadie, porque ella es el futuro y la esperanza de que ese futuro sea mejor que el presente. Como ya se ha señalado, la horrible situación actual se ha gestado a lo largo de muchos años. Habría que preguntarles a estos jóvenes de entre 25 y 35 años dónde estaban mientras se fraguaba este desastre, mientras se decidía que muchos de ellos no iban a poder desarrollar, salvo si tenían un golpe de suerte, su propio proyecto vital. Estas generaciones deben entender que los derechos no son conquistas eternas: hay que defenderlos continuamente si los queremos mantener. El problema es que la juventud suele pensar que no merece la pena luchar ni protestar porque no van a conseguir mejorar su situación. Esta es la esencia de esa lamentable profecía autocumplida que bien puede expresarse en la frase “no va a servir de nada”. En el fondo, esta negación de la posibilidad de influir en nuestro propio destino realmente lo que niega es nuestra existencia como ciudadanos libres, puesto que la libertad siempre supone capacidad de elección y de cambio de las propias circunstancias. Del “seamos realistas, pidamos lo imposible” de mayo del 68 hemos pasado al “no va a servir de nada”. El 68 francés a lo mejor no salió del todo bien, pero al menos fue protagonizado por los jóvenes; ahora lo que tenemos son viejos (que no ancianos) de 20 años.

Ya que estoy hablando de utopías, y de franceses, voy a recordar algo que pasó hace tan sólo un par de años En concreto fue el 28 de marzo del 2006; ese día los estudiantes y los sindicatos franceses sacaron a la calle a casi 3 millones de personas en una huelga interprofesional convocada para exigir la anulación del contrato de primer empleo, que prácticamente instauraba el despido libre de los licenciados durante los 2 primeros años de contrato. La ley fue retirada gracias al clamor popular contra ella en menos de 3 meses. Otro ejemplo de que todavía los jóvenes pueden ser decisivos es la “Revolución Naranja” ucraniana de 2004. Realmente fue una movilización civil, con la juventud al frente, contra el pucherazo electoral que daba la victoria en las elecciones presidenciales al candidato progubernamental Viktor Yanukovich, cuando el auténtico vencedor de los comicios era Viktor Yushchenko. Gracias a la resistencia de los ciudadanos, volvieron a repetirse los comicios, en los que Yushchenko se impuso con claridad. El último ejemplo no hace referencia a hechos recientes, sino al momento actual, e incluso al futuro. Me refiero a las elecciones presidenciales de EEUU. Como muchos expertos en política norteamericana señalan, el “efecto Obama” y la alta participación en las primarias demócratas han sido posibles gracias a una juventud que parece haber despertado. De hecho, sin ellos será difícil que pueda haber un vuelco significativo en la votación de noviembre.

Francia, Ucrania y EEUU: tres países muy distintos y 3 contextos con poco o nada en común, salvo el papel decisivo de la juventud. ¿Seremos nosotros, los jóvenes españoles, capaces de cambiar la situación de acuciante precariedad que padecemos? Este es el reto que debemos asumir cuanto antes, dado el estado comatoso de nuestros derechos sociales; pero esto sólo será posible si desterramos de nuestro vocabulario, y sobre todo de nuestro pensamiento, el “no va a servir de nada”. Una juventud que no cree en sí misma, ni por tanto en su futuro, que es el futuro de todos, es lo que realmente no nos vale de nada. Hoy, más que nunca, seamos realistas, pidamos lo imposible.

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