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Freiheit stirbt durch Sicherheit

Actualizado 29-03-2008 14:10 CET

En muchos balcones de Berlín cuelga esta frase. La Libertad Muere Por La Seguridad. La capital contestataria de la primera potencia exportadora mundial, con un 20% de población extranjera, ya mostraba en ventanas y terrazas esta frase mucho antes de que se destapara el último escándalo de espionaje empresarial, patrocinado en esta ocasión por Lidl.

La pérdida de imagen de Lidl acaba de empezar

Lidl, el segundo mayor supermercado de descuento en Alemania, espiaba desde 2006 a sus empleados mediante la instalación de microcámaras ocultas y la contratación de detectives, quienes recorrían muchas de las filiales de la empresa en diversos Länder del país. Sus funciones iniciales eran detectar los errores del personal que facilitaban los pequeños hurtos, típicos de todo supermercado (que en Lidl tenían dimensiones colosales: cada año desaparecía un 8% de su mercancía en circunstancias no aclaradas).

Pero es difícil detenerse en un punto concreto si nadie te frena.

Poco a poco, los detectives ampliaron su radio de acción y marcaban, con precisión endiablada, en un informe todo comportamiento "anormal", lo cual pasaba desde quién no recogía un cartón en un pasillo, quién no reponía mercancía correctamente, hasta errores graves que los dueños de la empresa no podían pasar por alto:

"La señora N. tiene ambos antebrazos con tatuajes, los cuales parecen más bien de origen casero; ello podría ser catalogado como "tatuajes de presidio", especialmente para los clientes de edad avanzada. Se debe advertir a la señora N. que durante su jornada de trabajo, y especialmente en la caja, debe mantener tapados sus antebrazos."

"Conversan en polaco entre sí, ¡aunque haya clientes delante!"

Grave. Gravísimo tener tatuajes de apariencia no cara (curiosa paradoja cuando hablamos de una cadena de supermercados que no destaca precisamente por el cuidado de las apariencias de sus productos ni de sus lineales), o que dos trabajadoras del país vecino hablen en un idioma que cualquier cliente no pueda entender.

Lo grave, sin embargo, no es eso. 

Lo grave es leer:

"La señora C y la señora S abandonan la filial para dirigirse a un curso de la empresa en Braunschweig. Ambas se manifiestan de forma negativa contra la mencionada formación. No comprenden la finalidad ni el sentido (de dicha formación); ambas esperan que el tiempo transcurra lo más rápido posible, y descartan de antemano una participación activa en la formación."

"La señorita T habla telefónicamente con su novio sobre una cena conjunta. Pese a saber que el supermercado está lleno de gente y que todavía le quedan tareas por realizar, le promete que saldrá puntualmente, lo cual hace a las 15h."

Prescindamos de categorizaciones fáciles. Prescindamos de lo aparente. Olvidemos el escaparatismo. Lo sencillo aquí es ver el ataque contra las libertades individuales; pero hay que avanzar más. ¿Es sólo un ataque contra personas concretas, contra su intimidad, contra su profesionalidad, o es realmente un ataque más profundo, más inhumano?

Para el detective y para Lidl, lo grave no es tanto errores en el trabajo del día a día, que todos cometemos y que podemos corregir sin necesidad de que nos espíen. Para la empresa, lo grave es el desapego a la empresa, a la figura patriarcal del jefe de filial y por tanto a la jerarquía de mando. Lo grave es tener un pensamiento disidente cuando se le exige a un empleado que haga horas extra y se niega, atreviéndose a salir a su hora de salida. Lo grave para una empresa es que un empleado tenga una vida privada que antepone a lo demás, entendiéndose lo demás como los encargos que decida un señor con el cociente intelectual de un tejón bizco. Lo grave es la falta de entusiasmo, la falta de corporativismo, como si con la nómina se incluyera la cláusula contractual de amar la empresa sobre todas las cosas. Lo grave es que alguien conserve la cordura y se atreva a decir que una formación que le va a retener fuera de su hogar y de su ciudad en fin de semana, perdiendo tiempo libre, es una idiotez sin sentido.

La anulación del individuo, pues, no es más que una consecuencia, no el leit-motiv. Eso es lo atroz. Porque la empresa da por hecha la entrega sin condiciones, y no sólo la da por hecha, sino que persigue cualquier atisbo de disidencia.

Lo de menos es qué empresa ha hecho esto, en realidad.

Porque en la empresa del siglo XXI, lo importante es exhibir un corporativismo de cartón-piedra si quiere sobrevivir. No importan minucias como el talento, la capacidad de resolver problemas. Sólo hay dos variables: cuántos culos se lamen y si cobras lo suficientemente poco como para no encontrar a alguien que haga tu trabajo por un poco menos de dinero que tú. Naturalmente, todos tenemos que pagar hipotecas, así que tragamos, aguantamos y rezamos para no ser nosotros los siguientes en la lista.

Sólo nos puede salvar que a veces no hay listas, que disimulamos bien, pero esa reducida tropa de encorbatados que viven en las alturas saben que todo es un teatro, que ellos dicen respetarnos y no lo hacen, y que nosotros decimos respetarles y les despreciamos.

Por eso las cámaras. Por eso los ordenadores con internet capado. Por eso los horarios con tarjeta de fichar.

La excusa es la seguridad. Para Lidl, la seguridad de destapar fallos que permiten los hurtos que suceden todos los días. Y para nuestros gobiernos, la seguridad antiterrorista. El ministerio del Interior alemán aprobó hace poco más de un mes el registro online de ordenadores en caso de sospechas terroristas. "No es nada que la población tenga que temer", llegó a decir Wolfgang Schäuble, ministro del Interior.

Eso quiere decir, si no ocultas nada no tienes nada que temer.

Eso quiere decir, si temes algo, es que ocultas algo, es que no eres uno de los buenos.

Día a día, nuestras libertades individuales son recortadas un milímetro más sin que nosotros hagamos nada por evitarlo. Transigimos silenciosos, esperando que no nos afecte, imaginando que no nos afecta. Ahora que nuestros pasaportes son escaneados y almacenados no sabemos dónde, nos resulta imposible imaginarnos ese pasado anterior a la Primera Guerra Mundial, cuando no existían los pasaportes y la gente (que pudiera pagárselo) simplemente se movía sin tener que mendigar visados, sin sentirse violados en los puestos fronterizos.

Lidl sólo es un diente del engranaje. Un diente que ahora afronta una brutal pérdida de imagen y probablemente demandas de sus trabajadores y compensaciones económicas astronómicas. Nada demasiado importante para Dieter Schwarz, el propietario, el cuarto hombre más rico de Alemania, con una fortuna estimada de 10.000 millones de euros.

Lidl es sólo el supermercado barato que tenía una minired de espionaje de bajo coste. Imaginad qué no hará un gobierno, un ministerio del Interior.

Y Orwell ya está demasiado muerto como para gritar, La libertad muere por la seguridad.

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