Liquiden al fotógrafo

El muerto observa desde atrás, con un tono que delata los colores de los setenta. Le han puesto para que bendiga el Belén, como si las criaturas fueran suyas, que no lo son, con un aire a personaje vicioso de Visconti o a primo lejano de  Al Pacino.

Retrato de familia con difunto al fondo. Revista Hola.

Es la imagen de un “capo”, de elegante traje oscuro y camisa blanca, como ha de ser. En contraste con el padre de la criatura, que es un riguroso negativo mantecado del que gozaba las artes de su madre, ahora todopoderosa pastosa. La foto no tiene desperdicio, de mala, pero retrata bien el terrorífico páramo emocional de estas gentes millonarias y horteras a partes iguales. Pesa más el difunto que los cuatro vivos que le ponen por testigo de su blanco presente, aunque sólo la abuela y el pequeño Sacha lucen un tono realmente puro. La pareja es más bien tirando a beige o a blanco roto con patatas fritas, lo que daría como resultado un gris claro o un encefalograma sin picos. El trozo de pierna de la madre delata que el atuendo es muy corto y que nos hallamos en presencia de gente moderna que lo mismo se casa de verde que se muere de azul con tal de que sea caro; su mano, que apenas roza el hombro de la baronesa, evidencia que no hay confianza sino connivencia. Y que como su hijo le ha hecho un bombo apechuga con el resultado por aquello de la sangre y porque los sachas, así recién paridos y lavados, son monos para pasear los domingos. Por eso le ponen flores al abuelo muerto, que lo mismo podría ser el nuestro. Por eso posan a sus pies, para que les perdone por la corrupción de sangre tan noble y de genes tan fetén.