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No sufran por los señores del ladrillo

Actualizado 14-04-2008 21:34 CET

Ahora que ya nadie duda que los pisos están sobrevalorados, hasta un 20% según el FMI, y que por tanto es inevitable su bajada, está empezando a extenderse la idea de que hay que esperar a que esto ocurra para comenzar de nuevo a comprar pisos. Esto es lo que llaman los expertos “demanda embalsada”, a la que culpan en parte de ser una de las responsables de la actual crisis de ventas del sector, lo cual es un poco discutible si tenemos en cuenta que nunca, y menos en los años del boom, la oferta de pisos se ajustó a la demanda. Por esta razón España es el país con más viviendas vacías de toda la Unión Europea, con más de 3 millones en 2001 (es posible que ahora mismo ronden los 5 millones) y eso sin contar las segundas residencias, con las que el número de casas sin gente se eleva probablemente a los 9 millones. Esto sucede en un país en el que 10 millones de personas están excluidas del derecho constitucional a acceder a una vivienda digna.

En este país hay cerca de 25 millones de casas para 45 millones de personas; pero disfrutar de una vivienda, ya sea alquilada, y mucho menos comprada, se antoja como un lujo al alcance de muy pocos. La razón de esta sinrazón (pongamos un poco de poesía a la locura) es que la vivienda se ha convertido en el gran negocio de estos últimos años, y esta dimensión ha eliminado por completo cualquier consideración de la vivienda como un derecho. Durante los años de la burbuja se ha construido de forma descomunal para hacer negocio y enriquecerse en poco tiempo, a costa del bien social que es la vivienda y de los derechos de los ciudadanos. Por tanto, es la especulación rampante, como ya señaló el propio Relator de la ONU para el derecho a la vivienda, Miloon Kothari, la culpable de esta situación. Esta es la causa, y la subida exorbitada de los precios es la consecuencia. La consideración no es en vano, porque el problema de la vivienda sólo se solucionará si se actúa sobre la causa, no sobre la consecuencia. La clave no está en los precios, sino en la falta de respeto de estos derechos, sacrificados al puro negocio.

Mucho nos tenemos que este planteamiento, tan sencillo en sí mismo, no es entendido por los poderes públicos, que ahora parecen empeñados en salvar a los corruptos promotores y constructores poniendo al servicio de esta loable causa todos los instrumentos públicos que en teoría están para garantizar el derecho. Los señores del ladrillo se dedican por su parte a llorar al Estado, a ese Estado del que antes no querían saber nada, y a seguir especulando donde todavía puedan. El pasado jueves me pasé por el Salón Inmobiliario de Madrid, el SIMA, para ver cómo se lo montan ahora los del tinglado inmobiliario. Tengo que decir que lo que más me indignó de este circo fue el pabellón dedicado a las ofertas internacionales. A cada paso me ofrecían una vivienda en Rumanía, en Bulgaria, en Polonia, en Croacia. Parece muy claro que estos países, recientemente incorporados a la UE o en vías de serlo, son las próximas víctimas propiciatorias de los señores del ladrillo. Y por supuesto, el gran aliciente de esta compra era el valor de inversión de estas propiedades, pues en estos países hay mucho margen para la subida de los inmuebles. No se preocupen por tanto por el sector, que ya está salvado. No sólo por las ayudas públicas que van a salir de nuestros bolsillos, sino también porque en los próximos años se van a dedicar a defenestrar estos países europeos, al igual que siguen haciéndolo también con los latinoamericanos y los caribeños.

Así van a afrontar estos años de penurias los señores del ladrillo, penurias que van a ser antes para nosotros que para ellos. Tras los años de sequía, y cuando el sector ya se haya recuperado en España, y en cambio empiece a estar saturado en otros lugares, volverán a traer aquí las grúas, y vuelta a especular y a construir a lo bestia. Pero no se piensen que en este proceso los señores del ladrillo no van a construir nada en nuestro país. Ya se ocupan de ello los municipios, que van a seguir dando ayudas y suelo para la construcción de vivienda pública, que ahora sí que interesa. Por eso la Federación Estatal de Municipios y Provincias va a liberar suelo para que se construyan cada año 200.000 viviendas protegidas; otra vía por la que van a obtener dinero es por la inversión en otros sectores, en los que se situaron las empresas más fuertes antes de la crisis, que ya preveían. El mayor ejemplo es la entrada en las compañías eléctricas. En este sentido resulta muy clarificador el artículo “Ladrillos y vatios: el binomio de moda”, que apareció en el diario EL PAÍS el 31 de diciembre de 2006, cuando decían que lo de la crisis inmobiliaria era un delirio de los agoreros. El artículo comienza diciendo que “Constructoras y grupos energéticos se han llevado la palma del protagonismo en el año que termina en inversión y operaciones corporativas -compras y fusiones dentro y fuera del parqué bursátil, en España y en el extranjero, y en sus sectores originales y también en otros hasta ahora ajenos a su actividad-. Y la fiesta no ha terminado para estas compañías y con toda probabilidad va seguir en 2007.” Y así fue; se llama “huir de la quema” y lo hacen bien.

La última razón para que no suframos por los señores del ladrillo es que los bancos no van a dejar que se hundan. Esto quedó muy claro en la conferencia bancaria europea que Morgan Stanley celebró a primeros de mes en Londres. Como dijo el consejero delegado del Banco Sabadell, Jaime Guardiola, "los bancos harán lo que haga falta para no dejar caer" (a las grandes promotoras). Un portavoz del banco añadió que "vamos a tomar las decisiones que garanticen la continuidad y la solvencia de estas compañías, y eso no excluye nada". Esperemos que los bancos sean igual de amables con los que no puedan pagar su hipoteca.

En resumen, no tenemos que temer por los pobres señores del ladrillo; aquí lo único que está en juego son nuestros derechos. Y es la defensa de estos derechos lo único que nos debe preocupar.

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