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Los peligros de ser taxista en la Palestina ocupada

Archivado en:
internacional, justicia
Actualizado 17-04-2008 11:14 CET

Esta es la historia de Firas, un taxista palestino de 30 años, y su esposa Sahar, una maestra de 29. Ambos tienen un hijo de pocos meses, Ahmed. Firas es taxista entre Hebrón y su aldea, Beit Ula. Conduce un flamante Mercedes por el que pagó 25.000 euros con los ahorros de la familia, ya que su fuente de ingresos como trabajador de la construcción desapareció cuando se cerraron las puertas de Israel.

Tres días antes de su aniversario de boda, Srah y el bebé partieron a visitar a los padres de Sahar, que viven en Nablús, el nuevo campamento de refugiados de Askar. Querían celebrar con ellos el aniversario y que la madre y el niño pasaran unos días con sus abuelos. Firas se les unió el sábado. Había dejado el taxi aparcado junto al retén israelí de Hawara, a la entrada de Nablus, porque los israelíes no le permitieron entrar con el vehículo a la ciudad asediada.

Tras el almuerzo se dispusieron a regresar a su casa y cogieron un taxi para llegar hasta su propio taxi. Se les había unido para el viaje Abdel, el hermano de Firas. Durante el recorrido divisaron a un grupo de soldados que permanecían de pie al otro lado de la carretera, en la parte izquierda, y que parecían no hacer nada.

De pronto se escucharon disparos y Firas vio cómo un soldado israelí corría en dirección a su taxi abriendo fuego y alcanzando el capó. Firas detuvo el coche de inmediato y los soldados se abalanzaron sobre el vehículo, mientras uno de ellos volvió a dispararle al capó. Firas salió del habitáculo gritando que había un niño abordo y pidiendo que dejaran de disparar.

Al momento se congregaron allí más soldados, los sacaron a todos del taxi y los pusieron con las manos en alto. Sahar estaba en estado de choque, el bebé lloraba sin cesar y Firas intentaba tranquilizarlos a ambos y a él mismo. Los policías registraron el taxi, revolviéndolo todo, y a continuación indicaron a la familia que podían irse, excepto Firas y el coche.

Uno de los policías se llevó el vehículo hasta el cercano puesto militar de Etzion, mientras Firas fue conducido en un jeep militar al mismo lugar. Con posterioridad, fueron trasladados ambos, Firas y su Mercedes errante, en un camión remolque  al cuartel de la policía de Kiryat Arba, donde fue interrogado.

El interrogador acusó a Firas de intentar atropellar a los soldados, lo que Firas negó, le tomaron las huellas dactilares y lo pusieron en libertad. El taxi quedó retenido para ser inspeccionado. Eran las dos de la madrugada, las calles estaban desiertas y el lugar no podía ser más peligroso para cualquier palestino que se atreviese a deambular por allí a esas horas. Firas le preguntó a su interrogador que cómo iba a volver a su casa.

“Ya te las apañarás” –le respondió con sequedad.

A duras penas Firas consiguió que una familia a la que sacó de la cama le permitiera llamar por teléfono a un taxi palestino para que lo recogiera. Cuando llegó a casa eran las tres y media de la madrugada y toda su familia estaba en vilo esperándolo.

Días después, la policía lo llamó y le dijo que fuera a Etzion a recoger su Mercedes. Firas se presentó allí de inmediato, sin embargo, los policías le dijeron que su taxi estaba en las instalaciones del ejército israelí de Adurayim, en las colinas meridionales de Hebrón. Firas consiguió una autorización para recogerlo y partió hacia allá.

La sorpresa fue cuando se plantó ante su Mercedes y vio que estaba completamente destrozado. Le habían roto las ventanillas, los espejos y los faros y en el interior del habitáculo había dos enormes piedras con las que, seguramente, se había consumado la salvajada. Desolado, Firas tuvo que paga 130 euros para que un camión llevara a su casa el montón de chatarra en el que había convertido a su Mercedes del alma.

Cuando denunció el caso en la oficina de derechos humanos de B’Tselem de Hebrón, se iniciaron diligencias para que los daños causado al vehículo fueran subsanados por los responsables. La respuesta del portavoz del distrito policial de Cisjordania, superintendente Danny Poleg, no dejaba lugar a dudas.

“Con respecto al supuesto daño, el propietario queda autorizado a informar sobre él a las autoridades militares israelíes, que actuarán según corresponda” –dijo.

Firas intenta ahora reparar su taxi como puede en el patio de la su casa en Beit Ula. No tiene ninguna esperanza de que las autoridades israelíes le vayan a indemnizar por lo sucedido.

Vía Rebelión.org

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